sábado, 1 de diciembre de 2012

Robótica. La singularidad de las máquinas. El punto después del cual no habrá futuro para el ser humano.


Robot de Ishiguro: quien fue su propio modelo para el primer androide.


¿Dejarías que un iPhone condujera tu automóvil?
¿Que un robot fuera tu cirujano y el médico que te diagnostica?

La singularidad —un concepto originalmente de la astrofísica— predice que llegará el día en que las máquinas serán tantas y tan perfectas que terminarán con el horizonte de posibilidades de la especie humana.
“Singularidad” es un concepto surgido en la astrofísica que define el punto en un agujero negro donde la materia está tan saturada que su masa es infinita pero no tiene volumen, lo cual lo convierte también en un “horizonte de sucesos” después del cual ya no es posible ver nada.

En la década de los 50, el matemático John von Neumann trasladó esta idea al desarrollo de la tecnología, pronosticando un momento de “singularidad esencial en la historia de la especie después del cual los asuntos humanos, tal y como los conocemos, ya no podrían continuar”, esto por el grado de avance que alcanzaría la tecnología.

Recientemente el concepto ha cobrado nueva fuerza en vista de algo que se avecina como un escenario cada vez más factible: el hecho de que haya dispositivos más inteligentes que un ser humano, algo que, de entrada, se plantea como inevitable de aquí a 5 años.

Hasta ahora las fronteras entre el mundo digital y el analógico son claras, entre el mundo de las computadoras y el de los actos humanos. Y si bien hay puentes de comunicación entre ambos —aplicaciones como Siri para el iPhone, que convierte la voz (analógica) en una respuesta digital— el primer paso sigue siendo prerrogativa de un ser humano.

Otro ejemplo similar es el de LIDAR, el sistema que controla el automóvil de Google que se conduce solo, aunque igualmente con un control mínimo por parte de una persona. Y si bien por ahora no es viable que LIDAR se adapte a un dispositivo de las características de un iPhone, si este llegase a procesar la información que recibe por medio de su cámara fotográfica con la misma precisión que el sistema visual humano, entonces este smartphone podría conducir por sí mismo el transporte, utilizando una tecnología similar a la que ya forma parte de nuestra vida cotidiana: la del reconocimiento facial y la del reconocimiento de placas de automóviles.

En este proceso de singularidad están involucradas dos fuerzas igualmente análogas a las que producen el fenómeno en el universo: por un lado el crecimiento exponencial y, por otro, la saturación crítica de data.

La primera es clara en sus efectos: en la existencia de desarrollos como Siri cuyo contexto presupone su perfeccionamiento y aun su superación —es decir, los mismos recursos que hicieron posible el reconocimiento vocal pueden hacer posible el visual si el problema es solo un asunto de capacidades (de megabytes versus gigabyte).

Por otro lado, la acumulación de información ha provocado que los dispositivos computacionales adquieran habilidades inicialmente solo humanas. Fue el vasto acervo de sitios en Internet lo que permitió la singularidad de lectura de las máquinas, y lo mismo para la voz y Siri y el desarrollo de la singularidad visual (en vista de las 72 horas de video que se postean cada minuto en YouTube): en junio pasado, Google conectó 16 mil procesadores en una máquina gigante de aprendizaje neural, dejando que esta navegara libremente en YouTube, teniendo como resultado que la red aprendió por sí misma a reconocer gatos. ¿Cómo fue esto posible? Casi de la misma manera en que un niño aprende a reconocer lo que observa con mayor frecuencia. En este caso, como se sabe, Internet es esencialmente el imperio de los felinos domésticos. Lo sorprendente es que la computadora reconoció a estos animales de entre una lista de más de 20 mil elementos.

Igual de sorprendente es Da Vinci, un robot cirujano que asiste en las operaciones de bypass gástrico con movimientos mucho más precisos que los que quizá será capaz nunca un médico. Si tan solo pudiera ver, sin duda sería el mejor cirujano existente. Si a eso añadimos la habilidad del diagnóstico —ya desarrollada en el prototipo Watson, que de entrada está por encima del 45% de error que un médico humano tiene al dictaminar la enfermedad de un paciente— entonces la triada de la salud estaría completa, y quizá, en un futuro no muy distante, haya hospitales ocupados enteramente por seres robóticos cargados con un tipo especializado de software (una versión en circuitos y partes móviles de un estudiante graduado en medicina).

