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domingo, 27 de septiembre de 2015

Cómo salir del ‘mapa’ para entrar en la realidad.

Ser plenamente conscientes del “aquí y ahora” es la base psicológica de la Gestalt y de un nuevo paradigma científico: el de la complejidad y la teoría del caos


Inmersos en nuestra visión mental y racional de la realidad, no sabemos lo que es la consciencia inmediata de nosotros mismos y del entorno. Dar paso o permitirnos una percepción inmediata de la realidad, en cambio, nos presenta esta tal cual es. En esa atención al presente, la vida fluye y se transforma; en un proceso nos ‘cura’. Ese “darse cuenta” es la base psicológica de la terapia Gestalt, pero también de un nuevo paradigma de la ciencias: el de la complejidad o la teoría del caos. Por Sinesio Madrona.


El idioma inglés tiene dos términos que se traducen por conciencia (o consciencia) en castellano: awareness consciousness . La terapia gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) ha hecho un uso específico de ambos términos: concibe y traduce awareness por consciencia inmediata y consciousness por consciencia reflexiva. El uso del concepto consciencia inmediata es tan fecundo en la  terapia gestalt que muchas veces se deja el término inglés sin traducir. 
  
Awareness y sentimientos 
  
Inmersos en nuestra visión mental y racional de la realidad, no sabemos –literalmente: “no sabemos”– lo que es la consciencia inmediata de nosotros mismos y del entorno. Este ‘no saber’ es el que nos inclina a pensar, en filosofía, que la realidad no existe como tal, que cada ser humano y cada cultura somos constructores de la realidad, lo cual es sólo una verdad a medias. 
  
Si bien esto es cierto a determinado nivel de consciencia , también es verdad que un awareness, una percepción inmediata de la realidad, nos la presenta tal cual es. Es al traducir esa realidad percibida en palabras para comunicarla, cuando la construimos. Es significativo que en Wikipedia el término consciousnes decuplique con creces el espacio dedicado al término awareness
  
La necesidad de comunicación de nuestra realidad es la que hace que vivamos un mundo construido, no la realidad tal cual es. Porque la realidad tal cual es, como nos dice el psiquiatra escocés Ronald David Laing, es incomunicable. La filosofía es así consciousness en tanto en cuanto intenta comunicar lo incomunicable. Lo que estoy diciendo, pues, es que se puede percibir la realidad, lo que no se puede es comunicarla (en el sentido racional del término). 
  
Esta diferencia entre la percepción real y la comunicada es esencial en terapia gestalt. Esta técnica terapéutica basa toda su efectividad en la expresión de la realidad tal cual es. Cuando así lo hacemos dejamos de mirar el ‘mapa’ construido sobre la realidad y vivimos el terreno real, con sus cambios, luces y sombras, sonidos y colores, en el momento presente. En el ‘aquí y ahora’ como nos gusta decir en terapia gestalt. 
  
La realidad fluye 
  
Normalmente, cuando se le pide a un cliente de terapia que nos diga qué siente, nos cuenta, por lo general, una historia acerca de sus sentimientos (...que si sus padres, que si su pareja, que si sus jefes, que si sus hijos, que si el trabajo, que...). Nada, repito, nada, que tenga que ver con la pregunta formulada. Eso es psicoanálisis, no terapia gestalt. La respuesta que espera el terapeuta a esa pregunta es muy simple y directa: ‘dolor’, ‘angustia’, ‘miedo’, ‘repugnancia’, ‘no sé’... incluso el silencio, un bufido, o una respuesta gestual pueden valer. 
  
Se le pide entonces al cliente que se quede con ese miedo, angustia, dolor..., ese “no sé”..., ese gesto... ese silencio..., que lo ‘observe’, que lo viva, que se identifique con él. Al quedarnos en el sentimiento, éste evoluciona, se va transformando en otra cosa. Veamos una breve transcripción de un ejemplo: 
  
Cliente [1]: siento una opresión en el pecho, aunque no es muy fuerte..., no sé qué más decir, no encuentro otra cosa que una opresión vaga pero indefinida, no se me ocurre nada [2]. 
Terapeutasigue en contacto con esa sensación. 
C...quizá..., no sé. Me da la sensación de que tuviese algo que cargar, como una responsabilidad que echarme a las espaldas, pero tampoco es algo claro... no encuentro forma de expresar otra cosa... 
T: permanece en contacto con esa sensación, ábrete a ella, déjala que fluya
C...en realidad no surge, se hace más pequeña, más diluida... no sé que pensar. [...]. De hecho percibo otros sentimientos por encima de la opresión o han surgido ahora con más fuerza una vez que he hablado de ella. La verdad es que ahora me siento bien, me estoy percibiendo vital, con ganas de hacer algo, como impulsado, como en una actitud de acción, con un deseo de moverme; me surge una imagen en la que estoy como preparado para echar hacia adelante y en la que expreso decisión, ánimo y seguridad
  
