viernes, 18 de julio de 2014

El Gran Secreto.

Una nueva rama de la ciencia, con su consiguiente tecnología, podría llevar años de desarrollo en algunos laboratorios, rodeados del máximo secreto. Sus aplicaciones podrían transformar radicalmente la sociedad humana y dar paso a una nueva era imprevisible para el poder. Sin embargo, todos los esfuerzos por encubrir este conocimiento serian inútiles, dado que la teoría en la cual se basa implica que los saltos evolutivos son dirigidos por fuerzas Interdimensionales que ni siquiera sospechamos. 

En junio de 2000, el Dr. Lijun Wang, de la universidad de Princeton, consiguió superar la velocidad de la luz acelerando un pulso de radiación láser. El resultado del experimento cuestiona la teoría de la relatividad y parece exigir una nueva física para explicar ciertos fenómenos, precisamente en un momento histórico que muchas tradiciones milenarias coinciden en calificar como el comienzo de una nueva edad de oro. Imaginemos durante un momento como seria el mundo si la energía que consumimos fuera virtualmente gratuita. Utópico ¿verdad? 
 
¿Y si fuéramos capaces de gobernar el clima, descomponer y recomponer la estructura fundamental de la materia, dirigir el curso de nuestra propia biología y, en general, dominar y controlar cualquier fuerza de la naturaleza? La consecuencia inmediata que se nos ocurre es que nuestro nivel adquisitivo ascendería hasta niveles considerablemente más altos que los actuales, es más: ese proceso se reproduciría a escala mundial haciendo que la pobreza y el hambre desaparecieran de nuestro planeta. 

En esta situación, no cabe duda de que nuestra especie se vería libre de todas las servidumbres. Viviríamos en un mundo donde no sería necesario trabajar, en el cual cada persona podría encaminar su vida y su talento por los senderos que estimase más oportuno. Ahora, imaginemos que, por algún acontecimiento cósmico, el ser humano alcanzara estas capacidades, no por meritos propios, sino porque se viera abocado de forma inevitable a dar el siguiente paso evolutivo en esa dirección y que el experimento del Dr. Wang, que parece haber abierto una grieta en la física relativista, es el primer atisbo publico del nuevo conocimiento. 
 
Bonita historia, ¿Estaríamos nada menos que ante la utopía soñada por los visionarios de todos los tiempos: el ideal en el cual coinciden las ideologías de todos los signos, aunque discrepen en los medios para crear semejante paraíso. Pues bien todo esto no solo es posible, sino que podría estar empezando a suceder sin que nos enteremos. Indicios recogidos en todo el mundo nos llevan a pensar que nos encontramos en vísperas de conocer el gran secreto: la clave de los mayores enigmas de nuestro mundo y, sobre todo, la fuente de un poder inimaginable. Para conocer los antecedentes de esta historia debemos remontamos a una época increíblemente remota, decenas de miles de años antes de la aparición de nuestro primeros registros históricos. 

 En aquel tiempo parece haber existido una civilización cuyo recuerdo ha pervivido en las leyendas y mitos de prácticamente la totalidad de los pueblos de la tierra en diversos lugares del globo han sobrevivido vestigios de ella: edificios y artefactos que se han convertido en una pesadilla para científicos y arqueólogos. No sabemos si sus artífices fueron seres humanos o algo diferente, si eran originarios de nuestro planeta o llegaron a.C. como consecuencia de alguna inimaginable peripecia. Lo que suponemos, porque en esto coinciden todas las leyendas que sobre ellos se escribieron, es que eran dueños de conocimientos que les permitían realizar prodigios inaccesibles para nosotros, haciéndoles aparecer como dioses a los ojos de nuestros antepasados. Estos enigmáticos seres no eran dioses, sino tan solo los depositarios de un saber que les otorgaba un poder casi ilimitado comparado con el de nuestros ancestros. Y estamos seguros de que no eran dioses porque, en lo que también coinciden esas leyendas es que ese conocimiento fue la causa de su crepúsculo. La Atlántida, o como se la quiera llamar, desapareció casi de la noche a la mañana destruida por la insensatez de sus habitantes que, borrachos de soberbia, hicieron mal uso del don que se les había otorgado. 
 
Los supervivientes se dispersaron por todo el globo. Con el discurrir de los siglos, la antigua ciencia trasmitida de maestro a discípulo a través de generaciones se fue contaminando de superstición. Quedaron los ritos, pero la explicación de todo ello se había extraviado hacía mucho tiempo. Axial nacieron las ciencias ocultas, la astrología, la alquimia, las disciplinas espirituales y hasta la magia. Sin embargo, es posible que la antigua ciencia no se haya perdido para siempre y ahora mismo estamos en vísperas de adquirir un conocimiento que, en cuanto a compresión del Universo, nos colocaría a la misma altura de aquellos míticos seres a quienes nuestros primitivos antepasados llamaron dioses. 
El secreto comienza a dibujarse a partir de una nueva disciplina (o tal vez no tan nueva) llamada física híper dimensional. 