Y si bien en este panorama se deben tener en cuenta otro tipo de circunstancias (en especial las sociopolíticas y económicas: por lo regular la vanguardia tecnológica se encuentra también en el puñado de países que se presentan como los de mayor desarrollo económico), sin duda la posibilidad planteada por von Neumann y otros investigadores representa uno de los mayores desafíos para nuestra especie, la misma que en épocas pasadas generó discursos de orgullo y amor propio exacerbado.

¿Seremos desplazados por nuestras propias creaciones en la falsa supremacía de este mundo? ¿Terminarán las máquinas con el horizonte de posibilidades de los asuntos humanos?

fuente del texto/Pijamasurf




“para 2050 los robots sexuales se convertirán en los principales protagonistas del sexo”

David Levy es uno de los gurus de la inteligencia artificial, profesor de la universidad de Maastrich y que vuelve al primer plano de la actualidad por un libro transgresor y provocador sobre el futuro que nos espera a través de las aplicaciones prácticas de la robótica. Un futuro que nos acerca a las predicciones de la ciencia ficción y a los amoríos de películas tales como la de “Blade runner”, un futuro que ya parece estar aquí a través de un libro que acaba de publicar Paidós sobre “Sexo y amor con robots” y en el que hace la predicción de que en unos cuarenta años estarán ya disponibles los primeros robots para uso sexual.



Y yo estoy seguro de que será así y lo estoy porque la ciencia avanza en función del beneficio económico y no tanto de las necesidades más “elevadas” del pueblo llano. Es por eso que existe Internet -gracias a la pornografía y a los negocios- y no tanto por esa mística de la red global en la que algunos aun creen, aunque es cierto que gracias a la pornografía y a los negocios -aun militares- algunos podemos escribir blogs como este que no podríamos escribir en ningún otro lugar. Pero hay que despertar amigos y este post es un post-despertador, en él analizaré precisamente lo que dice Levy y lo que dicen también otros ingenuos que aun no han entendido en qué mundo viven.

Vivimos en un mundo donde no existe eso que se ha llamado “igualdad de oportunidades” y me estoy refiriendo ahora a las oportunidades sexuales, esa actividad que tanto tiempo y energías consume en los humanos. Las reglas de acceso de un sexo a otro son reglas no escritas, desdibujadas y ocultas en la trama de la sociabilidad, de la cultura y de las convenciones sociales. A ello hay que sumar las mentiras y la hipocresía que existe en los temas distributivos de hembras y hombres, las diferentes expectativas que los humanos tenemos del otro sexo y la ignorancia de las reglas que debemos poner en marcha para negociar una relación que nos satisfaga. Los feos y las feas, los bajitos, los pobres, los “mala patas” y de carácter difícil lo tienen muy complicado para agenciarse una pareja satisfactoria, como los enfermos, los viejos o los aburridos.



Un tema sobre el que el propio Marx hubo de pronunciarse cuando sus seguidores imaginaron el socialismo como un edén exclusivo para hombres: donde la libre accesibilidad a las mujeres sería su premio en la tierra a su proselitismo. Marx -y cito de memoria- salió al paso en sus “Manuscritos” de esta idea decepcionando a algunos sobre en qué consistía el socialismo e igualando a los que lo pensaban en clave de repartición de hembras con la codicia de los explotadores capitalistas. Marx no acabó de resolver el gran tema del ser humano ¿Por qué él si y yo no? o ¿qué tiene ella que no tenga yo?

Las reglas sobre las que se basan los intercambios sexuales son- para aquellos que aun lo sepan- estas dos: la belleza y el poder. Sin ninguna clase de belleza o poder está usted condenado a pasar la mano por la pared, amigo/a. Y además una contradicción: los hombres buscan el sexo anónimo y las mujeres el compromiso, una dificultad añadida para que el socialismo en el que pensaban las mujeres se asemeje en algo el socialismo inventado por los hombres.


Es por eso que han tenido tanto éxito las sexual dolls, las muñecas siliconadas e hinchables que dicen que están haciendo furor en China tal y como comenté en este post. Pero todo mejora y ahora estas muñecas están siendo perfeccionadas para que tengan espacios de su cuerpo vibrátiles e incluso que tengan voz propia para comunicarse aun con jadeos u onomatopeyas con su dueño. Todo es cuestión de tiempo y llegará a construirse una de esas muñecas hechas al gusto de los hombres que competirán con las mujeres “verdaderas” al menos en prestaciones.
Es evidente que es una muñeca siliconada pero la ingenieria está avanzando a pasos agigantados tal y como predecía la ley de Moore y es esta predicción la que sirve de pretexto al libro de Levy que asegura un futuro de robots de quita y pon diseñados para cultivar nuestros deseos sexuales más abyectos.