Como vemos en el ejemplo, cuando ‘estamos’ en nuestros sentimientos estos evolucionan, se van transformando en otros. La realidad no es algo construido y estático (definido), fluye, cambia, evoluciona. En esa atención al presente donde estamos en cada momento (‘aquí y ahora’) la vida fluye y se transforma... ¡vivimos! Y este proceso es el que nos ‘cura’ de los traumas sufridos y fijados (construidos) en nuestra historia personal. Al volver a ellos y revivirlos (no contarlos) la emoción depositada en ellos evoluciona, cambia, fluye..., se convierte en otra cosa..., el trauma se disuelve... 
  
Tenemos así awareness, consciencia inmediata, de lo que estamos viviendo en ese momento. Lo contrario, cualquier historia o reflexión sobre esos sentimientos es consciousness, conciencia reflexiva, racionalidad construida (racionalización lo llama el psicoanálisis). Conciencia que no sólo no nos acerca a eso que sentimos sino que ejerce el papel contrario alejándonos de ello. Ponemos una barrera (un ‘mapa’) entre nuestros sentimientos y nosotros mismos, nos distanciamos de ellos para no sentirlos, para no sentirnos. Construimos una realidad estática en vez de dejarnos fluir en ella.

Hablar y sentir 
  
Normalmente tendemos a apartarnos de nuestros sentimientos ‘hablando’ historias de nuestra vida acerca de ellos. Eso, creemos habitualmente, es ‘contar lo que sentimos’. Para vivir la realidad no hay que ‘contar’ lo que sentimos, ¡hay que sentirlo! Puede parecer un juego de palabras; pero contar lo que sentimos no es sentirlo, no es estar en ‘ese’ sentimiento... No es la realidad, es una construcción mental de la misma. 
  
Mientras contamos lo que sentimos, no sentimos, y si no sentimos no podemos saber qué nos está pasando. No vivimos lo que nos pasa. Si no vivimos lo que nos pasa reducimos eso que nos pasa a una imagen mental construida de ello. Y como imagen mental el sentimiento se fija (fijación en psicoanálisis) y no evoluciona con naturalidad. No lo vivimos y, por lo tanto, dejamos almacenado en nuestra mente eso que no vivimos... como una imagen fija e inmutable, construida, de algo que no es, por su naturaleza, fijo. 
  
El hecho de que sea una imagen inmutable construida hace que volvamos a ella constantemente y revivamos el dolor o la angustia que esa imagen fija nos suscita. Pero este dolor y angustia no son reales, no son vividos por más que así lo creamos. Y lo peor es que creemos ‘a pies juntillas’ que ¡estamos sintiendo!, por lo que difícilmente saldremos de esa situación sin una espada que corte el nudo gordiano mental que nos hemos construido sin saber que lo hacíamos. 
  
Es difícil de explicar: hacemos círculos en torno a una idea(-sentimiento) y no salimos de allí. Al fin y al cabo, esta actitud de fijación a una idea-sentimiento es la que genera discusiones interminables sobre cualquier tema en otros ámbitos de la conducta humana. El caso es que esa fijación es la que expresa el individuo consigo mismo en una fijación ideo-emocional. 
  
Ésta es una paradoja vital . El nudo gordiano que cortamos es el de una dualidad existencial que impregna nuestra cultura desde hace milenios y que tiene una expresión elaborada en el dualismo cartesiano. Cuando entramos en la comprensión de lo que nos hemos estado haciendo a nosotros mismos toda la vida tenemos una pequeña experiencia mística, un mini-satori, como le gustaba decir a Perls . Veamos una transcripción de una alumna novel en una sesión de entrenamiento gestalt: 
  