 LA FISICA HIPERDIMENSIONAL.
La aparición de estos (vórtices planetarios) ya había sido predicha a mediados del siglo XIX por el físico matemático James Clerk Maxwell, cuyas ecuaciones pusieron la piedra angular de la primera teoría unificada de las fuerzas naturales. El electromagnetismo, su teoría supuso un paso ineludible en el camino que condujo a la física moderna: la relatividad de Einstein y la mecánica quántica, de Planck, Heisenberg y Schrodinger. Sus postulados fueron propuestos por los científicos más notables de la época, y muy poco dados a especulaciones para científicas como Helmholtz, Lord Kelvin, Faraday y el propio Maxwell. 
 
Estos pioneros llegaron a la conclusión de que nuestra realidad tridimensional no es sino la parte accesible para nosotros (seres tridimensionales) de un universo de mas dimensiones, y que en la interacción entre esas otras dimensiones y las tres que constituyen el mundo material de nuestra experiencia se encontraría el secreto de muchos fenómenos hasta ahora inexplicables, e incluso la clave de la aparición de la vida sobre nuestro planeta. Los padres de la física hiperdimensional llenaron pizarras con interminables cálculos, desarrollaron ingeniosos modelos cosmológicos y levantaron un verdadero edificio de relaciones matemáticas y geométricas. Las mismas que más tarde aparecerían en un lugar tan insospechado como la superficie de Marte. 

Sabían que, en determinadas circunstancias, tendría que existir un flujo de energía de esas otras dimensiones hacia la nuestra. Concretamente, afirmaban que un sistema giratorio de un espacio de cuatro dimensiones haría surgir una serie de vértices de energía al ser proyectado en un espacio de tres dimensiones como el nuestro. Ese fenómeno se produciría, según sus cálculos matemáticos, a 19.5 grados de ecuador. 

Sin embargo, lo novedoso de la idea la hizo blanco de numerosos ataques y termino cayendo en el cajón del olvido científico. Son celebre, en este sentido, los adjetivos descalificadores “místicos” “obra del diablo” que el físico Oliver Heaviside dedico a estos trabajos de Maxwell por tratar con conceptos hiperdimencionales. Sin embargo, a medidos de la década de los 60, un hallazgo astronómico aparentemente irrelevante vino a apoyar los planteamientos de aquellos pioneros de la física del siglo XX. 

Las observaciones que se realizaron a través de los primeros espectrógrafos demostraron que el planeta Júpiter desprende una “radiación infrarroja anómala” esto es, emite mucha más energía de la que recibe del sol. Posteriormente, las ondas Pioneer y Voyager pusieron de manifiesto que el mismo fenómeno inexplicable se repetía en Saturno, Urano y Neptuno. 

Esto constituía una anomalía cósmica de primer orden. Si la cantidad de radiación emitida al espacio por estos planetas es muy superior a la que correspondería a la suma del calor interno y al que reciben del Sol, entonces, ¿de dónde procedía esa energía adicional? 

Para la Física Hiperdimensional la respuesta es que la combinación entre la masa de los planetas y su momento angular (la energía de su desplazamiento alrededor del sol) genera un punto de contacto con otras dimensiones, a través del cual se produce una transferencia de energía. Esto se puede cuantificar a través de la formula L = mr 2, en la que “L” es la energía resultante, “m” la masa y “r” el momento angular. Dicho llanamente: recibimos aportaciones energéticas de otras dimensiones inaccesibles a nuestra experiencia tridimensional, y el propio sistema solar funciona como un mecanismo que genera los portales interdimensionales a través de los cuales penetra dicha energía. 

Los parámetros físicos y matemáticos requeridos para esta transferencia de energía e información procedentes de un hipotético espacio n-dimensional (donde n es un numero indeterminado) fueron establecidas en su momento por personalidades científicas del siglo XIX de la talla del matemático alemán Georg Riemann, el físico escocés Sir William Thompson, el ya citado Maxwell y el matemático británico Sir William Rowan Hamilton. 

Fue concretamente el matemático Arthur Cayley quien estableció las relaciones geométricas interdimensionales que aparecen, no solo en la llanura de Cydonia, sino también en la geometría sagrada que durante milenios ha acompañado a las practicas esotéricas más diversas y ha regido la configuración formal de las construcciones de la arquitectura sagrada. 
 No obstante, hay una objeción legítima que hacer. Esta muy bien que exista una física hiperdimensional asociada a la mecánica celeste, pero ¿no hay algo más actual, más tangible, que pueda confirmarnos que estamos ante un indicio que pueda conducirnos a la antigua ciencia de los dioses? 
 
autor/Josep Serneguet/piedrasica.es

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