miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Para qué soñamos?. Para darnos cuenta de que la vigilia también es un sueño.

Debes ver este mundo como algo pasajero,
como una estrella en la mañana, una burbuja en un arroyo,
un relámpago o una nube de verano,
un destello parpadeante, un espectro, un sueño.
Sutra Diamante
El estado R.E.M en el que se presentan sueños vívidos es un misterio para la ciencia. Dormir es biológicamente necesario y cumple con una función más o menos obvia, pero soñar es distinto; en primera instancia no tiene una explicación evolucionista muy clara. Es un tanto extraño, ¿por qué los seres humanos y algunos animales cuando duermen experimentan realidades alternas, todas las noche su cerebro se convierte en un proyector holográfico de películas con una narrativa ilógica? Algunos científicos simplemente sugieren que los sueños son caóticos disparos de actividad neuroeléctrica que preparan al individuo para el descanso del sueño profundo. Esta explicación ciertamente no nos dice mucho y muestra la misma incapacidad que caracteriza a la ciencia materialista en su explicación de la conciencia, la cual también suele explicarse como un accidente de la complejidad de la materia. Una explicación que es totalmente insatisfactoria para la mayoría de los seres humanos, ya que, a la luz de la experiencia directa, los humanos suelen pensarse como primordialmente una conciencia que experimenta el mundo de cierta forma. La conciencia es lo primero, la esencia, el sine qua nonde toda experiencia, y por lo tanto de todo lo que podemos decir y pensar de la realidad. “Debemos recordar que nuestro conocimiento del mundo empieza con la percepción, no con la materia. Estoy seguro de que mi dolor existe, porque mi ‘verde’ existe, y mi ‘dulce’ existe. No necesito prueba de su existencia, porque estos eventos son parte de mí; todo lo demás es una teoría”, dice en un excelente ensayo sobre la conciencia el físico de la Universidad de Stanford Andrei Linde, uno de los pocos científicos no materialistas dentro del mainstream de la ciencia.
Existen, por supuesto, varias teorías científicas sobre por qué soñamos, ninguna aceptada completamente, aunque algunas más interesantes que el reduccionismo de que el soñar es algo que se produce aleatoriamente en el transcurso de la evolución, un epifenómeno de la materia que no tiene ningún significado. Teorías más o menos recientes han considerado la posibilidad de que los sueños tienen la función de ayudar a procesar emociones, crear escenarios para que ensayemos soluciones a problemas y consolidar aprendizaje. La psicología, a partir de Freud, ha concebido a los sueños como irrupciones de material inconsciente que puede usarse pare entender los procesos de la psique, las motivaciones y deseos ocultos que dominan nuestra vida sin que seamos conscientes de ello. Jung, por ejemplo, entendió que los sueños podían usarse para sanar e integrar la psique y contenían, como si fuere, una mensajería del alma codificada en un lenguaje simbólico. En esto no es del todo original; filósofos antiguos vieron el mundo onírico como un reflejo de la espiritualidad, un tema común a todas las religiones; el neoplatónico Sinesio, por ejemplo, consideró que los sueños podían trabajarse y purificarse para reflejar, al volverlos un límpido espejo, el mundo divino.
Haciendo una lectura freudiana, pero fincada en la neurociencia, el profesor Patrick McNamaracree que todos los sueños tienen un fundamento sexual. McNamara ha notado una correlación entre la capacidad de recordar los sueños y la avidez por tener una pareja o también con problemas o agitaciones en relaciones de pareja. McNamara sugiere que los sueños de alguna manera influyen en nosotros para colocarnos en un estado más propenso a la reproducción (y se encuentra haciendo un experimento sobre la posible relación entre capacidad de recordar un sueño y la fertilidad).
Ahora bien, esta hipótesis parte de un fundamento totalmente materialista e implica que la biología (los genes) utilizan e incluso manipulan al ser humano de diversas formas para conseguir que éste se reproduzca y a eso se resume toda su existencia, sin que tenga otras capas de significado más sutiles (esta misma es la explicación científica de por qué nos enamoramos: otra ilusión a la cual nos somete la biología). Así soñamos para que nuestros genes de alguna manera nos hagan una especie de programación
mental que nos haga querer tener sexo. La hipótesis de McNamara no me parece completamente descabellada, pero me parece que se queda corta y no logra comprender la profundidad de lo que es el ser humano, el cual no es solamente un saco de huesos y tripas –una especie de robot orgánico– controlado por nanoprocesadores de información genética, los cuales, en sí mismos son ciegos y no tienen ningún sentido de propósito, pero dirigen nuestra existencia inexorablemente. Falta, por supuesto, la dimensión espiritual del ser humano. Y es desde aquí donde podemos entender la función de los sueños.