«Estamos en círculo alrededor de la sala. Yo “novata” en la Gestalt. Algunos compañeros han hablado. Yo con miedo, aunque no me dé cuenta, hago-lo-mío: 
– Bli, bli, bli, bla, bla, bla... 
– Ya. pero ¿cómo te sientes? 
¿? 
Consigo balbucear: 
– Pues, como he dicho. 
– No [...]. Eso es lo que piensas ¿cómo te sientes? 
Me parece que me habla en chino 
¡¿?! 
Sentir, pensar..., Todo muy rápido y, a la vez, angustiosamente lento. Y yo “sin saber”. ¿Qué me está pidiendo esta mujer? El grupo en silencio y dentro de mí una tormenta/tormento. ¿Qué tengo que decir? 
Me lanza un cabo: 
A ver, vete al cuerpo ¿qué notas? 
No noto NADA. No “sé” notar. 
Sigue el silencio. Y la mirada del grupo... me parece que ellos saben algo que yo no; que hablan de algo que... Acaso... es una bobada pero... 
 – Calor en la cara. 
Lo digo. Esa bobada que (me) dejo escapar es el principio. Aquel pequeño (importantísimo) cabo que me lanzan y que yo me atrevo a agarrar (tomando en serio mis “bobadas”, tomándome en serio).»  (EMTG, 2008) 
  
Algo tan simple como esto transcrito es una verdadera ‘revelación’ para alguien de nuestra cultura acostumbrado a ‘contarlo todo’..., pero no a sentirlo, a sentir directamente lo que hay ‘aquí y ahora’ en el cuerpo-emoción-sentimiento, sin el filtro distanciador de las palabras que nos conduce al ‘allí y entonces’. 
  
Cuando entramos en una situación de naturaleza emocional que nos produce conflicto lo que queremos, habitualmente, es huir de ella, bien sea con las palabras (más típico del espíritu femenino), bien con la acción (manifestación más propia del espíritu masculino), bien a través de drogas, alcohol, espectáculos... O bien depositando vicariamente esa situación en las personas de alguno de esos programas “reality show” que tan populares son. Llenamos nuestro tiempo para no sentir. 
  
Mientras que si vivimos, en el presente, las emociones que nos suscita, por más dolorosas que sean, esa vivencia evolucionará y ya no la tendremos fijada en nuestra mente. De repente nos daremos cuenta de que sentimos... “¡calor en la cara!” Ya no tendremos bloqueada la emoción-sensación-sentimiento en su fluir, bloqueo que nos hacer repetirla compulsiva y obsesivamente, sin ver la salida a ella. 
  
Vivir significa cambiar 
  
Vivir esa situación puede llevarnos a un cambio en nuestra vida. Otro de los obstáculos de entrar de verdad en una emoción. Nos dejamos guiar en nuestra vida por aquél refrán que nos dice que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Tenemos miedo a vivir, a experimentar la plenitud. A cortar, eventualmente, los lazos que nos atan a la situación presente, que sabemos que nos atan aunque ‘no queramos saberlo’. 
  
No es una crítica lo que estoy haciendo. Es la condición humana. Así somos. Incluso de jóvenes –supuesta etapa de ruptura–, la mayoría seguimos la ruptura generacional de un grupo, no buscamos nuestro propio camino-sentir personal, pues ese camino nos lleva a la soledad, y ésa es otra de las cosas que más odiamos, sentirnos solos. La ruptura de una generación a otra no es así sino un cambio mental. Cambiamos una realidad parcial por ser mental por otra asimismo parcial. Pero seguimos dentro del paradigma cartesiano-newtoniano. Cambiamos todo para no cambiar nada. 
  
El caso es que, como hemos visto arriba, tener un awareness puede ser algo muy sencillo; pero habitualmente lo hacemos muy complicado. Se trata de ‘darnos cuenta’, de prestar atención a lo dado, al presente... y eso siempre sucede en un instante revelador. Puede implicar desde la simple vivencia de sentir la sensación plena (sin registro mental) de una taza en nuestras manos, hasta entrar de lleno en ese dolor que tanto ‘nos duele’. Tener unawareness (lo que en psicoanálisis se llama un insight [3], pero más sencillo [4]) es en realidad entrar en contacto directo con el mundo, y con nuestro mundo, sin el filtro de la mente, sin la construcción previa que hemos hecho de él. 
  
