Por Rafael López Guerrero. Research Director en Starviewerteam.org
Rafael López-Guerrero
Pensemos en los tiempos de la Edad Media. Allí el miedo sobrecogía las
almas de aquellos que intentaban transcender a la cotidiana
subsistencia. La Inquisición de acuerdo con los monarcas y los señores
feudales imponían las restricciones al pensamiento de aquellos que
osaban dejar de ser súbditos.
En aquellos tiempos no existían
las comodidades actuales ni los avances tecnológicos, pero por el
contrario sí existían comunidades de aldeanos que bajo determinadas
circunstancias podían ayudarse, pensar unidos, sentir unidos y
organizarse. Así que el miedo servía a la casta dominante para sembrar
el terror y paralizar toda iniciativa creativa que fuera más allá de la
subsistencia mínima y la recolección de cosechas para recaudar los
tributos.
Si tomamos este paradigma básico, comprenderemos que a
pesar de tener en la actualidad medios económicos y tecnológicos que
nos generan un aparente “poder” de comunicación interpersonal, realmente
todos esos medios inducen a separarnos de aquellos con los que
estaríamos realmente conectados si realmente esos avances tecnológicos
hubieran servido para dejar de ser súbditos.
Pongamos un ejemplo
muy sencillo. Si me desconecto de todos los medios modernos y me voy a
vivir al campo, llevaré un horario diferente que en la ciudad.
Curiosamente me sentiré feliz al dormir y al despertar y mis
preocupaciones serán quitar los jaramagos de los frutales, recolectar
las naranjas o las olivas o las hortalizas por épocas y a medida que las
necesite, sembrar, arar, etc…También podré cocinar los platos que me
apetezcan, tocar el piano y organizar una cena con amigos o con mi
pareja, o por qué no, pintar, barnizar las ventanas, mantener con
mortero blanco las paredes de la casa, verificar las luces, desarrollar
un sistema de drenaje, etc…Pero y por qué no…También tendré tiempo para
escribir, para meditar, para componer, para sentir, para mirar las
estrellas…¿Aburrimiento? En absoluto. El aburrimiento no existirá jamás
cuando he conseguido parar el tiempo en un contexto en el que la mayoría
de las personas viven hacinadas en las ciudades, pagando una hipoteca,
anhelando el mejor coche para competir con el vecino o discutiendo sobre
cuál es o no el mejor colegio, la mejor Universidad y la mejor
profesión para sus hijos, mientras el sistema les lastra el 85% de sus
ingresos (En caso de que los tengan) en pagar unos impuestos que reducen
su escasa renta disponible a un rincón de súbditos temporales del
sistema para pagar guerras con el miedo hipotecado al futuro y sin saber
bien ni quiénes son, ni cómo salir y ni siquiera alcanzan a ver más
allá de la urbe de la que en agosto se escapan estresados en hordas por
las carreteras para pelearse por un metro cuadrado de contaminadas
playas que paradójicamente los otros 11 meses restantes están limpias y
en armonía, dejando desiertas las grandes ciudades.
En ese
contexto, es el miedo el que desencadena el comportamiento robótico.
Cuando el ser humano tiene miedo, actúa como un robot, es previsible en
sus conductas personales y sociales, es vulnerable a las críticas y a
los reproches externos y finalmente es absolutamente manipulable por los
señores feudales de nuestro tiempo, ya que es carne de cañón de las
multinacionales, los grandes centros comerciales, los bancos y cómo
no….Los poderes oscuros. En ese contexto cualquier pequeño disgusto,
implicará discusiones familiares, rupturas y destrucciones de familias
que parecían antes firmes pero que realmente son efímeras cuando están
fundamentadas en los pilares de un sistema que vende una falsa seguridad
inexistente a cambio de una libertad real que el titular no valora.
El dinero no es la verdadera moneda de cambio, sino un medio para
engatusar a las personas hacia un sistema en el que la deuda actúa como
un lastre de esclavitud basado en el miedo al futuro como arma
arrojadiza de un sistema en el que unos pocos (los que disponen de
tiempo) pretenden hacer que la gran mayoría carezca de él.
La
razón es muy sencilla. Cuando se dispone de tiempo se es rico, cuando no
se dispone de tiempo, se es pobre. La pobreza real, consiste en la
falta de tiempo. La verdadera riqueza es el don de disponer de tiempo
para sentir, tiempo para meditar y tiempo para hacer que esos
sentimientos profundos lleguen a cada rincón de aquellos que deseen
entender y sentir el paraíso. Ese es el paraíso.
El momento en el que el
tiempo se para y escuchamos los pájaros cantar, vemos las abejas libar
en las flores, nos emocionamos con el susurro del viento, la brisa que
mece las hojas, las olas del mar y la puesta del sol o el amanecer.
Cuando en ese momento nos invade esa sensación profunda de amor, de
dicha, de belleza, de paz y de armonía perfecta, eso es el paraíso.
En
ese estado el miedo no existe, no somos previsibles sino
meta-inteligentes, nos conectamos entre nuestras emociones con los
demás, y se nos dilatan las pupilas cuando con una simple mirada
comunicamos con otros. No necesitamos en esos momentos ni TV, ni
Ordenadores, ni I-Phone, ni coches, ni sofisticados sistemas, pues
cuando nos sentamos en la orilla del mar a contemplar las olas y
disfrutamos y compartimos de una playa salvaje, de un baño en el océano,
de un paisaje y de un atardecer, vemos la grandeza de lo que realmente
somos y nos volvemos imprevisibles para ellos.
Ahí no existe el
miedo. No tiene sentido. ¿Te imaginas lo que sucedería si mañana
decidieras volver a reconciliarte con tus emociones más profundas…?
Pues todo esto que acabas de leer es la verdadera receta de la
felicidad. Y al mismo tiempo es lo que les asusta a los que quieren
buscar tu miedo. Piensa en ello. Piensa también que el lugar donde
escribo estas letras, podría ser un lugar que en los medios de
comunicación aparece devastado por una "supuesta" guerra que igual no
existe salvo en la Tele.
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