El gran obstáculo que existe entre los humanos para una relación sexual satisfactoria es la existencia de dos subjetividades bien distintas, la del hombre y la de la mujer, que son difícilmente compatibles al menos en el largo plazo, es por eso que Levy prevee un gran futuro para la industria de la robótica con fines sexuales.


¿Se imaginan ustedes qué sucedería si pudieramos diseñar un robot con apariencia humana para nuestros escarceos sexuales?

El asunto que plantea Levy es que esos robots con apariencia humana serian tan parecidos a nosotros, los humanos de verdad que serian difícilmente reconocibles. La ingeniería robótica ya ha avanzado lo suficiente para saber que un robot necesita moverse para ser realmente inteligente, para tener una conciencia recursiva que es lo que diferencia al humano de una mascota. Mi perro tiene una mente pero no sabe que tiene un Yo independiente del mio, ni siquiera tiene una subjetividad, simplemente tiene instintos que llevan a repetir constantemente una serie de rutinas y a saber que soy yo quien le da de comer. Mi perro no me ama como un ser humano pero la palabra “amor” en un perro carece de sentido, tampoco es posible sustituirla por la palabra “interés” porque los perros no tienen intereses sino simplemente instintos y es su instinto gregario y territorial el que le lleva a reconocerme como macho alfa de su manada. Y me seguirá reconociendo como tal aunque lo maltrate, no le de de comer o le abandone.

El problema de las mascotas es que aprenden muy poco y no son capaces de sentir lo que yo siento, ni de adelantarse a mis deseos, son bastante torpes en eso y sobre todo son incapaces de tener sentimientos o emociones parecidas a los de los humanos. Lo que plantea precisamente Levy es que los robots del futuro tendrán sentimientos y podrán diseñarse con emociones concretas según el gusto del consumidor, al tiempo que los robots serán capaces de “leer” la mente de sus dueños o sea que tendrán una “teoria de la mente“. Evidentemente no se tratará de emociones genuinas, como sucede en los humanos, será un “como si”, una simulación pero indistinguible de las emociones “verdaderas”que poseemos algunos de nosotros.

Lo que nos lleva a plantearnos qué es una emoción genuina y una emoción simulada.
La verdad del asunto es que no lo sabemos, ¿es el cariño de una prostituta genuino o ficticio? En este caso es muy fácil, pero ¿qué sucede en el resto de los supuestos humanos donde está en juego una emoción? Si descontamos el amor de una madre por sus hijos -amor egoísta donde los haya- ¿podemos estar seguros de que el cariño que alguien nos tiene es verdadero lejos de ese supuesto de la maternidad?, ¿existe algún supuesto que diluya esta duda? Y en cualquier caso ¿qué significa una emoción verdadera de una simulada? Pondré un ejemplo del corazón, ¿el amor de Carla Bruni por Nicolas Sarkozy es verdadero o simulado?

Nadie lo sabe pero lo peor de todo es que ni ellos mismos lo saben, están capturados por la incertidumbre. La condición de lo humano.

No podemos nunca estar seguros de que nos aman o amamos de verdad o de si se trata de un buen simulacro. Más allá de eso tampoco podemos estar seguros de que el amor no lleve adosado el peaje de los celos, de la envidia o de la codicia, esqueletos del armario que siempre andan merodeando por los senderos del amor, pues se puede amar a alguien para sí y en exclusiva coartando la libertad del otro, – el amor materno nos da buenas pruebas de ello- demostrando que se puede amar a alguien envenenando ese mismo amor con la peste de la envidia o la posesividad. De esos materiales están hechos los amores humanos, algo que conocemos en psicología con el nombre de ambivalencia, tan frecuente y homicida y a la que nunca prestamos demasiada atención imbuidos como estamos de la idea romántica de que el amor es desinteresado.

Los robots sexuales se instalarán precisamente en esa grieta de discontinuidad que preside las relaciones humanas y para muchos serán preferibles a las personas de carne y hueso debido precisamente a la certidumbre de nuestra relación con ellos. Las cosas serán como hayamos diseñado que sean según un menú desplegable donde podremos componer nuestros gustos y a veces descubrirlos si es que no los conocemos aún. Es posible que algunos de nosotros humanos deseemos, después de todo, ser robots.