Se trata de darnos cuenta de que en toda nuestra existencia hemos estado siguiendo un mapa construido por nostros y creyendo que ese mapa era nuestra vida, no la realidad presente. Es la ruptura koánica de la que habla José Luis San Miguel (Tendencias21 ). Ruptura que puede producirme mediante el simple darse cuenta de ese ‘calor en la cara’. No es necesaria una experiencia mística para ello. Así nos cuenta Capra (1989) cómo con ocasión de un encuentro en el Monasterio de Piedra (Zaragoza) Laing le hizo darse cuenta de que cualquier experiencia consciente es equiparable a una experiencia mística: 
  
[Está hablado Capra] Esta visión mística de la consciencia se basa en la experiencia de la realidad en modos no ordinarios de consciencia y, según se dice, dicha experiencia mística es indescriptible. Es... 
—¡Cualquier experiencia! –exclamó Laing, interrumpiendo decididamente mi discurso–. ¡Cualquier experiencia! –repitió al ver que le miraba desconcertado–. ¡Cualquier experiencia consciente de la realidad es indescriptible! Mira simplemente a tu alrededor por un momento, y observa, escucha, huele y siente dónde estás. 
Seguí su consejo y pasé a hacerme plenamente consciente, experimentando una sinfonía de sombras, sonidos, olores y sensaciones. 
—Tu consciencia puede participar de todo cuanto existe a tu alrededor –prosiguió Laing– pero nunca lograrás describir tu experiencia. No ocurre sólo con la experiencia mística sino con cualquier experiencia. 
Comprendí de inmediato que Laing tenía razón... (pp. 159-160) 
  
En nuestro mundo racional el verdadero cambio viene de entrar en contacto con lo real. De tomar consciencia de lo real. Ese contacto con lo real puede ser un simple contacto directo, sin el filtro de la mente; es decir, no ‘construido’, con un olor, sonido, sensación, sentimiento...

Fuente: Wikimedia Commons.
Fuente: Wikimedia Commons.
Interpretamos nuestra experiencia 
  
Pero nuestra mente nos ha acostumbrado a interpretar y construir toda nuestra experiencia. Todo lo que sentimos y percibimos recibe su nombre de inmediato. Tenemos controlada la realidad. De hecho cuando no podemos catalogar de inmediato alguna percepción podemos responder con un ataque de pánico o angustia hasta que logramos situarnos en contexto. Nuestros miedos tienen mucho que ver con la falta de control sobre lo desconocido. Y ese control es fundamentalmente mental. 
  
Por ello el contacto, que creemos real, con la realidad, no es tal, es un contacto filtrado por la mente, construido. De ahí que a la alumna del ejemplo anterior le cueste tanto darse cuenta de que no está en contacto con sus sentimientos... por mucho que esté hablando de ellos. ¡Es a la vez algo tan simple...!, ¡y tan complicado!... 
  
Todas las técnicas orientales de meditación, artes marciales, resolución de koans, etc., así también otras occidentales como el baile de los giróvagos, la privación sensorial, la ingesta de enteógenos (sustancias psicotrópicas), etc., no es otra cosa lo que buscan a través de diversos caminos: tener un awareness (una toma de consciencia, en este caso, masiva y total) que traspase de una manera radical y completa todo límite mental, toda construcción de la realidad. Pero como vengo diciendo no es necesario ese awareness masivo, basta con ‘darse cuenta’ para cambiar una visión de la realidad por otra completamente distinta. 
  
Lo importante es el cambio en sí mismo 
  
Lo importante es el cambio de consciencia acerca de lo que es la realidad, no lo intensa y masiva que haya sido la experiencia que te ha llevado a ese cambio. Ni siquiera es necesario, como cuenta por ejemplo Husley (1954) enLas puertas de la percepción , tomar una sustancia enteógena (mescalina en su caso) para tener, según describe, una experiencia intensa al respecto. Basta, como he mostrado arriba, con darse plena consciencia del presente y sentir ese ‘calor en la cara’ que es toda la realidad que hay ‘aquí y ahora’. 
  
Es cierto que una experiencia más intensa te da una consciencia corporal consecuentemente más masiva y plena; pero en cuanto a la consciencia de la realidad no es necesariamente mayor la que se puede obtener de una experiencia mística o cumbre que la de un simple darse cuenta de ese ‘calor en la cara’ [5]. 
  
Es más el hecho de llegar a ella conscientemente y no a través de estados alterados de consciencia inducidos por mecanismos (físicos o químicos) externos, es especialmente significativo para la consciencia general del individuo. Se es así más consciente del proceso. Esa dependencia de algo exterior a nosotros puede convertirse, incluso, en un obstáculo, en una de esas ‘gemas’ que frenan o impiden el progreso del neófito en el desarrollo de su consciencia. 
  
Me pregunto qué hay en nuestra manera mental de ver las cosas que nos hace necesario ‘saltar’ de ahí a una desestructuración masiva de todo lo construido sobre la realidad. Que nos impide ver en el más sencillo de los actos sensoriales un peldaño o equiparación de la experiencia mística. Experiencia que no es otra cosa que una deconstrucción de esa realidad que hemos elaborado. ¿Tan embebidos estamos de nuestra construcción mental de ver las cosas que sólo concebimos –inconscientemente– su ruptura si evocamos algo tan masivo como una experiencia mística? Es la única respuesta que puedo concebir. 
  
