martes, 22 de agosto de 2017

Coronel Fawcett y la ciudad perdida.


¿ Qué pasó con el Coronel Fawcett?

Mato Grosso, Brasil. Mayo de 1925. Desde el campamento bautizado “Caballo Muerto”, localizado a 11º 43’ Sur y 54º 35’ Oeste, tres hombres envían las últimas cartas a sus familiares y se internan en plena jungla. A partir de entonces: silencio. Jamás se supo de ellos. Desaparecieron mientras iban tras una supuesta ciudad perdida. El coronel Percy H. Fawcett, su hijo Jack y un amigo de éste, Raleigh Rimmell, entraron a formar parte de las estadísticas.

A partir de ese momento se desató desde Inglaterra y otros países, una verdadera fiebre por encontrar a Fawcett y los suyos. A la misteriosa desaparición se le sumó un nuevo incentivo, casi deportivo: el de la búsqueda. Hallar al militar británico podría significar encontrar también la evanescente ciudad “Z”, y en pos de ambos se organizaron, a lo largo de casi veintiséis años, costosas expediciones de rescate, muchas de ellas financiadas por periódicos, que supieron detectar la enorme veta comercial que despertaba la estampa del explorador perdido.

En 1927, comenzaron a circular rumores sobre un anciano blanco, y aparentemente loco, que deambulaba solo por las selvas amazónicas. La bola de nieve no dejó jamás de crecer y la imagen del europeo asalvajado por la jungla impactó fuertemente en la imaginación de lectores y viajeros. Personas respetables contaban historias fantásticas sobre el malogrado explorador. Por ejemplo, un ingeniero francés dijo haber visto a Fawcett en la región Minas Gerais, dos años después de su desaparición. Era como si la antigua aventura de Henry Stanley, en su búsqueda de Livingstone, volviera a reeditarse.

En 1928, la North American Newspaper Alliance (NANA) colocó al comandante George Dyott al frente de una expedición en la que se pretendía averiguar la suerte corrida por Fawcett. Tras internarse en la selva y alcanzar una aldea de indios Anaqua, Dyott llegó a la penosa conclusión de que el coronel británico y su hijo habían sido asesinados por una tribu vecina, los Kalapalos. Como era de prever, la familia del militar se negó a aceptar tal contundente y pesimista hipótesis. Rechazaron las conclusiones de Dyott y continuaron proponiendo las más románticas explicaciones acerca de la suerte corrida por su esfumado pariente. Según éstas, Fawcett aún conservaba la vida en alguna parte de la selva, sugiriendo posibilidades que iban más allá de todo sentido común.

En 1930, el periodista Albert de Winton siguió los pasos de Dyott hasta alcanzar la propia aldea de los Kalapalos. En el sitio, Winton confirmó la opinión de su predecesor, quedando convencido de que Fawcett había sido muerto por los aborígenes de la región. Por desgracia, jamás pudo debatir con los testarudos familiares del coronel inglés: Winton no volvió a aparecer con vida. También a él la selva se lo tragó para siempre.

Dos años más tarde, en 1932, un suizo llamado Stefan Rattin regresó del Matto Grosso diciendo que había encontrado a Fawcett prisionero de una tribu, al norte del río Bamfin. Juró haber hablado con él y, para poder probar que sus dichos eran ciertos, organizó una expedición a fin de ubicar definitivamente al inglés perdido. Ingresó en la selva y nunca más volvió a salir de ella. Las desapariciones se acumulaban (Fawcett, Dyott, Rattin…) y junto con ellas la fascinación por la región aumentó. El Matto Grosso se tragaba a la gente. Eso era noticia. Y los periódicos colaboraron en hacer más grande el misterio, o directamente en construirlo. Se llegó a sostener que los tres exploradores estaban prisioneros de ciertas tribus amazónicas pero impedidos de abandonar esas aldeas. Brian Fawcett, hijo sobreviviente del coronel, escribió: “He oído decir que los indios salvajes gustan de mantener cautivo a un hombre blanco. Esto aumenta su prestigio ante los ojos de las tribus vecinas y el prisionero, generalmente bien tratado pero estrechamente vigilado, ocupa una posición similar a la de una mascota” .El mundo al revés. Así es la selva. En ella, hasta el más insigne representante del Imperio Británico podía llegar a convertirse en un simple trofeo de guerra o un objeto de diversión de seres humanos que encarnaban el salvajismo más primitivo.

Occidente creaba un nuevo mártir, un héroe detrás de las “líneas enemigas”; un símbolo de fortaleza y no-resignación que, aún diez años después de su desaparición, seguía siendo imaginado con vida y enviando crípticos mensajes desde la espesura. Mensajes que sólo podían ser descifrados por la “inteligencia blanca” y en los que se indicaban los caminos a seguir para el descubrimiento de la civilización perdida que lo retenía. Así, cualquier objeto que se encontrara pudriéndose en la humedad de la jungla era una pista. Brújulas, valijas o teodolitos oxidados abrían puertas inesperadas tras los pasos de Fawcett. En 1933 ya se hablaba de indios blancos descendientes de Jack, y en 1935 se pusieron en marcha dos fracasadas expediciones que terminaron divulgando informes sobre esqueletos y cabezas reducidas. Pero ninguna de estas exóticas noticias nunca fueron confirmadas. En 1951 un tal Orlando Vila Boas sostuvo haber escuchado de boca de un cacique kalapalo que él había asesinado a Fawcett y sus compañeros. Incluso encontró los que podían llegar a ser sus huesos. Pero guiados por un esperanzado romanticismo, la esposa del coronel y su hijo, siguieron negando los hechos…

fuente/veritasboss.com

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