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martes, 29 de diciembre de 2015

Por qué la creatividad, y no el dinero, es la clave de la salud y la felicidad.

Aunque la mayoría de nosotros maneje discursivamente que el dinero no es lo más importante de nuestras vidas, la mayoría de nosotros supedita sus actividades en función primordialmente de ganar dinero. Aquellos que tenemos la fortuna de tener la opción de elegir entre una actividad que genere mayores ingresos y una que también nos permita vivir y sea más afin a nuestros intereses pero que genere menores ingresos, solemos elegir la primera. Quizás porque, consciente o inconscientemente, hemos asociado el dinero con la felicidad; en gran medida hemos interiorizado los valores de un mundo centralizado en la economía y en el que reina la cantidad más que la calidad. Lo anterior, sin embargo, es un error que tarde o temprano descubriremos, a través de nuestra salud, nuestro nivel de satisfacción, el significado de nuestra vida y la calidad de nuestras relaciones, entre otras cosas.
Un poco de manera similar al caso de Viktor Frankl en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, estudiando la salud y la resiliencia del ser humano ante la adversidad, sugiere que el indicador principal de la felicidad de un ser humano es su nivel de envolvimiento en actividades creativas. Frankl desarrolló su teoría de la logoterapia fincada en la necesidad humana de tener un significado que impulse la vida: vivir para algo es la más poderosa medicina. 
Csikszentmihalyi mantiene que las personas en un estado de “flow” (término que utiliza para significar la dinámica de la creatividad) pueden “estar felices” no obstante “lo que está ocurriendo fuera, sólo cambiando el contenido de su conciencia”. Su tesis señala que es en los estados de inmersión en trabajo significativo que el hombre encuentra la satisfacción y el bienestar. En este sentido, este “flow”, esta creatividad o concentración, nos dice Csikszentmihalyi, es similar a una meditación dinámica, comparable con el “ekaggata” del budismo, la “concentración en un solo punto” en la cual la mente está unida a la experiencia.
La teoría de Csikszentmihalyi merece destacarse en una época donde predomina el multitasking y el déficit de atención (además del materialismo rampante). La actividad creativa provee un sentido de inmersión que puede transformarnos al unirnos con la actividad que estamos realizando o con el objeto de nuestro conocimiento. Este sentimiento de unidad y participación con el flujo de las cosas es también un sello de una disciplina espiritual. 
Si bien la creatividad es un término abusado y generalmente contaminado por la jerga del marketing, si regresamos a su esencia filosófica, notamos que el acto creativo es un acto de armonización y sintonización de las fuerzas del cosmos. La mayoría de las religiones y filosofías esotéricas coinciden en afirmar que la creación no es algo que ocurrió en un pasado distante, sino que es la realidad presente de un universo en el que, como escribió Einstein, el pasado y el futuro son solamente ilusiones muy persistentes. En este sentido, Carl Jung observó que la alquimia, en su sentido psicológico, no es más que la observación, integración y repetición del proceso creativo de la naturaleza. Aquí volvemos a encontrar el sentido de la creatividad como una meditación en movimiento que se ocupa sólo del presente –un presente en el que resuenan todos los momento del tiempo simultáneamente. 
Coincidiendo con Frankl y Csikszentmihalyi, el filósofo Manly P. Hall observó durante sus más de 50 años dirigiendo un centro de estudio que las personas que realizaban cotidianamente una actividad creativa tendían a enfermarse mucho menos, de tal manera que la creatividad podía usarse como un factor determinante en la predicción y corrección de la salud de una persona.
Más recientemente, el doctor Ernest Lawrence Rossi tuvo una experiencia de autosanación después de sufrir daño cerebral al someterse a lo que llama “efecto de novedad-numinosidad-neurogénesis”, en su caso producido por interactuar de manera creativa con obras de arte. Rossi teoriza, de hecho, que la música y otras experiencias artísticas ayudan a regenerar células cerebrales. 
Jason Horsley propone que la creatividad sólo puede producirse como resultado de la honestidad y la autenticidad. Casi como un acto instintivo similar a parir, la creatividad, según Horsley, surge de la espontaneidad, de una experiencia directa no mediada con la cultura; es profundamente un acto de autoexpresión: una especie de código autosignificante de lo que somos. Ser en su acepción más básica e instintiva es crear. En este sentido lo que creamos no es otra cosa que aquello que somos profundamente –y por ello la creatividad es una función de integración con nuestra propia naturaleza.
En El banquete de Platón, la sacerdotisa que pasaría a la historia como la gran iniciada del amor, Diotima, le dice a Sócrates que el amor tiene dos fines, procrear en el sentido material de engendrar una descendencia y procrear en el sentido espiritual, una procreación de belleza que es una forma de encontrar y acercarse a la inmortalidad.
Así tenemos una motivación para buscar la creatividad y la belleza antes que el dinero y el éxito en el mundo, una reflexión hacia la riqueza interior que reúne en un mismo círculo de virtud la estética y la ética, puesto que aquel que ejerce una disciplina creativa sin priorizar su beneficio económico personal estará también contribuyendo al mundo y cultivando la virtud.
fuente del texto/ Pijamasurf.