Como si la consciencia que se adquiere tras la experiencia mística fuera algo lejos de nuestro alcance. Lo que ocurre es que tenemos bloqueado nuestro acceso a ella por nuestro desarrollo, como individuos y como especie, de nuestras capacidades mentales. Un proceso que, no obstante, también tiene su razón evolutiva . Ese desarrollo implica, durante una fase del mismo, la pérdida de vínculos emocionales y sensoriales que nos conectan con el entorno y con nosotros mismos. La pérdida de realidad. 
  
Así ocurre que en nuestro estado mental ordinario, tan resistente a la realidad directa, sólo una experiencia intensa (mística, pasional...) es capaz de subvertir el orden establecido por nuestra mente-y-cultura. Pero la gestalt, y Laing con ella, nos muestran que algo tan simple como una sensación o una percepción sencillas, plenamente sentidas, son igualmente subversivas. Darse cuenta de un momento así es tan revelador para la consciencia como una plena experiencia mística o cumbre. 
  
Conclusiones: la gestalt y el nuevo paradigma 
  
La base psicológica del nuevo paradigma de la ciencias de la complejidad, la teoría del caos, etc., es tan simple (y ‘complicada’, por ser un hecho de experiencia, un hecho fenomenológico) como el ‘darse cuenta’ gestáltico. Ambas maneras de enfocar la realidad pertenecen a una visión que trasciende los límites impuestos por la visión cartesiana. 
  
La realidad lineal y jerárquica, en la que nos movemos habitualmente, es a la que nos ha acostumbrado el paradigma cartesiano-newtoniano-kantiano. Pero esta realidad lineal es sólo un aspecto particular y limitado de una realidad compleja y multidimensional . Una realidad que se está abriendo paso en el presente a nuestra consciencia a través de muchos caminos, tanto racionales (ciencias de la complejidad) como no-racionales (gestalt, espiritualidad...). 
  
El tema es obscuro sólo para nuestra mente racional. La mente que imbuida en el paradigma cartesiano-newtoniano-kantiano, lineal y jerárquico construye una realidad que no es tal.

Bibliografía  

Capra, Fritjof. (1989, ec. 2003). Sabiduría insólita. Barcelona. Ed. Kairós. 
EMTG (Escuela Madrileña de terapia Gestalt). (2008). Gratitud por aquél cabo. Boletín nº 6, pág. 50. 
Ferrer, Jorge. (2002, ec. 2003). Espiritualidad creativa. Ed. Kairós. Barcelona. 
Husley, Aldous. (1954, ec. 1977). Las puertas de la percepción. Ed. Paidós. Barcelona. 
Perls, F., Hefferline, R. y Goodman, PTerapia Gestalt. Excitación y crecimiento de la personalidadhumana. (1951, ec. 2002). Madrid. Ed. Sociedad de Cultura Valle-Inclán. Los libros del CTP.

Notas:

[1] En terapia gestalt no hablamos de paciente, sino de cliente. El término paciente tiene una connotación negativa en tanto en cuando induce a pensar en la actitud pasiva del cliente. En las terapias humanistas se considera que el cliente tiene total autonomía y creatividad sobre su proceso, no es un ‘paciente’.
[2] Aquí y en sucesivas intervenciones el cliente poco experimentado podría haber contado cómo sus padres lo oprimieron en la infancia o cualquier otra historia y esa derivación es la que evita siempre que puede un terapeuta gestalt. Al contarnos una historia el cliente construye su realidad, no está en contacto directo con ella.
[3] Penetración, percepción, perspicacia, agudeza, intuición, revelación
[4] La experiencia del awareness y del insight es en esencia la misma. La diferencia estriba en el método para llegar a esa experiencia. En el psicoanálisis puede requerir un proceso largo muy laborioso (por la naturaleza eminentemente mental del psicoanálisis), mientras que en terapia gestalt es algo que se practica desde el primer momento a través de sentir nuestro cuerpo, sus sensaciones, el simple contacto con nuestra ropa, con nuestro asiento, con una simple dolencia física. De ahí se pasa después al contacto con nuestras emociones y sentimientos. Cuando atravesamos la barrera mental que nos aparta de ellas (como en el zen) la sorpresa de encontrarnos directamente con nuestras emociones es toda una revelación, el primer peldaño para la experiencia mística.
[5] Puede serlo en tanto en cuanto la persona no continúe explorando esa primera percepción de una realidad ignorada y se conforme con el paradigma institucional que se le ofrece. Pero de no quedarse ahí (como en los cuentos místicos en los que se habla de las joyas que impiden seguir el camino) esa primera experiencia es una puerta tan válida como toda una experiencia mística o cumbre de lo más intensa.

