Mostrando entradas con la etiqueta LENGUAJE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta LENGUAJE. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de mayo de 2016

El lenguaje puede salvar tu vida.



El filosofo y neurocientífico explica que el uso de palabras positivas no sólo está relacionado con la felicidad, sino con la longevidad.


El filósofo e investigador neurocientífico Luis Castellanos durante una ponencia.

El filósofo e investigador neurocientífico Luis Castellanos durante una ponencia. E. Paidós.

El lenguaje cerca la vida. La dota de sentido, de peso. En cierto modo, es también una lucha contra la marginalidad, contra el silencio que anula, contra el aislamiento. Es por el lenguaje que la existencia no es sólo una resonancia interna, un devenir de días, hechos y pensamientos mudos. Nada termina de ser real si no se nombra. El lenguaje es un golpe sobre la mesa, un “estamos aquí”, un “trascendemos”, un “intervenimos”. Agentes por fin en la propia historia y en la del resto. ¿Qué es el ser humano: lo que desea, lo que hace, lo que piensa? Algo es seguro: a nivel social, el hombre es lo que dice. Y cómo lo dice.

Luis Castellanos -filósofo e investigador en el campo de la neurociencia- va más allá. En La ciencia del lenguaje positivo(Paidós) explica que el lenguaje -consciente, bien elegido- no sólo construye la vida, sino que es capaz de alargarla. “Las palabras positivas -como alegre, meta, ímpetu- inciden directamente en nuestra salud creando sistemas de protección en nuestro cerebro, que es muy plástico. Si las empleamos bien, podemos vivir más años”.

Las palabras positivas -como alegre, meta, ímpetu- inciden directamente en nuestra salud creando sistemas de protección en nuestro cerebro, que es muy plástico

La idea de que los términos “optimistas” -con “buena temperatura emocional”- puedan hacernos más longevos a fuerza de repetirlos tiene algo de mantra, le digo. O de Ley de Atracción. ¿Por qué es esto ciencia y no esoterismo, religión o autoayuda? Castellanos se refiere entonces a la investigación que alumbró su teoría: “El estudio de las monjas”, del doctor David A. Snowdon, publicada en el año 2001. Consistía en estudiar qué factores en diferentes etapas de la vida aumentan el riesgo de padecer Alzheimer u otras enfermedades del cerebro, como, por ejemplo, los infartos.

PEQUEÑAS AUTOBIOGRAFÍAS

El estudio duró 15 años y en él participaron 678 monjas que tenían entre 75 y 103 años de edad. Cada una de estas hermanas aceptó donar su cerebro a la Universidad de Kentucky tras su muerte. También fueron valoradas anualmente de manera exhaustiva: funciones cognoscitivas, reconocimientos físicos, exámenes médicos y muestras de sangre para estudios genéticos y nutricionales. La muestra científica era muy interesante por su homogeneidad: estas monjas tenían idéntico trabajo, alimentación y hábitos de ejercicio similares, no fumaban y compartían factores de riesgo parecidos.

Sin embargo, sus actitudes ante la vida eran muy diferentes. Cuando el equipo de investigación encontró, en los archivos del convento, las pequeñas autobiografías que ellas escribieron explicando sus motivos personales para tomar los hábitos, comenzaron a entender.

Contar es la clave. Cuantas más palabras positivas expresemos y con más intensidad, más podremos llegar a vivir

Los expertos analizaron entonces sus escritos, sus contenidos verbales, la densidad de sus ideas, el número de expresiones emocionales utilizadas y su intensidad, y hallaron que el número de palabras positivas manifestadas se asociaban a sus datos de longevidad. “Contar es la clave. Cuantas más palabras positivas expresemos y con más intensidad, más podremos llegar a vivir”, explica Castellanos. “El cerebro capitaliza la propensión a experimentar y expresar emociones positivas para construir momentos más positivos y crear diferentes recursos en nuestra percepción del mundo, las personas y los hechos, que aumentan nuestro bienestar”. Las palabras elegidas por las monjas estaban directamente relacionadas con su energía, con su generosidad, con su altruismo, su emoción y su fe.
Todas las investigaciones sobre el tema que se han ido desarrollando después -como el estudio de las autobiografías de 88 psicólogos por Pressman y Cohen- avalan la primera. Pidiendo a otras personas que escribiesen pequeñas cartas de motivación -o algún recuerdo feliz-, los expertos descubrieron que los porcentajes de palabras que expresan sentimientos positivos oscilan entre el 2 y el 6%, mientras que en los textos manuscritos de las hermanas era fácil alcanzar entre el 20 y el 27%.
ESTÍMULOS PERSONALIZADOS

