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jueves, 24 de diciembre de 2015

¿Por qué besamos?



Una pregunta que suele plantearse es por qué se besan los humanos y, aunque los besos en diferentes partes del cuerpo (la cara o la mano, por ejemplo) forman parte de muchas funciones sociales, la pregunta no atañe al beso social, sino al romántico en los labios, conocido técnicamente como ósculo. En la actualidad existen sociedades que no conocen el beso en los labios o tienen sanciones que lo vetan.
La palabra “romántico” es clave, y hay que distinguirla de “sexo”, “amor” y “cortejo”. Los besos no están necesariamente vinculados al sexo, a menos que se usen como preliminar. El beso en los labios se presenta en el Kamasutra como una parte de ese arte, porque los labios se ven como órganos erógenos sensibles.
El beso en los labios “romántico” (no “sexual”) es una invención que viene, con toda probabilidad, de las tradiciones medievales de amor cortés. Está impregnado de amor “verdadero” (que no “acordado”); es una acción subversiva contra el cortejo pactado y el amor aburrido. Incluso hoy, la traición o la infidelidad comienzan con un beso. Seguido del sexo, por supuesto. Pero ambos no pueden invertirse: nunca el sexo antes del beso.
El origen del beso podría estar en una declaración de libertad ante las prácticas nupciales y amorosas anquilosadas. ¿Hay pruebas? No directas, claro, pero sí hay montones de anécdotas que lo demuestran.
Las primeras historias donde aparece el beso romántico, que suelen representar a unos amantes desdichados que rompen las restricciones de la sociedad, son los relatos, leyendas y canciones de trovadores medievales, basadas en la caballerosidad y el amor cortés.
Un ejemplo clásico es la historia de la aventura amorosa, en el siglo XIII, de Paolo y Francesca, inmortalizados por el poeta Dante en el quinto canto de su Infierno. Se trata de Francesca de Rímini, cuya mano se concede en matrimonio a Giovanni Malatesta (también conocido como Gianciotto) para consolidar la paz entre dos familias enfrentadas.
El padre de la joven sabía que su hija rechazaría al feo y deforme Gianciotto, con lo que pide al hermano menor de este, Paolo, que rescate a Francesca. La joven se enamora al instante del apuesto Paolo, y ambos se besan apasionadamente, una imagen que luego influiría en muchas obras de arte, entre ellas la impresionante escultura El beso, de Rodin. Al saber que Gianciotto, y no Paolo, será su marido, Francesca monta en cólera: no pueden privarla de su amor por Paolo.
Según Dante, el amor surge después de que los dos amantes lean la historia de Lancelot y Ginebra. El final trágico llega cuando el celoso Gianciotto, florete en mano, se dispone a matar a Paolo, y Francesca se interpone entre los dos hermanos. La espalda la atraviesa y acaba con su vida. Entonces Gianciotto, totalmente fuera de sí, pues amaba a Francesca más que a su propia vida, mata a su hermano. Entierran a los dos amantes en la misma tumba, lo que simboliza su unión más allá de la vida mortal.
La historia de amor de Paolo y Francesca es potente y, al mismo tiempo, de una tristeza abrumadora. Trata del amor “romántico”, sellado con un beso, que trasciende la vida y la muerte, a pesar de que la sociedad ve su acción como un pecado. Como Julieta le dice a Romeo en la versión shakespeariana de esa tragedia medieval: “Ahora tienen mis labios el pecado que han tomado de los tuyos”. A lo que Romeo responde: “¿El pecado de mis labios? ¡Dulce reproche! Devuélvemelo”.
Desde el principio, el beso y el “amor desdichado” van de la mano. Acaso esa sea la única posibilidad para el amor verdadero: quizá pecaminoso, como dice Julieta, pero irresistible. Hoy en día encontramos este mensaje implícito en todas las historias de la cultura de masas, desde las películas hasta las novelas superventas. El poder del beso furtivo para cambiar la vida de la gente nos empuja inexorablemente a besar.
En la literatura de amor cortés, las mujeres aparecen retratadas como seres “angélicos”, no meros objetos sexuales. El beso se concebía como un camino hacia el amor espiritual, no un preludio del sexo. La idea de la mujer como ángel ha perdurado, y puede verse en canciones populares como Pretty Little Angel Eyes (1961), de Curtis Lee, y Next Door to an Angel (1962), de Neil Sedaka.
Sus letras resuenan con las metáforas celestiales de los poemas y los cantos medievales. Por supuesto, en algunos de los retratos líricos la metáfora del ángel se yuxtapone con la de demonio, como en The Devil in Disguise (1963), de Elvis Presley.
Resulta sorprendente pensar que el beso podría haber surgido al mismo tiempo como un acto de amor y de desafío contra las costumbres anquilosadas del cortejo, tal y como insinúa la historia de Paolo y Francesca. Desde esa época, besar se ha convertido en la acción romántica por excelencia.
¿Hay algo más romántico que dos personas abrazándose, mirándose a los ojos y, como colofón de ese momento romántico, besándose en los labios? En ese instante, el beso transporta a los amantes a otro nivel de la existencia, muy por encima de lo mundano. Solo cuando el romance concluye, el poder del beso se desvanece. Como vivimos en una aldea global, el beso se ha extendido por todo el mundo, haciéndose un hueco en tradiciones y tipos de cortejo por doquier.
El beso sigue siendo una acción de amor subversiva, y tiene un gran significado, pues provoca una compleja serie de reacciones químicas que potencian los sentimientos románticos y hacen que los actos físicos, como las relaciones sexuales, sean mucho más significativos e íntimos. El beso es, en pocas palabras, un “elixir” embriagador.
A fin de cuentas, el romance es un ideal, una parte de la forma en que fantaseamos sobre el mundo. Todos desean vivir una gran historia de amor, aunque puede que nunca llegue. El beso concierne a lo ideal, no a lo real. Durante unos instantes, suspende la realidad y el mundo se vuelve perfecto. Cuando funciona, hace añicos lo cotidiano, nos olvidamos de las banalidades que constituyen el día a día. Celebrémoslo siempre y confiemos en que nunca desaparezca.
Fuente: El País / Marcel Danesi