A diferencia de la visión materialista-evolucionista, para diversas tradiciones religiosas, la conciencia no es el resultado de la evolución de la materia, sino que la materia es causada por la conciencia; los científicos materialistas creen que la conciencia es una ilusión que genera la materia; de manera exactamente opuesta la filosofía espiritual de tradiciones como el budismo o el hinduismo o el platonismo cree que la materia es el espejismo de la conciencia, la percepción errónea de la realidad que se genera por la ignorancia. Así entonces la conciencia está en el principio de la evolución y la evolución no es más que unregreso a o un reconocimiento de la naturaleza original que es la conciencia. En este sentido la evolución es también una ilusión, o una verdad relativa que sólo existe mientras prevalece la ignorancia de la condición original que es la conciencia pura. Así podemos hablar de una función evolutiva de los sueños desde una perspectiva relativista solamente: los sueños ayudan a reconocer la condición original mostrando la naturaleza ilusoria de los fenómenos, los cuales son tomados como reales, sustanciales y separados en una dualidad sujeto-objeto. Los sueños, como creen algunos científicos, sí son escenarios para resolver problemas y ensayar hipótesis, y el conocimiento que revelan es el de que el mundo que experimentamos es producido por nuestra mente. La inquietante pregunta que se produce naturalmente en el soñador, quien reconoce al despertar que lo que soñó fue producido por su propia mente, es sí el mundo aparentemente externo e independiente que llamamos vigilia no es también dependiente a su mente, de ciertas causas y condiciones que no pueden separarse de su propia mente y sus actividades mentales pasadas (o, según el budismo, su karma). Y entonces una luminosa posibilidad, una pregunta y un anhelo ¿podría cesar todo el peso opresivo de la realidad de la vigilia cuya naturaleza esencial parece ser la insatisfacción, si, de la misma manera que en los sueños, sólo notamos que nosotros estamos produciendo los fenómenos que percibimos como externos con nuestra menta? Esta es en gran medida la pregunta que brota espontáneamente en el famoso sueño de Chuang Tzu:
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Esta duda ontológica es algo que ocurre naturalmente, no es el resultado de una elaboración filosófica compleja; si nos puede parece radical es sólo porque estamos muy acostumbrados a tomar el partido de la vigilia. Creemos que la vigilia es real porque supuestamente está poblada de objetos independientes y sólidos que pueden ser verificados por las demás personas. Sin embargo, todas las cosas que vemos las vemos solamente a través de nuestra conciencia, no en sí mismas, son una interpretación, no algo que tenga existencia intrínseca (“la materia es una opinión, la sustancia un rumor”, ha dicho David Chaim Smith). Y aunque las personas puedan más o menos coincidir que ven lo mismo que nosotros en sus descripciones conceptuales de los objetos, no sabemos realmente si ven lo mismo que nosotros, sólo que tienen conceptos similares para describir las cosas que vemos. No hay forma de transferir experiencia porque siempre vemos nuestra propia conciencia. El maestro budista y físico, Alan Wallace explica:
Los sueños lúcidos proveen el escenario ideal para examinar la naturaleza esencial de los sueños y la realidad y la relación entre el estado de sueño y la vigilia. Según investigación científica, la principal diferencia entre los sueños y la imaginación y la percepción de la vigilia, es que las experiencias de la vigilia son directamente excitadas por los estímulos del mundo externo, mientras que la imaginación y los sueños son creaciones irrestrictas, libres de las influencias físicas y ambientales. Para el pensamiento budista, sin embargo, la ciencia occidental sólo cuenta la mitad de la historia. El budismo y la ciencia, ambos, están de acuerdo en que aunque objetos visuales, sonidos y sensaciones táctiles del mundo alrededor parecen existir allá afuera, no tiene existencia separada de nuestra percepción consciente de ellas. Pero el budismo añade que la masa, energía, espacio y tiempo como son concebidos por la mente humana, tampoco tienen existencia separada de nuestra conciencia conceptual de las mismas –no más que nuestros sueños cada noche–. Todas las apariencias existen sólo en relación a la mente que las experimenta, y todos los estados mentales surgen en relación a los fenómenos experimentados. Vivimos en un universo participatorio, sin sujetos y objetos absolutos. Con este énfasis principal en la naturaleza ilusoria tanto de la realidad de la vigilia como la de los sueños, los budistas tibetanos formularon un sistema de enseñanzas llamado “yoga de los sueños” hace más de mil años, el cual usa el poder de los sueños lúcidos para deshacer las ilusiones y abrir una puerta a la iluminación.