Palabras con alta carga positiva son “entusiasta”, “ilusionado”, “anhelo”, “orgullo”, “reír”. En un nivel más bajo, “satisfecho”, “apacible”, “tranquilo”. Ejemplos de palabras negativas cargadas con alta activación serían “miedo”, “alertado”, “envidia”. Castellanos explica que esta división es la básica, porque cada individuo goza de una jerarquía propia en base a la “relevancia personal” que tenga una palabra en su vida según su experiencia. Por ejemplo, para alguien a quien le dé miedo el mar, el término “barco” será negativo; pero para alguien que atesore recuerdos de su infancia en la costa, será positivo. Los estímulos son personalizados.

“No basta con decir la palabra de cualquier manera”, recalca el autor. “Igual que el lenguaje escrito -especialmente, escrito a mano- tiene más poder que el oral, es necesario ‘habitar’ la palabra que se dice, esto es, sentirla, creer en ella, hacerla física, poseerla”. Castellanos, que ha trabajado con figuras del deporte como el entrenador de tenis Toni Nadal, los motoristas campeones del mundo Nani Roma y Marc Coma, además de con empresas como Repsol, Kellog’s o Mcdonald’s, cuenta que nuestra ocupación -nuestra profesión- nos ha encerrado en una marmita concreta del lenguaje. “Es diferente ser profesor, ser periodista, ser político, ser artista… ese entorno nos ha hecho asumir un lenguaje que no controlamos. No tenemos consciencia de él y se vuelve en contra de nosotros: lo hemos universalizado y hemos caído en la trampa”.

El lenguaje escrito -especialmente, escrito a mano- tiene más poder que el oral. Es necesario ‘habitar’ la palabra que se dice, esto es, sentirla, creer en ella, hacerla física

Las investigaciones científicas han demostrado que el carácter o la predisposición optimista o pesimista de una persona viene determinada en un 50% por el código genético que hemos heredado. Otro 30% de nuestra actitud está condicionada por el ambiente, la cultura o la educación que también hemos heredado a través de la epigenética. “Nos queda un pequeño pero valiosísimo 20% para interactuar con el entorno y cambiar en la medida de lo posible unas cartas mal dadas por el determinismo genético”, sonríe Castellanos.

Pero ¿cómo llevarlo a la práctica en una sociedad que desconfía de los discursos agradables o muestra prejuicios ante las palabras positivas? “Lo importante del lenguaje positivo es que tiene un empuje hacia mi propia energía, sí, pero también activa la energía del otro. Nos hace confluir”.

LITERATURA ¿POSITIVA?

“Manuel Martín Loeches, nuestro director científico, lo prueba con estudiantes a través de un ordenador, para que no haya una voz con carga emocional. Les suelta palabras negativas, positivas y neutras, y ellos tienen, con puntos de diferentes colores, que identificar cuál es cuál”, relata el autor. “En el 100% de los casos, el tiempo de reacción a una palabra positiva es mejor que en la negativa o la neutra”, relata. En el libro aparecen variados ejemplos: en 1996, John A. Bargh y sus colaboradores publicaron un experimento realizado con estudiantes de 19 años de edad. A los de un grupo se les pidió que formaran frases con cuatro de las cinco palabras de un conjunto como, por ejemplo, “amarillo”, “lo”, “encuentra”, “instantáneamente”.

Al otro grupo se le ofreció un conjunto de cinco palabras asociadas al concepto de ancianidad (sin hacer referencia directa a ella), como “naranjas”, “temperatura”, “arrugas”, “gris”, “cielo”, “está”. Una vez concluida la tarea, se les pidió a los jóvenes que fueran de un despacho a otro a realizar el otro experimento, a una distancia lo bastante grande par medir los tiempos de desplazamiento. Se demostró que los jóvenes que habían construido la frase con palabras asociadas a la vejez tardaron más tiempo que los demás en recorrer la misma distancia. Este experimento se conoce como “Efecto Florida”.
Aunque las palabras sean negativas, si en su conjunto te conducen a un lugar apasionante, el cerebro las recibe como positivas.

Le pregunto a Castellanos si el empleo habitual de estas palabras positivas no iría en detrimento de la literatura o de herramientas agudas del lenguaje, como la ironía. ¿Y si hay palabras negativas que, ordenadas con estilo y en base a un relato, provocan belleza, asombro o emoción en nosotros? Si las recortamos, ¿no caeríamos en una limitación de la propia expresión?

