martes, 7 de enero de 2014

Reapareció Dionisio Llanca, el hombre que aseguró haber sido abducido por un OVNI en 1973.

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 “Si me volviera a pasar, no se lo contaría a nadie”
 
Su caso, ocurrido en 1973 en Bahía, se encuentra entre los más reconocidos a nivel nacional. A pesar del tiempo, dice que todavía lleva marcas en su cuerpo.
 
     ”Si me volviera a pasar lo de aquella noche, no se lo contaría a nadie. Me hizo mucho mal, me difamaron y usaron. En estos 40 años estuve internado por diferentes problemas emocionales y de salud en hospitales de Rawson, Mendoza y Buenos Aires”, dice Dionisio Llanca, el hombre que en 1973 conmocionó a todo el país al contar que había sido abducido por extraterrestres.

Su historia, o al menos la parte que transcurre durante la madrugada del 28 de octubre de aquel año, cuando aseguró haber estado dentro de una nave tripulada por tres seres de otro planeta, es reconocida en todo el mundo.
En la web tiene traducciones en inglés, portugués, español y francés, entre otros idiomas, y hasta pueden verse fotos que lo muestran en aquellos tiempos, cuando solo tenía 25 años.

Sin embargo, la mayoría de los sitios especializados en ovnis tiene un dato erróneo: aseguran que Dionisio murió en 1986, cuando en realidad el supuesto abducido vive tratando que nadie se entere de su pasado en una ciudad del sur, donde trabaja desde hace 4 años como encargado en una estación de servicio.

La vida de incógnito que eligió dificultó los repetidos intentos de “La Nueva Provincia” por contactarlo. De hecho, varios de sus familiares directos desconocían su paradero o si efectivamente había muerto. Otros parientes mencionaron que luego de aquel episodio, el hombre se convirtió en una especie de nómade.

Lo cierto es que apenas conservó el diálogo telefónico con uno de sus hermanos, que registró el celular del que recibió una última llamada hace unos meses, y previa consulta con Dionisio, intervino para que el contacto fuera posible.

La única persona de su actual entorno que conoce la historia, porque aun se la mantiene oculta a sus amigos, compañeros de trabajo y vecinos, es su jefe.
“Hace un tiempo su hija leyó mi caso por Internet y me preguntó. Les tuve que contar todo con la promesa de que no se lo dijeran a nadie, porque la verdad es que no me gusta acordarme”, confiesa. Lo que Dionisio no quiere recordar es que mientras le cambiaba una rueda pinchada a su camión, a la 1.30 de la madrugada de aquel sábado, en la banquina del kilómetro 705 de la ruta 3, dos hombres y una mujer vestidos con trajes grises ajustados y con botas y guantes de color amarillo, aparecieron de la nada a su lado.

A unos 7 metros de altura, sobre una arboleda que también sobrevive al paso del tiempo, estaba suspendida la nave, a la que describió como de unos 4 metros de diámetro y silenciosa como la noche en el medio del campo. Antes, sólo había notado que una luz amarilla se acercaba por la ruta.
 
Según su relato, en ese momento quedó inmovilizado, aunque contó que no fue por el miedo, sino porque una fuerza desconocida se lo impedía. Pudo escuchar a los seres hablando entre ellos en un idioma que le resultaba indescifrable, hasta que uno lo levantó por el cuello y otro le pinchó uno de sus dedos. Lo último que vio fueron dos gotas de sangre que se deslizaban desde el índice hacia el piso y la mirada fija de la mujer. Luego perdió la conciencia.
Cuando despertó, aproximadamente poco después de las 3, se encontraba en el predio de la Sociedad Rural, tirado junto a unos vagones y a unos 10 kilómetros de donde todavía se encontraba estacionado su camión, que fue recogido por la policía horas más tarde.

Dionisio cuenta que se levantó como pudo y caminó por la ruta sin recordar su nombre ni el motivo que lo había llevado hasta ese lugar, hasta que encontró la ayuda de un hombre –cuya identidad desconoce– que lo acercó hasta la comisaría Primera.

