lunes, 12 de mayo de 2014

El árbol no niega su sombra ni al leñador que le derribe.(Juana de Arco)

1412-1431. Santa y heroína francesa. Se sintió llamada por Dios para la misión de dirigir el ejército francés, coronar como rey al delfín en Reims y expulsar a los ingleses del país, y aunque parecía imposible, lo consiguió. 

Después siguió combatiendo, hasta 1430 que fue capturada por los borgoñones durante el asedio de Compiègne. Fue entregada a los ingleses y acusada de brujería la condenaron a la hoguera.

Cuando las llamas rodearon su cuerpo, después de haber besado repetidamente un crucifijo, exclamó: - ¡Jesús! ¡Jesús!- Tenía sólo 18 años. El cuerpo de la mártir quedó consumido por las llamas y sus cenizas fueron arrojadas al Sena.








La pastorcita de Domrémy

Juana de Arco nació en el año 1412 en Domrémy. Este pueblo, situado entre los confines de Champaña y de Lorena, y perteneciente al país de Barrois, se mantenía fiel al Delfín Carlos, mientras que toda la región, en particular Champaña, estaba de parte de los ingleses y de los borgoñeses.

Los habitantes de Domrémy conocen los horrores de la guerra y de la invasión, pero su fe cristiana está presente, penetrados por el anuncio evangélico que proclama el cura párroco, a pesar de las debilidades y pasiones de la época. Y en un ambiente de piedad vive su infancia la futura heroína. Aprendí de mi madre el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo. Todo lo que sé lo aprendí de mi madre, dijo durante el proceso. Seguramente que en la casa paterna Juana había escuchado lamentos por la tragedia que padecía Francia desde hacía tantos años.

Juana era piadosa e iletrada, como todas sus compañeras del pueblo. Sólo aprendió a firmar en los años en los que desempeñó un papel primordial en la historia de Francia. Durante el proceso de rehabilitación sus viejos amigos de Domrémy recuerdan de ella: Era como las demás, hacía lo que las demás: se ocupaba de la casa, hilaba, llevaba el rebaño a pastar. Según las actas de este proceso y las declaraciones de quienes la conocieron, la humilde pastorcita de Domrémy habría sido igualmente santa aunque Dios no le hubiera pedido que interviniera de forma tan excepcional en los acontecimientos políticos de su patria.

Cuando tenía trece años oyó una voz sobrenatural acompañada de un gran resplandor que venía de la parte izquierda del jardín de su padre. Pudo identificar estas voces sucesivas porque iban acompañadas de apariciones: san Miguel, santa Catalina y santa Margarita. Estas voces le enseñaron a portarse bien, a frecuentar la iglesia, y finalmente le dieron la orden de partir para Francia y le revelaron que ella libraría a Orleáns, asediada desde octubre de 1428. En el proceso de condenación dijo, refiriéndose a las voces: La primera vez tuve mucho miedo. Era casi mediodía, de verano, y estaba en el jardín de mi padre. Y no había ayunado el día anterior.


La epopeya militar

En 1428, obedeciendo a las voces, va a Vaucouleurs en busca del capitán real Roberto de Baudricourt para pedirle que la condujese ante el Delfín Carlos. Juana sólo designa a Carlos con el título real después de ser coronado en Reims, no antes. Baudricourt, hombre acostumbrado a la acción bélica, que consideraba la guerra como el más precioso regalo que Dios le había hecho al hombre, rechazó por dos veces la petición de Juana. Finalmente le concedió un salvoconducto y una escolta.

En febrero de 1429, en la ciudad de Chinon, fue recibida por el Delfín. La Doncella -Juana había hecho voto de virginidad y siempre se designará a sí misma con el nombre de Juana la Doncella-, vestida de varón, dijo al Delfín que venía en nombre de Dios a liberar Francia; expuso sus planes de atacar a los borgoñones, aliados de Inglaterra; de expulsar a los ingleses y de hacer coronar a Carlos en Reims. El Delfín la hizo examinar en Poitiers por una comisión de teólogos y de doctores para asegurarse de su misión sobrenatural. Superada la prueba, el Rey, fascinado por la inocencia y el valor de Juana, en abril de aquel año, le permitió cabalgar con su estandarte y su espada al frente de un ejército para salvar Orleáns. Había comenzado la epopeya militar.

