jueves, 7 de marzo de 2013

Personas que se volvieron prodigios luego de accidentes fatales.

Hay personas en quienes un accidente cerebral se traduce en una transformación positiva de su vida al descubrirles talentos inesperados y sobresalientes, un fenómeno que pone de manifiesto la posibilidad de que la normalización social obstruya la manifestación de capacidades que todos tenemos.

Usualmente el daño cerebral se traduce, cuando no en la muerte, en la pérdida a veces irreversible, total o parcial, de habilidades fundamentales como el habla, la capacidad motriz, la memoria y otras cuya falta altera la vida normal de una persona.

Sin embargo, hay un puñado de casos extraordinarios en que el daño cerebral fue el detonante de habilidades sorprendentes, cercanas al virtuosismo, que convirtió a individuos comunes y corrientes en genios de un ámbito determinado con un talento inigualable, una ganancia inesperada que disciplinas como la neurociencia y otras afines no pueden explicar cabalmente.

El llamado síndrome del savant (palabra de origen francés que en inglés se utiliza sobre todo en su acepción de “sabio”) es una condición médica ampliamente documentada en la que una persona de capacidades cognitivas empobrecidas tiene, en contraste, una habilidad que excede lo habitual, especialmente en cinco ámbitos que parecen cubrir el espectro de este síndrome: el artístico, el musical, el del cálculo calendárico, las matemáticas y las habilidades especiales.

Como en la mitología griega, en que los dioses daban a los hombres capacidades extraordinarias solo a cambio de quitarles algo —Casandra, por ejemplo, recibió el don de la predicción, pero nadie le creía—, estos hombres parecen haber sido objeto de un intercambio secreto y difícil de saber si es o no justo, pierden algo para encontrar otra cosa.

Estos son algunos ejemplos de personas en quienes el daño cerebral transformó su vida pero, para su suerte, positivamente.
Derek Amato: un accidente que derivó en una conmoción cerebral severa le reveló la habilidad para tocar el piano. Según ciertas hipótesis, después del trauma su cerebro se organizó de tal modo que permitió a Amato acceder consciente y voluntariamente a su memoria musical. Otra sugiere que su cerebro carece de percepción sensorial y, por lo tanto, le permite escuchar notas aisladas en vez de melodías.




Alonzo Clemons: una herida craneal en sus primeros años descubrió para Alonzo el hasta entonces desconocido talento para esculpir animales con sorprendente precisión y velocidad.

Jon Sarkin: una hemorragia y una embolia permitieron a este pintor, según su propio testimonio, entender el mundo desde una perspectiva más vívida, lo cual a su vez encontró una expresión singular en su estilo artístico.

En todos estos casos la adquisición súbita y aparentemente inexplicable de talentos ha sido rastreada por médicos y científicos especializados sin mucho éxito. Investigaciones recientes han sugerido la existencia de un defecto más o menos congénito y constante en el hemisferio izquierdo del cerebro de los savants, en particular una inactividad anormal en los lóbulos temporales anteriores que, en combinación con la neuroplasticidad propia de dicho órgano (ese mecanismo sorprendente de la adaptación cerebral que provoca la transformación sostenida del área cortical en tanto se aprendan, desarrollen y practiquen nuevas habilidades), podría explicar el surgimiento de talentos desconocidos. Al menos esas son las conclusiones a las que ha llegado Bruce Miller, director del Centro de Envejecimiento y Memoria de la Universidad de California en San Francisco.

Pero lo más sorprendente es que en el caso de los savants “por accidente”, parece ser que las supuestas habilidades inesperadas siempre estuvieron ahí pero obstruidas por la preeminencia de las áreas del cerebro que controlan la lógica, la comunicación verbal y la comprensión.

Esta teoría es interesante porque de algún modo pone en duda la utilidad de ciertos desarrollos civilizatorios caracterizados por la normalización y la homogeneización. La sociedad tiene mecanismos que, en efecto, hacen posible la vida en común gracias a la fijación de ciertos elementos que todos compartimos, pero desde otra perspectiva también acaba con la singularidad que nos es innata.

Quizá la utopía de una sociedad de artistas, de personas creativas con talentos irrefrenables —y en qué ámbitos más civilizatorios que el arte, la música, las matemáticas— esté ahí, pero oculta detrás de los gruesos barrotes de la programación social.

feunte/PopSci

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