martes, 12 de marzo de 2013

Artículo. Encuentro con la sombra. La otra cara del espíritu. Toda enfermedad es el resultado de vida psíquica inhibida.



El gran integrador en el pensamiento occidental del arquetipo de la sombra y del proceso chámanico y alquímico de la muerte simbólica es indudablemente el psicólogo Carl G. Jung. Además de explorar con una lucidez inédita las tradiciones místicas, para insertarlas dentro del corpus de conocimientos de la cultura moderna, Jung hace de la psicología una ciencia del alma, reconectando con la filosofía presocrática la identidad entre la mente y el alma, aquella encarnada por la diosa Psique (simbolizada con una mariposa), y quien debe de descender al inframundo para cumplir la prueba que la pone Venus, para reunirse con su amado (el mismo dios Amor). 

Esta identidad es importante porque nos permite hablar de este proceso de transformación en términos tanto psicológicos como espirituales. Podríamos decir que el alma es en buena medida la mente inconsciente —o que al menos este es el dominio donde se oculta: en el olvido —lo que en términos freudianos es equivalente a la represión y que en términos arquetipos nos remite a Plutón (dios del inframundo, pero también, etimológicamente, la misma riqueza).

“Todos cargamos una sombra, y entre menos se manifiesta en la vida consciente del individuo, lo más oscura y densa que es”, dice Jung. La naturaleza de la sombra es ser furtiva y sigilosa –en casos en los que menos se percibe posiblemente operando desde dentro, como un doble agente de una inteligencia primitiva, contra nosotros. Así nuestros problemas más profundos, o nuestras debilidades son proyectados en la percepción de una deficiencia en alguien más, por ejemplo. Si no reconocemos estas proyecciones “Entonces el factor de proyección (el arquetipo de la sombra) tiene una mano libre y puede realizar su objetivo –si es que tiene uno– o suscitar alguna otra situación característica de su poder”, las cuales generalmente nos embrollan como una telaraña invisible. 

La sombra es similar al inconsciente según lo entendió Freud, el depósito de todo lo irracional, reserva de la fricción animal (en Jung el inconsciente es más amplio, abarca la memoria silenciosa de toda la especie y oculta al alma individual). La sombra es aquello que por no hacerse consciente ”se manifiesta en nuestras vidas como destino”, un destino que nos conduce como un caballo no sólo indómito, también invisible.

Hacer un descenso al inconsciente y vislumbrar nuestra sombra con toda su terrorífica parafernalia —se hace más grande entre más se alumbra— es el paso fundamental para iniciar un proceso de sanación psicosomática y de integración espiritual (el reverso de la sombra es el espíritu y cuando el espíritu toma el cuerpo es similar a cuando un fantasma, un alma, descubre que esta muerto). “Uno no empieza a saber y sentir su propia miseria espiritual hasta que empieza a sanar”, escribió el teólogo Francois Fenelon. Una de las bases de la psicoterapia yace en que al recordar un suceso reprimido se puede detonar una sanación acelerada –o esa misma memoria es ya la sanación, como si al hacerse consciente le quitará su potestad entramada a la sombra. 

Una versión actualizada de esto ha sido explorada por el psicólogo e hipnotista Ernest Lawrence Rossi, quien sostiene que la memoria (el trauma y la enfermedad) y el aprendizaje están sujetos a un estado particular (state-dependent). Para recordar algo que ha sido bloqueado es necesario inducir ese estado (como ocurre en ocasiones en que al estar borrachos recordamos algo que nos sucedió cuando estábamos también borrachos o bajo cierta droga, etc.). 

No sólo es la memoria la que está sujeta a un estado sino también el aprendizaje, por lo que al recordar (esa amnesia inducida por nuestro temor o incapacidad de reconocer a la sombra) y vivir de nuevo ese estado podemos aprender a sanarlo/asimilarlo. Rossi ha documentado varios casos en los que a través de la hipnosis se revive un momento raíz de un padecimiento o una fobia y en ese acto se cura. Saber es recordar, decía Platón. Y conocernos a nosotros mismos parece ser el sendero de la sanación.

“Toda enfermedad es el resultado de vida psíquica inhibida… El arte del sanador consiste en desatar el alma, para que pueda fluir a través del agregado de organismos que constituyen cada forma particular. La sanación verdadera ocurre cuando la vida del alma puede fluir sin impedimento ni represión a través de todos los aspectos de la forma”, dice a propósito el maestro tibetano Djwahl Kul.

“Pese a su función de depósito de la oscuridad humana —o quizás por esto mismo— la sombra es el asiento de la creatividad”, escribe Jung, haciendo referencia a que la creatividad está en el instinto sexual –en aquello más primitivo (la imagen usada tradicionalmente es la de la serpiente). 

Para despertar el fuego de la creatividad es necesario asimilar la sombra –que esta ya no esté encaramada, manteniéndonos secretamente poseídos, puesto que sólo así puede operar la voluntad, que es la extensión del espíritu. En este punto de equilibrio entre opuestos, de “enantiodromia”, el inconsciente, aquello que se manifestaba como un destino involuntario, se mueve hacia la dimensión de lo posible. Se vive una especie de amanecer psíquico en el que la mente obtiene límpidamente las facultades del espíritu.

“Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”, escribió Jung, sentando una frase muticitada, que se ha convertido casi en un cliché, pero no por común menos verdadera. Como empezamos a ver, el camino a través de la oscuridad es en realidad el camino hacia la luz. 

La “noche oscura” es la puerta del alma. Lo más cercano al cielo debe de ser seguramente el corazón de la Tierra… En La Divina Comedia, la entrada al purgatorio se encuentra en el punto más profundo del infierno.

vía/ Pijamasurf

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