Pero de lo que se trata no es que suceda una rebelión de robots como plantean algunas películas de ciencia ficción, ni de que se reproduzcan o de que creen versiones mejoradas de sí mismos sino de que nos sirvan, tanto para trabajar, como para hacer de policías o de amantes. En realidad estas películas plantean situaciones extremas que nos son esperables para esos cuarenta años de los que habla Levy, pero si que para entonces hayamos conseguidos robots tan parecidos a los humanos que se haga difícil la discriminación.

Porque ser robot tendrá algunas ventajas morales sobre el ser humano, para empezar y dado que no podrán tener emociones genuinas como nosotros, carecerán de libre albedrío. No podrán decidir salvo en aquello que les hayamos enseñado a decidir, podrán por tanto mostrarse enamorados si usted quiere un robot enamorado o como bailarines si lo que usted desea es un acompañante bailarín (el ideal de las mujeres). Sus emociones serán simulacros pero usted no podrá discriminar el amor verdadero del fingido de tan parecido que le resultará, además usted podrá acabar enamorado de uno de esos seres buenos, dóciles y sin subjetividad que terminará por hacerles la vida más fácil, sencilla y feliz y si usted lo desea podrá programarlos para hablar de filosofia o incluso para discutir si esa es su pasión.
 
                               

Dicho de otro modo, los robots serán con total seguridad una realidad en el tiempo en que los ingenieros descubran como implementarlos de los circuitos necesarios y de hecho es muy probable que nos cambien la vida, ¿quién optará entonces por un humano? La ventaja metafísica de relacionarse con un robot es que al carecer de libertad el robot no podrá nunca ser ambivalente (amar y odiar al mismo tiempo a alguien), pero la libertad no debe confundirse con el concepto sistémico de “condiciones de libertad del sistema” que significa si el azar podrá o no contribuir a la conducta de la máquina. Podremos elegir el grado de incertidumbre que exigimos a nuestro robot pero él nunca será libre. No podrá odiarnos si no está programado para ello pero podrá enfadarse si nos apetece tener en casa una máquina parecida a lo que entendemos como “calor humano”.

Ingenieros neerlandeses han conmocionado al mundo con la afirmación de que en pocos años las famosas prostitutas de Ámsterdam serán reemplazadas por robots.
Esta revolución tecnológica será posible gracias a la labor de los ingenieros que han creado una nueva generación de androides, hechos de un material resistente a las bacterias.


Sexo con beneficios.
Sexo más seguro, desaparición de la prostitución infantil, reducción de las enfermedades de transmisión sexual… todo son ventajas en ese terreno según impulsores.

Además, los autores de la idea aseguran que este tipo de prostitución resolverá muchos problemas. Por ejemplo, privará a los hombres del sentimiento de culpabilidad ante su pareja, ya que “después de realizar un acto sexual con un robot probablemente no lo considerarán como infidelidad”.
Al principio, utilizar los servicios de un robot en Ámsterdam será posible en clubes especiales que funcionarán bajo el sistema ‘todo incluido’.

No obstante, este tipo de ‘entretenimiento’ no estará al alcance de todos los bolsillos, ya que el servicio costará alrededor de 7.500 de euros. Por este precio el cliente tendrá la posibilidad de elegir cualquier nacionalidad del androide con una inmensa variedad de sus características morfológicas.

A mediados de abril de este año los investigadores Ian Yeoman y Michelle Mars de la Universidad de Wellington de Nueva Zelanda publicaron un informe, en el que afirman que “para el 2050 los robots sexuales se convertirán en los principales protagonistas del sexo”. ( fuente/RT)


Un grupo dirigido por el científico japonés Hiroshi Ishiguro, uno de los investigadores más exitosos de robots con apariencia humana, ha creado un nuevo modelo, denominado Geminoid-DK. Este robot es el ingenio más avanzado en este ámbito; en las fotos es casi imposible distinguir si se trata o no de un hombre, y hasta se mueve de un modo muy parecido a un ser humano. Los investigadores sostienen, que ahora se ocupan de hacer que sus movimientos sean aún más naturales.


La pregunta es... cuando estén ampliamente extendidos en todos los campos profesionales los robots, ¿sabremos distinguir quién es el auténtico del tecnológico?

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Una joven japonesa casi irreconocible de quién es la original.

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