“Las palabras nunca están para ser censuradas. El lenguaje está para crear. No vamos a prescindir de Dostoievski cuando ha escrito la historia de la humanidad”, sostiene. “Aunque las palabras sean negativas, si en su conjunto te conducen a un lugar apasionante, el cerebro las recibe como positivas. El lenguaje bien empleado lo que hace es socializarnos, ponernos en contacto con el mundo. Y la literatura lo consigue”.

martes, 25 de junio de 2013

Evolución y Mutación en nuestro lenguaje.



Es probable que en nuestra época el lenguaje, esa potencia viva, esa prostituta que se convierte en virgen cada vez que la utilizamos, se haya liberado por fin de las correcciones y los convencionalismos, y obedezca ahora solo al contexto y las circunstancia en que se hace presente.


”Abrir la válvula que limita la conciencia coacciona la expresión, casi como si la palabra fuera una concreción de significado, una sensación a priori sin articular. El lenguaje es una actividad extática de la significación. A través del acto de hablar claramente, entramos en un coqueteo con el dominio de la imaginación. la fluidez, la facilidad, la idoneidad de la expresión de la que somos capaces es tal que uno es sorprendido por las palabras emitidas … Para el inspirado, es como si la existencia en sí se pronunciara a través de él “.

Steven Pinker, profesor de psicología de Harvard, explica que el lenguaje surge a partir de la interacción entre las mentes humanas, no es de extrañarse que en la nueva era de la información encontremos una evolución acelerada del lenguaje debido a la interconexión entre personas de diferentes edades, nacionalidades y culturas en Internet, de hecho el lenguaje y la cultura están en ósmosis constante, se alimentan y se reconfiguran mutuamente.

Lo vemos en la constante aparición de palabras coloquiales y jergas, en el cambio histórico de las lenguas, en la variedad de dialectos y en la formación de nuevos términos e inclusive nuevas lenguas. Entonces, podemos observar que el lenguaje no es tanto un creador o moldeador de la naturaleza humana sino más bien una ventana a la experiencia humana, a nuestros mecanismos cognitivos con los que conceptualizamos el mundo-nuestra realidad y al tipo de relaciones que gobiernan nuestras interacciones.

Resulta cada vez más difícil para los órganos institucionales que regulan el lenguaje poder adaptarse a la velocidad con la que éste se transforma. La forma en que nos expresamos requiere cada vez mayor flexibilidad debido a la inmediatez de comunicación que exigen las herramientas digitales a las que estamos circunscritos.

Existen muchas cuestiones y controversias acerca de la aparente distorsión del lenguaje que giran en torno a la pregunta: ¿Es el lenguaje quien gobierna nuestros pensamientos? ¿Cómo podemos decir lo que pensamos antes de escuchar internamente lo que queremos decir? Stephen Fry, comediante y escritor británico, aborda estos temas en su artículo “Don’t mind your languaje” (Que no te importe el lenguaje) Y es que al observar la evolución de cómo nos expresamos verbalmente hoy en día surgen cuestionamientos ortográficos y gramáticos que pueden ser vistos como imposiciones pedantes que estrangulan el flujo natural de nuestra comunicación.

Karl Kraus dijo “El lenguaje es la prostituta universal que debo convertir en vírgen” lo que nos lleva a preguntarnos si existe una alta forma de lenguaje, una expresión pura y correcta de cómo debemos enunciar o si debemos continuar “prostituyendo” el lenguaje de la manera en que lo hacemos cotidianamente como bien dijo TS Eliot “el purificar del dialecto de la tribu”.

Stephen Fry argumenta que en esta nueva era el uso libre y sofisticado de las palabras parece ser considerado elitista o pretencioso. La gente parece ser capaz de encontrar el placer sensual y sensitivo en casi cualquier cosa menos en las palabras de etiqueta. Las palabras opulentes, parecen pertenecer a otras personas, cualquier persona que se expresa con originalidad, encanto y frescura verbal es más probable que sea escarnecido, desconfiado o que genere una mala impresión. Ahora nos hemos acostumbrado a escuchar como algunos sustantivos se convierten en verbos, siguiendo el ejemplo de Shakespeare que convertía una palabra-acción en un sustantivo-palabra cada vez que podía. En términos de claridad de expresión no se necesitan seguir las reglas gramaticales en el lenguaje contemporáneo.