Esta es otra de las particularidades de los sueños que son difíciles de explicar desde una perspectiva materialista evolutiva: tenemos la capacidad de darnos cuenta que son sueños y seguir soñando, cobrar lucidez. Cuando esto ocurre el individuo pude hacer todo tipo de experimentos sobre la naturaleza del espacio onírico (y de hecho algunos experimentados soñadores lúcidos los hacen). El sueño provee un escenario inicial para explorar la naturaleza ilusoria de la realidad; una investigación que luego puede trasladarse al plano de la vigilia. El resultado del experimento, en el flash del conocimiento, es el despertar en un continuum más allá del sueño y la vigilia.
El budismo tibetano enseña que de la misma manera que los sueños aparentan ser reales mientras seguimos soñando, la realidad también aparente ser real solamente mientras tenemos una percepción ilusoria de la misma. Se cree que de la misma manera que nuestras experiencia despiertas afectan el contenido de nuestros sueños, las experiencias que vivimos en los sueños pueden afectar nuestra experiencia en la vigilia. Por ejemplo, una pesadilla puede afectarnos después de que hemos despertado creando una serie de emociones negativas, tensiones y una influencia inconsciente en nuestro estado mental despierto. Nuestro dualismo es tal que los dividimos tajantemente, como si fueran dos mundos cerrados y separados el uno del otro, generalmente identificándonos con la vigilia, la cual arbitraria y convencionalmente designamos como real (y los sueños como irreales).
En sus enseñanzas orientadas a la iluminación o la liberación, el budismo mayahana considera que el entendimiento de que todos los fenómenos son ilusorios (son como sueños) es la perspectiva correcta que produce lo que llama bodhicitta absoluta, literalmente la mente del despertar, igual al Buda.
El maestro budista Dzigar Kongtrul hace un comentario a uno de los eslogans del lojong en su libro Intelligence of the Heart:
Los eslogans de la bodhicitta absoluta nos dan un método paso a paso para entender la vacuidad en niveles progresivamente más sutiles. Este eslogan nos pide que observemos las características de nuestros sueños y veamos lo que tienen en común con nuestra experiencia en la vigilia. Los sueños sólo ocurren bajo ciertas condiciones. Sólo podemos experimentar un sueño cuando estamos dormidos. Esto significa que los sueños no existen “allá afuera” por su propia cuenta. Sólo aparecen cuando una persona entra en un estado mental particular. Esto es bastante obvio en el caso de los sueños, pero, ¿cuándo se trata de nuestra experiencia despierta? Cuando estamos dormidos, nuestros sueños nos afectan y convencen de su realidad porque no nos damos cuenta de que estamos soñando. Similarmente, cuando estamos despiertos, estamos convencidos de que las cosas son reales porque no nos damos cuenta de que estamos malinterpretando lo que estamos percibiendo. De la misma manera que los sueños son una función de nuestro estar dormidos, los fenómenos diurnos son una función de nuestra falta de entendimiento. Durante el día tenemos varias percepciones que consideramos como “realidad”. Por ejemplo, vemos una mesa. Pero nuestra experiencia de la mesa no está basada en ver lo que está ahí. Está basada en ver lo que pensamos que está ahí. Vemos la mesa como un objeto inmutable. Aunque estamos conscientes de que en algún punto la mesa envejecerá y eventualmente será destruida, vemos la mesa de hoy igual que la mesa de ayer o la de mañana. Pero esto no es verdad. Para que la mesa envejezca debe cambiar cada instante. Al darle a este fenómeno, que es un cambio continuo, el nombre de mesa, estamos tratando de fijar con lenguaje algo que no puede ser fijado. Si una mesa no permanece igual, ni siquiera un instante, siempre se está convirtiendo en un nuevo objeto.