Este artículo ha sido elaborado por un SOCIO DE TENDENCIAS21 y, por tanto, cuenta con su propio FORO DE DISCUSIÓN. Si lo deseas, puedes participar en él con tus opiniones y comentarios: Foro El futuro del “yo”, de Sinesio Madrona.


Sinesio Madrona es licenciado en psicología. Formado en terapia psicoanalítica, rogeriana y gestáltica. Autor de una teoría  que describe el desarrollo de la conciencia como un proceso sucesivo de autoorganización de creciente complejidad.

fuente/Tendencias21


lunes, 16 de marzo de 2015

¿Vivimos en Matrix?

Desde los albores de nuestra civilización, distintos pensadores, grupos religiosos y cultos esotéricos han barajado la posibilidad de que vivimos engañados en un mundo ilusorio, atrapados en una ficción creado por un ser superior o una entidad maligna. En la actualidad, algunos científicos creen que el fascinante universo descrito por el cine y la literatura podría ser algo más que simple ficción…

Su familia, las personas a quienes ama, los objetos que le rodean e incluso usted mismo, todos sus recuerdos, pensamientos, emociones y, en definitiva, el Universo al completo, son un complejo entramado de bits, unidades de información agrupadas y manejadas por un elaboradísimo programa informático. La realidad, el mundo en que vivimos, es sólo una ilusión, una enrevesada y perfecta simulación virtual, gestionada por una gigantesca supercomputadora.


A primera vista, este escenario parece el guión de una novela o película de ciencia-ficción que, como The Matrix (Warner Bros, 1999) propone que vivimos bajo la tiranía de las máquinas, engañados por un mundo ilusorio. Sin embargo, varios científicos de alto nivel han propuesto que esta idea –en principio aparentemente descabellada– quizá podría ser mucho más factible de lo que parece.

Uno de ellos es Sir Martin Rees, profesor de Cosmología y Astrofísica en la Universidad de Cambridge. Rees pronostica que, si el avance de la informática sigue evolucionando de la forma en la que lo ha hecho hasta ahora, dentro de pocos años será posible concebir ordenadores tan potentes que lograrán construir y simular un universo completo, habitado incluso por entidades conscientes. «Si esta tendencia continúa, entonces podemos imaginar ordenadores capaces de simular mundos quizás incluso tan complicados como éste en el que nosotros creemos estar viviendo», asegura Rees.

Esto hace surgir una cuestión filosófica: «¿Podríamos nosotros mismos ser parte de una simulación similar, y lo que pensamos que es el Universo no pase de ser más que una químera?», se pregunta este científico.

«La posibilidad de que seamos creaciones de algo supremo, o de una superinteligencia, empaña la frontera entre la física y la filosofía idealista, entre lo natural y lo sobrenatural, entre la relación de la mente con los multiversos y la posibilidad de que estemos viviendo en ‘;Matrix’ más que en un mundo físico». Este fascinante escenario fue planteado por Rees en What we still don't know (Lo que no sabemos todavía), un documental emitido en diciembre de 2004 en el canal de televisión británico Channel 4.

El eminente astrónomo de Cambridge ha querido dejar claro que su planteamiento es sólo una teoría, aunque perfectamente posible. Otro destacado científico que defiende una postura similar es John Barrow, profesor de Ciencias Matemáticas y colega de Rees en la Universidad de Cambridge. Según Barrow, las constantes naturales en el Universo, tales como la velocidad de la luz, la fuerza de atracción de la gravedad o el grosor de las capas de nuestra atmósfera, convierten a nuestro mundo en un lugar «seguro» para los organismos vivos y el desarrollo de la vida. Un pequeño cambio en estas constantes, aunque fuera insignificante, provocaría que el Universo, tal y como lo conocemos, desapareciera. La pregunta que se hace el matemático de Cambridge es la siguiente: ¿son las constantes de la naturaleza fruto del azar o, por el contrario, responden a un diseño inteligente? En el caso de que esta última posibilidad fuera cierta, nada impide que ese diseño formara parte de una simulación informática. «Civilizaciones sólo un poco más avanzadas que la nuestra tendrían la capacidad para simular universos en los que podrían surgir entidades autoconscientes y comunicarse entre ellas», asegura Barrow.