Cuando quiso prestar declaración apenas podía balbucear. Quizá por eso, el policía que lo recibió creyó que estaba borracho y, para no perder tiempo tramitando su detención, lo dejó en libertad.

El hombre que lo ayudó volvió a subirlo a su auto y lo llevó hasta el Hospital Municipal. Recién a las 24 horas pudo contar lo sucedido. El hecho se conoció públicamente por periodistas de dos matutinos porteños que por aquellos años eran corresponsales en nuestra ciudad.

Pero la historia no terminó ahí. Con el extraño suceso circulando por los diferentes medios escritos de todo el país, llegó el reconocido investigador Fabio Zerpa, otros periodistas de revistas como “Gente” y enviados de publicaciones especializadas en ufología que pretendían entrevistar al abducido.

“En el año 76, cansado de que me inyecten Pentotal –el llamado suero de la verdad– y los problemas que me generaba recordar todo eso decidí escaparme, no aparecer más”, dice.

Su fuga hacia el anonimato lo llevó a lugares que no imaginó. En la etapa siguiente pasó dos años y medio internado en hospitales de Mendoza, Buenos Aires y Rawson.

“Se me caía la piel de todo el cuerpo y por momentos se me enrojecían tanto los ojos que parecía que me iba a quedar ciego. Los médicos me decían que tenía índices de exposición a radioactividad, aunque lo peor de todo es que de vez en cuando veía la luz del ovni”, dice.

Incluso hoy, cada vez que se lava las manos, asegura que todavía puede verse un pequeño orificio que le hicieron cuando lo inyectaron por segunda vez, arriba de la nave, mientras una especie de parlante le hablaba en español y le prometía no hacerle daño.

También asegura tener una marca en su párpado izquierdo, que surge con mayor claridad cuando se moja la cara y se mira al espejo. Esa se la hicieron con un guante que tenía algo así como tachuelas.

“Esos detalles los recordé por medio de las sesiones de hipnosis a las que me sometí a los pocos días del hecho”, agrega. Las mismas las realizaron médicos y psicólogos de nuestra ciudad, y contaron con la participación de Fabio Zerpa.
Durante esas prácticas, Llanca dijo que subió a la nave por un rayo de luz, que tenía una sola ventana, muchas palancas, varios monitores y una radio, que además de hablarle en nuestro idioma, repetía que eran amigos de los humanos y que venían de un lugar secreto. Antes de liberarlo le prometieron que algún día volverían a buscarlo.

También describió un detalle que se utilizó para darle sustento de veracidad a la investigación de Zerpa. Mientras estaba en el ovni se desplegaron dos mangueras: una tomó contacto con un charco de agua y la restante, con un cable de alta tensión. Casualidad o no, esa misma madrugada la ciudad padeció una baja importante de tensión que se percibió en diferentes barrios.

Otros investigadores sostuvieron que aquel problema existió, pero en realidad se debió a una falla en un transformador ubicado en Ingeniero White. Además, calificaron el caso como uno de los fraudes más importantes de la historia, a Llanca como un testigo no confiable, mencionaron que no había huellas de otras personas al lado del camión y concluyeron que el hombre mentía.

“En todos estos años pasaron muchas cosas. Si me pusiera a contarlas no termino más. La realidad es que aquello me sigue resultando desconcertante, de hecho quedó pendiente conocer qué pasó durante unos 25 minutos en los que estuve en la nave, pero no me quise prestar para ningún experimento más”, comenta.

“Bueno, che”… se le escucha decir como dando a entender que no quiere seguir hablando. Antes de colgar el teléfono vuelve a decir que a pesar de haber cumplido los 65, todavía no le encontró un sentido, un por qué a lo ocurrido. Y que eso lo desvela.
 
Sergio Prieta / LNP sprieta@lanueva.com.ar

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