lunes, 28 de abril de 2014

La actriz que planeó besar a 10,000 soldados para ganar la Guerra Mundial. ¿Por qué nos gusta besar? La respuesta es más extraña y lógica de lo que crees.

MARILYN HARE SE PROPUSO EN 1942 HACER UNA BUENA OBRA POR SU PAÍS RECIÉN ENTRADO EN GUERRA: BESAR A 10,000 SOLDADOS PARA LEVANTAR LA MORAL DE LAS TROPAS FRENTE AL ENEMIGO.

marilyn hare

Es muy delgada la línea que divide la autopromoción descarada de los actos desinteresados, pero Marilyn Hare camina grácilmente sobre ella como la mejor de las equilibristas. Alguien debía reconstruir la moral que la guerra estaba destruyendo con cada bombardeo y fue Marilyn quien decidió llevar a cabo la tarea.

Su objetivo: repartir 10,000 besos, humectar la anquilosada máquina de la guerra y de paso, por qué no, hacerse un poco de publicidad.

En tiempos de guerra, mantener alta la moral es un arte que miss Hare practicó con delicadeza, mirando a cada soldado a los ojos y diciéndole palabras que lo hicieran sentir único, indispensable, diferente a los otros 9,999 y al resto de los combatientes.

Para su primer campaña repartió 733 besos en un campamento del ejército en California, todo debidamente registrado por la revista Life en 1942. De los 9,267 besos restantes no se tiene noticia. Por su lado, Marilyn sólo disfrutó de un breve momento de fama, tuvo pequeños papeles en shows de TV como The Wild Wild West y My Three Sons.





LOS BESOS NO SÓLO APORTAN PLACER: TAMBIÉN INFORMACIÓN SOBRE LA SALUD Y APTITUD PARA EL APAREAMIENTO DE LA OTRA PERSONA.

Los besos son una forma cultural del cariño, del afecto y del deseo. Besamos por las razones más extrañas –para hacerle saber al otro que lo queremos, que queremos tener sexo, o simplemente porque es divertido. Pero el acto de besar puede encerrar algunas claves de nuestra evolución como especie a través del cuidado que nuestras madres nos dan cuando nacemos, además de proveer información valiosa sobre nuestro estado de salud y nuestra aptitud para el apareamiento.

Los besos se sienten bien. Un buen beso quema entre 2 y 3 calorías por minuto, descargando epinefrina y noreprinefina haciendo que tu corazón lata más rápido, además de estar relacionado con la disminución del llamado “colesterol malo” y con una disminución de la percepción del estrés. Pero el beso no es solamente lo que ocurre durante el beso, sino también lo que el beso produce y comunica a pesar de nosotros mismos.

Los psicólogos evolucionistas han llegado a la conclusión de que lo que hoy conocemos como “beso” fue en algún momento una forma de alimentación, que consiste en masticar la comida y pasarla a otra boca, de los hijos, por ejemplo —muy parecida a la que vemos en los pájaros y algunos primates aún hoy en día. Algunos primates a.k.a. Alicia Silverstone:
Pero esta forma de alimentación no era extraña hace no mucho tiempo: antes de los alimentos procesados para bebés y las licuadoras, las madres podían ahorrar tiempo y alimentar de boca a boca a sus hijos, transmitiendo además una dosis extra de zinc, hierro y carbohidratos a través de la saliva.

Además, la saliva del adulto puede transferir generadores de anticuerpos, sumado a que la comida predigerida puede ser absorbida más fácilmente por los bebés. Los rostros, además, son el primer contacto que tienen los seres humanos con el mundo, pues durante los primeros meses no pueden enfocar a una distancia mayor de 25 cm., más o menos la distancia entre el rostro del infante y el de su madre durante la lactancia.

La saliva además es una especie de huella digital: transfiere información a la otra persona sobre tu estado de salud, y los receptores de mucosa en nuestras bocas son sensibles a hormonas, como la testosterona. De hecho, un buen beso podría ser indicador del tipo de pareja potencial que el otro podría ser para ti –todo a nivel hormonal, recordemos.

Pero no todas las culturas utilizan el beso como “muestra gratis” o atisbo de una pareja potencial. Algunas investigaciones creen que los besos pudieron haber sido favorecidos evolutivamente con recompensas para nuestro cuerpo como mecanismo para lidiar con la incertidumbre y la elección. Por decirlo así, la naturaleza nos fuerza a probar y descartar, de modo que encontremos una pareja apta para el apareamiento.

Y si todas estas explicaciones no bastaran, la más simple sigue siendo la más convincente: besar se siente bien.

fuente/Digg
vía/Pijamasurf