jueves, 24 de abril de 2014

Los círculos de la influencia: ingeniosa ilustración establece las relaciones entre grandes de la creatividad.

MARIA POPOVA, LA ADMIRABLE EDITORA DEL SITIO BRAIN PICKINGS, HA ELABORADO EN COLABORACIÓN CON MICHELLE LEGRO Y LA DIBUJANTE WENDY MACNAUGHTON ESTA ILUSTRACIÓN EN LA QUE SE ESTABLECEN LAS RUTAS QUE UNEN A GRANDES DE LA CREATIVIDAD COMO JOYCE, MCLUHAN O JANE AUSTEN.

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Si todavía es posible hablar de “naturaleza humana”, si no se trata de un concepto anacrónico que levante suspicacias, puede decirse también que uno de sus rasgos fundamentales es su dialéctica entre lo individual y lo colectivo: somos seres encerrados en la prisión de nuestra propia conciencia pero, al mismo tiempo, arrojados a un mundo de semejantes. Como consecuencia, nuestra percepción, nuestras ideas, los caminos que seguimos para aprehender la realidad y las formas que hacemos nuestras para ser y estar en el mundo, se nutren de ambas circunstancias: son innegablemente nuestras y también ineludiblemente de los otros.

Y si bien esto se puede ejemplificar en prácticamente cualquier gesto de nuestra existencia, quizá los quehaceres creativos es donde resulta mucho más fácil de volverlo evidente. Una pintura, una pieza musical, un poema, un edificio o un movimiento de una bailarina, son, en el mejor de los casos, entidades autónomas en sí, que se justifican por sí mismas, pero a su vez son herencia de otras manifestaciones culturales que existieron antes, que las influyeron y de algún modo condicionaron su surgimiento súbito en el mundo. Joyce, por ejemplo, ¿pudo ser sin Shakespeare?

La ilustración que ahora compartimos intenta mostrar esos “círculos de la influencia” que pueden rastrearse entre algunos de los grandes de la creatividad, así, en sentido amplio, pues lo mismo pueden encontrarse artistas que deportistas y científicos. Esta fue elaborada en parte Maria Popova (la admirable editora del sitio Brain Pickings) en colaboración con Michelle Legro y la dibujante Wendy MacNaughton.

Por último cabe hacer mención de un elemento insoslayable en este juego de reflejos y corrientes: el azar. Si bien puede pensarse que estamos determinados por las condiciones en que nacemos ―el lugar, la época, la situación social, etc.―, existe simultáneamente una tabula rasa, una zona de incertidumbre que acaso por momentos se confunde con la libertad en la que todo está todavía por suceder, ahí donde es imposible decir si a una persona la marcarán los escritos de Thoreau o los de Virginia Woolf, y cuáles serán las consecuencias de estos encuentros.

Imagen vía Brain Pickings

lunes, 30 de diciembre de 2013

Ilusiones ópticas, cuando el cerebro se equivoca. (Haz la prueba tu mismo/a)


Las ilusiones ópticas siempre nos han atraído, son pequeños retos para nuestros sentidos que nos desconciertan y embelesan: ¿Se mueven las figuras? ¿Son rostros u objetos? ¿Es una sola figura o hay más?