La Doncella, vestida de blanca armadura, penetra en la cercada Orleáns y obliga a los sitiadores a levantar el sitio: era el 8 de mayo de 1429, fecha que jamás han olvidado los habitantes de Orleáns, cuando entra victoriosa en la ciudad. Después, sólo en algunas semanas, se realiza la limpieza del valle de Loira con la toma de Jargeau y la victoria de Patay (18 de junio de 1429) donde el ejército inglés sufre una grave derrota. Poco después tiene lugar la marcha sobre Reims a través de un país controlado por los ingleses. El 17 de julio de 1429 es coronado el Delfín como rey de Francia.

La sola presencia de la Doncella de Orleáns en medio de su ejército despertaba un enorme y prodigioso entusiasmo. Ella no peleaba, sino animaba a todos a pelear. Después de la coronación de Carlos VII, éste deja de seguirla y cae en la inacción. Comienzan los fracasos: ataque a París, bajo cuyas murallas es herida Juana (7 de septiembre de 1429), sin que lograse la liberación de la capital. Durante el invierno realiza operaciones contra las plazas del Loira que resultan estériles. Y en la primavera de 1430, Juana de Arco vuelve a tomar la iniciativa y, reviviendo la hazaña de Orleáns, va en ayuda de Compiègne, que estaba asediada. Allí fue capturada por los borgoñeses, que la vendieron a los ingleses por dos mil piezas de oro (24 de mayo de 1439). Ni la Corte ni el pusilámine Rey de Francia pensaron en su rescate.

Cautiverio y proceso

Juan de Arco fue sometida a tortura en la cárcel, y para mejor defender su pureza virginal, quiso, aun en la prisión, vestir de soldado.

El proceso que le hicieron no fue un proceso político sino eclesiástico por necesidad política. A instigación de la Universidad de París, la Inquisición le instruyó un proceso de herejía y de hechicerías: se trataba de mostrar que sus voces eran diabólicas y así desacreditar al rey Carlos VII, juguete de un agente del diablo. Si se conseguía demostrar que Juana era una bruja, o una hereje, la coronación del rey Carlos celebrada en la Catedral de Reims perdía su sentido sagrado, y al mismo tiempo se derrumbaba la consideración que los franceses tenían de su nuevo rey. Era también un artificio para romper su aureola de santidad y destruir su prestigio moral y religioso antes de matarla.

El proceso, presidido por el obispo de Beauvais, Pedro Cauchon, y en el que participaron seis profesores universitarios parisinos, prelados procedentes de Normandía e Inglaterra, canónigos de Rouen y abogados del tribunal eclesiástico, duró más de tres meses (febrero-mayo de 1431) y fue inicuo en todo su desarrollo, de tal modo que fue evidente la voluntad de condenar a la acusada.

Sin embargo, en este combate agotador, Juana de Arco se defendió con un brío extraordinario. Sus respuestas dejaban maravillados a los escribanos, que anotaban al margen sus impresiones. Abundan en ellas palabras históricas de una plenitud y de una simplicidad admirables. Por las anotaciones que el notario Guillermo Manchon registra día tras día se ve que la vida de la Doncella de Orleáns fue una respuesta: una respuesta a la llamada de Dios. Un llamamiento tan concreto que deja atónitos a todos: por medio de voces, que ella concretamente oía. Y, una vez que Juana comprende que las voces misteriosas que le hablan son un mensaje que viene de Dios, deja de tener dudas y tiene un único objetivo en la vida: adecuarse a lo que se le pide. Para ella Dios debe ser el primer servido.


En el proceso contra Juana de Arco se cumplió una vez más la promesa del Señor: Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de hablar; porque no sois vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros (Mt 10, 19-20). El obispo Cauchon tuvo que pensar que iba a ser fácil, para un tribunal formado por universitarios de alto nivel, expertos en teología, en derecho civil y en derecho canónico, hacer que una joven campesina se confundiera e hiciera afirmaciones heréticas o hacerla caer en contradicción consigo misma o con la Iglesia. En cambio, sucedió todo lo contrario.