Una de las razones por las cuales el budismo sostiene que la realidad es como un sueño es porque las cosas están vacías de existencia intrínseca, no son substanciales (las cosas están hechas de átomos, pero los átomos no son cosas, son sólo potenciales de energía) y dependen de ciertas causas y condiciones de la misma manera que los objetos de un sueño dependen de ciertas causas y condiciones dentro de la mente del soñador.
El maestro de la tradición nyingma del budismo tibetano, Thinley Norbu Rinpoche explica la función del sueño en su libro White Sail: “La esencia de la práctica del sueño es ver que los fenómeno de la vigilia tienen las mismas cualidades ilusorias de los sueños”. Esta práctica tiene dos aspectos, sueños lúcidos dormidos, y sueños lúcidos en la vigilia. En la primera, lo que se conoce simplemente como sueños lúcidos, el practicante del yoga de los sueños entra al sueño sin perder la conciencia –utilizando alguna técnica de visualización y concentración, como puede ser enfocarse en una luz en su corazón. Durante el sueño, consciente, se estabiliza en esa luminosidad y luego disuelve toda su experiencia onírica en la luz: “gradualmente disolvemos sueños positivos y negativos en un espacio luminoso inmaculado”, dice Thinley Norbu. Durante el día, el practicante del yoga de los sueños, se recuerda a sí mismo que los fenómenos que experimenta no son reales, tienen existencia independiente. Hace lúcida la realidad, notando su vacuidad. Borges curiosamente entendió esto muy bien, en su ensayo sobre el budismo señala:
En los monasterios budistas uno de los ejercicios es este: el neófito tiene que vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe pensar: “ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el superior”, y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el superior son irreales, son tan irreales como él y como sus pensamientos.
[…] debemos llegar a comprender que el mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero eso debemos sentirlo profundamente, llegar a ello a través de los ejercicios de meditación.
En prácticas de meditación más avanzadas, como las que son parte del dzogchén, el practicante disuelve también el mundo exterior de los fenómenos en el espacio no-dual de la conciencia. Deja de experimentarse como un sujeto separado que experimenta objetos y logra la comprensión de la inseparabilidad de la conciencia primordial y los fenómenos. Este es el misterio de qué el mundo es vacuidad y sin embargo se manifiesta, aparece. El soñador entonces despierta en el sueño, pero no deja de seguir experimentando las apariciones del sueño. Lo que cambia es que éstas ya no le producen angustia, miedo, apego o demás sensaciones, de la misma manera que una serpiente deja de ser percibida como una amenaza cuando descubrimos que era una cuerda. “Si hemos reconocido que todos los fenómenos son la aparición insustancial, abierta y desapegada de la conciencia primordial, entonces, todo se libera”, dice Thinley Norbu. Este es el ejemplo primordial de como la verdad libera. Los fenómenos se convierten entonces, desde la mente que se ha reconocido como el soberano del sueño, en gnosis, dicha y gozo estético puro.  Un néctar infinito del cual todo soñador lúcido ha probado una primera gota.
En resumen, la ciencia moderna no ha logrado explicar la función de los sueños. Pero en el Tíbet, hace alrededor de 1200 años –siguiendo lo desarrollado por el Buda Shakiamuni hace 2500 años–, llegaron a una conclusión que puede iluminar este misterio. Los sueños nos hacen probar cómo la mente puede generar todo un mundo complejo que tomamos como independiente de nosotros mismos. Que podemos engañarnos de tal forma que pensemos que lo que vivimos tiene una existencia intrínseca separada de nuestra propia mente y, como tal, es capaz de generar toda una serie de eventos más allá de nuestro poder que nos hacen sufrir. Claro, luego despertamos y nos damos cuenta, con alivio, que era sólo una ilusión. Al descubrir que ésta es la naturaleza de los sueños –que no son reales o que no tienen existencia independiente– es sólo natural que interroguemos la vigilia de la misma manera.
Éste sería el sentido de los sueños para el budismo tibetano y seguramente también para otras tradiciones: que los sueños pueden usarse para descubrir que el mundo también es un sueño, que es una representación teatral de luz escrita y actuada por la mente. Soñar, paradójicamente, tiene la función evolutiva de hacernos despertar.
fuente/Pijamasurf


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