Aunque parezca difícil de creer, Rees y Barrow no han sido los únicos en «dejar la puerta abierta» a tal hipótesis. Desde la antigüedad, la idea ha sido defendida o planteada por infinidad de pensadores, filósofos, escritores de ciencia-ficción y científicos de primera fila.

Ya en el siglo IV a.C., el filósofo chino Chuang Tzu (Confucio), se planteaba dudas acerca de la auténtica naturaleza de nuestra realidad: «En cierta ocasión soñé que era una mariposa que revoloteaba en el aire. Me sentía feliz de hacer lo que quería y ya no me preocupaba de mí mismo. Pero no tardé en despertar, y desde entonces me pregunto: ¿soy un hombre que soñó ser una mariposa o soy una mariposa que sueña ser un hombre?».

Del mito de la Caverna al genio maligno

Más o menos en la época en la que Chuang Tzu se cuestionaba su propia identidad, en Grecia el filósofo Platón proponía su célebre «mito de la Caverna». En éste, los humanos son esclavos recluidos en una caverna contemplando un mundo ilusorio de sombras proyectadas sobre una pared. Una de estas personas logrará escapar de allí, descubriendo la auténtica realidad del mundo exterior. Para Platón, ésta sólo puede ser descubierta mediante el alma, ya que es inteligible, mientras que el mundo ficticio es el sensible.

Sin embargo, a pesar de esta primera aproximación de la filosofía griega a la cuestión que nos ocupa, el planteamiento más destacado y con una mayor repercusión posterior surge en el siglo XVII con el filósofo francés René Descartes.

La incertidumbre del pensador galo nace, al igual que en Confucio, del mundo onírico. En sus Meditaciones, Descartes se plantea lo siguiente: Cuando soñamos, no somos conscientes de que lo estamos haciendo. En muchas ocasiones, incluso, los sueños son tan «reales» como la vida misma. Entonces, ¿cómo saber que, por ejemplo, usted no está soñando igualmente –creyendo estar despierto– mientras lee estas líneas?
Tras este razonamiento, Descartes decidió dudar de todo, pero no podía hacer tal cosa ya que, si Dios es bueno, en su bondad no puede permitir que vivamos en un engaño. Por lo tanto, planteó la idea de un genio maligno, que sería el creador del mundo ilusorio en el que vivimos y que es quien pretende engañarnos: «Supondré ahora, no que Dios, que es supremamente bueno y la fuente de la verdad, sino en cambio algún genio maligno con el más extraordinario poder, ha usado todas sus fuerzas para engañarme. Debo pensar que el cielo, el aire, la tierra, colores, formas, sonidos, y todas las cosas externas son sólo alucinaciones de sueños los cuales ha creado para engañar mi juicio». De este modo llegó a la misma conclusión que los gnósticos, que compitieron con la Iglesia católica en los primeros siglos del cristianismo. Tanto ellos como los cátaros y otras corrientes dualistas creían que nuestra realidad había sido creada por un aciago demiurgo. Sin embargo, y a pesar de su planteamiento, Descartes halló una salida para el problema: aunque el genio maligno pretenda engañarnos, uno no puede poner en duda su propia existencia. El mero hecho de dudar, implica que uno piensa. Así surgió su famoso Cogito ergo sum (Pienso, luego existo).

«Cerebros en una cubeta»

Siguiendo más o menos la misma línea de pensamiento aparece, ya en el siglo XX, una serie de pensadores que plantea lo que se ha venido en llamar la «hipótesis de los cerebros en una cubeta».

Dicha hipótesis es más bien un ejercicio teórico, propuesto por los filósofos Jonathan Dancy y Hilary Putnam, entre otros. Imagine que es usted un ser humano al que un científico diabólico ha extraído el cerebro, colocándolo en una cubeta con nutrientes que lo mantienen con vida. Sus terminaciones nerviosas han sido conectadas a un potente ordenador que genera en su mente la ilusión de que todo es absolutamente normal. Pero en realidad todo es fruto de impulsos eléctricos que llegan a su cerebro. Cada detalle está pensado al milímetro. Si usted intenta levantar la mano, el ordenador genera la ilusión adecuada para que sienta que su mano se alza. Ese sofisticado software puede incluso hacerle creer que está usted leyendo estas mismas palabras acerca de la suposición, divertida aunque bastante absurda, de que hay un diabólico científico que conecta los cerebros de la gente a un ordenador. ¿Cómo sabría usted que esto no está ocurriendo realmente?