Un claro ejemplo de la evolución de nuestras expresiones linguísticas lo vemos en el famoso “texting” en mensajes SMS, chats, whatsapps, etc. El lingüista americano John McWhorter ha analizado de qué manera la complejidad emergente de “textear” nos ha llevado a cambiar la forma en que escribimos y hablamos, si es que así lo podemos llamar. Una de las ventajas de la escritura es que, al ser un proceso consciente, podemos mirar hacia atrás, se pueden hacer cosas con el lenguaje que son mucho menos probables que cuando hablamos.

El discurso casual es algo muy diferente. Los lingüistas han demostrado que cuando estamos hablando casualmente de manera natural, tendemos a hablar en paquetes/palabra de entre 7 y 10 palabras. El habla es mucho más holgado y telegráfico. Es mucho menos reflexivo a diferencia de la escritura.

Si podemos hablar como escribimos, entonces lógicamente se deduce que es posible también poder escribir como hablamos. El problema de ésta lógica se encontraba en las herramientas, en el sentido mecánico, era más difícil mantener el ritmo de la transcripción de la palabra en el pasado por la sencilla razón de que las herramientas no se prestaban para ello. En el momento en el que tuvimos en nuestra mano un dispositivo que puede recibir y mandar mensajes casi a la misma velocidad con la que se emite el habla, entonces surgen las condiciones que permiten que podamos escribir como hablamos. Y es ahí donde entra en juego el “texting”. Los mensajes de texto son muy relajados en su estructura. Nadie piensa en el uso correcto de mayúsculas o de signos de puntuación cuando textea, pero de ahí surge la pregunta, ¿Acaso consideramos esos signos de puntuación cuando hablamos? No, por lo tanto no lo hacemos cuando texteamos.

Lo que es el texting, a pesar del hecho que implica la mecánica burda de algo que podríamos llamar escritura, es el habla de los dedos. Ahora podemos escribir de la misma forma en que hablamos, aunque esto represente alguna forma de decadencia. Vemos esta flacidez general de la estructura en la falta de preocupación por las normas a las que estamos acostumbrados a aprender en el pizarrón del salón de clases, y es una sensación muy natural pensar que algo anda mal.

Pero el quid de la cuestión es que lo que está sucediendo es una clase de complejidad emergente, y para entenderlo, lo que queremos ver es la forma en la que este nuevo tipo de lenguaje desarrolla una nueva estructura, a pesar de sus nomenclaturas, abreviaciones, repetición de letras o signos de puntuación para hiperbolizar los puntos de inflexión.

Lo que podemos observar es que estamos desarrollando una nueva forma de escribir y hablar, ya sea porque estamos inmersos en una cultura que necesita expresarse con vehemencia e inmediatez, o por la memética de Internet que replicamos cotidianamente o porque seguimos las tendencias en lingüística que determinan las chicas adolescentes de la generación millenial (http://www.huffingtonpost.com/2012/03/08/teen-slang-young-women-dr_n_1331724.html) con todo y los anglicismos que tales expresiones conllevan, pero de una u otra forma, usamos el texting paralelamente con nuestras habilidades de escritura y habla ordinarias, y eso significa que tenemos la capacidad de hacer las dos cosas. Un aumento de la evidencia es que el ser bilingüe es cognitivamente beneficioso. Eso también es cierto de ser bidialéctico en cuanto a la escritura. Y así, los mensajes de texto en realidad son una prueba de un acto de equilibrio que estamos utilizando hoy en día, no de manera consciente, por supuesto, pero como una ampliación de nuestro repertorio lingüístico.

La forma en que ha evolucionado nuestra expresión verbal no solo se puede observar en nuestras herramientas de comunicación/amplificación, también es intrigante la forma en que vestimos nuestro lenguaje dependiendo el contexto, de la misma forma en que nos ponemos un traje para una reunión importante o un esmoquin para una celebración, también adoptamos diferentes formas de expresarnos al enfrentar diferentes circunstancias, podemos usar lingüísticamente lo que queramos cuando estamos en nuestra casa o platicando con nuestros amigos, pero la mayoría de la gente acepta la necesidad de ponerse su esmoquin verbal en ocasiones que lo ameriten, ya sea en interacciones personales o vía emails de trabajo, invitaciones, artículos, ensayos, discursos, notas para Pijama Surf, etc. Pero eso es una cuestión de aptitud, no tiene nada que ver con lo correcto. Podemos afirmar que en nuestro tiempo ya no existe un lenguaje correcto o un lenguaje incorrecto de la misma forma en que no hay ropa correcta o incorrecta. El contexto, la convención, las circunstancias y el medio son el todo.


Con info de:
-Stephen Fry – Don´t mind your language
-John McWhorter: Txtng is killing language. JK!!!

fuente del texto/ La Flecha