Un día, justo el día en el que el día y la noche se igualan, el guerrero de la Luz se sentaba plácidamente en el umbral de su casa.
Al poco sus enemigos comenzaron a pasar ante él. Primero el de la larga capa, de manos grandes y largas uñas. Después, el de los cuernos rugosos y retorcidos (es el que tiene un solo ojo para verlo todo). Más tarde, con paso lento y marcial, el del perfil afilado y los ojos de gato.
Todos pasaron ante él, y dejaron ver una mirada esquiva y traicionera. Ninguno de ellos lo miró de frente clavando sus ojos en los suyos.
Y el guerrero de la Luz dijo hacia sus adentros:
El día que mi enemigo enfrente sus ojos a los míos podré mirarlo en su interior, y entonces sabré cuán poderoso es y si, en verdad, es mi enemigo, no sea que sin verlo en su interior realmente se trate de mí mismo. Y siendo yo mi peor enemigo me confunda y piense que mi enemigo es de fuera, y libre una batalla en el mundo cuando ha de ser en la conciencia.
Y se dijo también:
No hay peor enemigo que el oculto. No hay peor enemigo que la sombra de tu miedo.
Por Miguel Ángel del Puerto
fuente/deshambala.com
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