Humildad e inocencia de su alma

La batalla más grande de Juana de Arco la combatió contra los hermanos que compartían su misma fe cristiana. Y no se puede imaginar suplicio peor. Sin embargo, aunque sabe que está frente a un tribunal eclesiástico, en un momento determinado exclama: Vosotros no sois la Iglesia. -Nadie había sido nunca tan audaz como ella en su adhesión a la Iglesia -comenta Régine Pernoud-, pero en tan difícil situación logra distinguir qué es la Iglesia y qué son esos profesores parisinos movidos por intereses políticos.

Durante el proceso, la sencilla muchacha de Domrémy muestra una lucidez admirable ante la capciosa astucia que usan los miembros del tribunal para poder confundirla y condenarla por hereje. Cuando los jueces insisten en que les haga una distinción entre la Iglesia militante e Iglesia triunfante, Juana, que ignora el significado de esos términos, responde: Puesto que toda la Iglesia es de Dios, la diferencia no debe ser muy importante.

En otro momento, se le preguntó: ¿Os encontráis en estado de gracia? La gravedad de la pregunta despertó sonoros murmullos. Uno de los jueces, de entre los pocos que se podían considerar honrados, llamado Juan Lefèvre, poniéndose en pie de un salto, gritó: ¡Esa pregunta es terrible! ¡La acusada no está obligada a contestarla!, pero Cauchon ordenó: ¡Silencio! Volved a ocupar vuestro lugar. La procesada deberá responder esa pregunta. Y Juana, con toda humildad e inocencia de su alma, asombró a todos con su respuesta: Si no estoy en gracia de Dios, le ruego a Él que me la otorgue, y si lo estoy, entonces le pido que me la conserve. Juan Lefèvre no puede menos que comentar: Esa respuesta se encuentra por encima de la capacidad humana. ¿De dónde le habrá venido la inspiración a esta criatura?

Condena y muerte

Estando en la cárcel, enfermó. La joven pide los auxilios de la religión: Parece que, debido a mi enfermedad, estoy en peligro de muerte. Si es voluntad de Dios que muera en prisión, solicito confesión, y que me permitan recibir a Jesús, mi Salvador. También deseo que me entierren en sagrado. Y cuando se le amenaza con la expulsión del seno de la Iglesia, se limita a decir: Soy buena cristiana desde mi nacimiento. Estoy bautizada y como buena cristiana moriré.

Juana de Arco fue condenada a la pena del fuego. Murió afirmando que sus voces no la habían engañado. Al final del proceso dijo proféticamente: Antes de siete años los ingleses perderán todo lo que tienen en Francia. Será una gran victoria que Dios enviará a los franceses. Poco antes de morir había apelado al Romano Pontífice, pero Martín V acababa de bajar al sepulcro y a los oídos del nuevo papa, Eugenio IV, no llegó el grito de la inocente doncella.

Proceso de rehabilitación

Seis años y medio después de la muerte de la Doncella de Orleáns, Carlos VII, aquel rey que le debía todo y que no se interesó por ella durante su larga detención y proceso, entraba victorioso en París. La Normandía es reconquistada en 1450, y cuando el rey Carlos entra en Rouen, la ciudad donde fue quemada Juana, ordena una investigación oficiosa para saber la verdad de aquel proceso y el modo en que se llevó a cabo. Los testigos aún vivían, entre ellos el notario que había redactado las actas del proceso. En los años siguientes se llevaron a cabo otras dos investigaciones, esta vez, oficiales, que acabaron en un nuevo proceso, pues el papa Calixto III mandó revisar el proceso inquisitorial cuando le llegaron las protestas de la madre y hermanos de Juana.

El proceso de rehabilitación se abrió en 1455 en Notre-Dame de París. En la primera sesión los comisarios del Rey escucharon las declaraciones de la madre de Juana, Isabel Romée. Luego los testigos de su infancia y juventud. El resultado fue la plena anulación del proceso de 1431, con la consiguiente justificación de la heroína francesa.

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