Interrogantes que han sido materia de estudio por muchos científicos para ahondar un poco más en nuestros procesos mentales y en el modo en que procesamos la información. La base de este misterio se centra en el sencillo hecho de que nuestro cerebro es terriblemente lógico y desea encontrar un sentido y un equilibrio a todo lo que ve y a todos los datos que le envían nuestros sentidos, en este caso la vista. - ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué ese desorden visual?- se pregunta el cerebro. Y ante el hecho de no encontrar respuesta, él, sencillamente lo reinterpreta… veámoslo más detenidamente.

EL CEREBRO FUNCIONA COMO UN ESTADÍSTICO

El modo en que vemos nuestra realidad depende únicamente de nuestros procesos cerebrales, de hecho, los científicos suelen decir a menudo que “si tuviéramos un cerebro que utilizase estrategias diferentes para entender el mundo, éste, sería muy diferente”.

¿Qué tienen pues estas imágenes que lo desconciertan tanto? Líneas imprecisas, objetos flotantes, extraña perspectiva… nuestra retina capta todos esos datos y se los manda de inmediato a nuestra corteza cerebral para que los procese e interprete. Pero la cuestión está en que nuestra retina capta esas imágenes únicamente en dos dimensiones, es una información limitada donde se centra solo en ver bordes, colores y formas… hay demasiado desorden, no hay equilibrio y nuestro cerebro se desconcierta de pronto…

¿Cómo actúa entonces? Mediante estadísticas. Incapaz de comprender lo que está viendo echa mano de sus estadísticas tras extraer la información de la que dispone y, entonces, saca una conclusión: la lámina que estamos viendo tiene para él la capacidad del movimiento.
Pero no es cierta, obviamente nuestra parte racional nos dice que es imposible, los cuadros no se pueden mover, sin embargo nos lo hace creer.

TIPOS DE ILUSIONES ÓPTICAS.

Existen básicamente dos tipos de ilusiones ópticas:

1. Ilusiones cognitivas: tal y como hemos explicado anteriormente, nuestro cerebro interpreta erróneamente la información que le envían nuestros ojos y comete un fallo en la deducción sobre la dimensión y perspectiva de los objetos. Veamos unos ejemplos.

¿Qué hay aquí, dos caras o un jarrón?

¿Qué ves? ¿Un jarrón o dos caras?
                              ¿Qué ves? ¿Un jarrón o dos caras?

2. Ilusiones fisiológicas: Ocurren cuando sufrimos un deslumbramiento, o nuestra retina sufre un ligero estrés al mirar un determinado objeto al que no puede adaptarse. Podemos experimentar por ejemplo una “postimagen”, cuando una figura se queda impresa en nuestros ojos ya que porque hay mucho brillo, mucho color, por el parpadeo…

Intenta ver esta imagen, poco a poco el rosa pasará a ser verde, y si llevas mucho tiempo mirando el punto central, los círculos que lo rodean se desvanecerán porque la retina se agota...



Todo esto nos ofrece la interesante conclusión de que nuestra percepción de las cosas no siempre es tal y como pensamos, PERCIBIR SIGNIFICA TAMBIÉN INTERPRETAR, nuestro mundo tal y como lo vemos no es un reflejo exacto que impacta directamente a través de nuestros sentidos hasta el cerebro, en absoluto, nuestro cerebro analiza, sintetiza, transforma e interpreta, no es que sean engaños, es sencillamente un modo de protegernos… ante lo extraño y ante el desorden él nos aporta un equilibrio y una respuesta lo más lógicamente posible. Gracias a nuestro cerebro nos adaptamos al mundo que nos rodea, y sin lugar a dudas, lo hace más apasionante. 


fuente/lamenteesmaravillosa.com

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ken Robinson. La creatividad y la Educación.

Sir Ken Robinson es reconocido a nivel mundial como un experto en creatividad y educación, por sus logros estudiando estos temas, fue ordenado caballero en junio de 2003.

En esta TEDTalk, Ken Robinson hace una apasionada y divertida argumentación sobre la importancia de la creatividad para los retos de nuestro siglo.