Ahora imagine que no sólo ocurre con su cerebro, sino con el de todos los seres humanos (¿Le recuerda por casualidad al argumento de The Matrix?). Podemos pensar que el mundo consiste en una supermáquina automática que controla los cerebros y sus sistemas nerviosos. Dicha máquina está programada para crear una alucinación colectiva. Así, mientras yo creo estar hablando con usted, usted cree estar oyendo mis palabras. Éstas no llegan realmente a sus oídos –recuerde que carecemos de ellos, al igual que de órganos del habla–. En realidad, es una ilusión creada por la máquina. Ninguno de los dos estamos equivocados respecto a la existencia del otro, sólo de la apariencia real que tenemos, y de la del supuesto mundo que nos rodea. De este modo no importa que todo sea una alucinación colectiva. Porque, cuando me dirijo a usted, usted oye realmente mis palabras, aunque no de la forma en que creemos.

El juego supremo

Tras este repaso a las teorías e ideas planteadas a lo largo de la historia por pensadores, científicos y novelistas, concedamos por un momento que dicho escenario es real. Si fuera así, ¿quién se esconde tras dicha simulación? ¿Es nuestro mundo producto de la mente de una superinteligencia que lo domina y controla todo? ¿Podríamos ser el resultado de un experimento informático elaborado por una civilización supertecnificada?
Una de las ideas más extendidas entre aquellos pensadores –y presente en algunas doctrinas religiosas y esotéricas– plantea que podríamos ser participantes en un gigantesco juego de dimensiones cósmicas. Si esta hipótesis fuese acertada, cabrían numerosas variaciones igualmente inquietantes: Una posibilidad es que seamos meros jugadores inconscientes, manejados y manipulados al antojo de un ser superior, a modo de simples personajes de un videojuego. Otra opción –más atractiva y tranquilizadora– propone que somos igualmente jugadores, pero de forma «voluntaria».

En este último supuesto, seríamos «entidades espirituales», individuos de la «auténtica realidad» que hemos decidido participar en este juego, aunque habríamos olvidado por completo nuestro verdadero origen. De este modo, el nacimiento sería el comienzo de una nueva «partida», y la muerte el final del juego. Tal experiencia podría ser una compleja forma de ocio –similar a nuestros videojuegos informáticos– o algún tipo de aprendizaje espiritual, similar a lo que conocemos como reencarnación.

También cabe la posibilidad –las variaciones son casi infinitas, y están sólo limitadas por nuestra imaginación– de que este mundo virtual no sea ningún tipo de divertimento o de «mecanismo espiritual», sino una forma de castigo o tortura en alguna sociedad ultratecnificada. ¿Qué mejor cárcel que un universo completo, ilusorio, en el que no se recuerde nada de la existencia genuina y donde pueda «recluirse» al delincuente por tiempo indeterminado?

De cualquier modo, si todas estas hipótesis y teorías son ciertas, lo más seguro es que la única forma de comprobarlo llegue tras nuestra muerte. Quizá entonces despertemos de un profundo sueño para vernos tumbados en una camilla, conectados mediante cables y artilugios futuristas a un sofisticado ordenador en cuya pantalla aparece la frase «Game Over».

fuente/Año Cero

miércoles, 21 de enero de 2015

Philip K. Dick revela la existencia de ‘la Matrix’ en 1977.

Philip Kindred Dick (Chicago, Estados Unidos, 16 de diciembre de 1928 - Santa Ana, California, EE. UU., 2 de marzo de 1982), más conocido como Philip K. Dick, fue un prolífico escritor y novelista estadounidense de ciencia ficción, que influyó notablemente en dicho género.




lunes, 19 de enero de 2015

EVOLUCIÓN. Ojos rojos, cerebro más grande: ¿Vivimos el mayor salto evolutivo desde los homínidos?

Los seres humanos estaríamos experimentando una importante etapa evolutiva comparable con la transición de los prosimios a los monos, de los monos a los simios y de los simios a los humanos.

Esta es la conclusión a la que ha llegado en su último estudio Cadell Last, doctorado de antropología evolutiva e investigador del Instituto Global del cerebro.

La longevidad humana ha aumentado casi el doble durante el último siglo, pasando de un promedio de 45 años a principios del siglo XX a 80 años al finales del mismo siglo. Debido a los avances en la tecnología que afectarán a la selección natural, Last sugiere que la vida humana podría alcanzar los 120 años para el año 2050.

Pero más allá del aumento de la longevidad, es probable que los seres humanos 'retrasarán' la reproducción biológica y reduzcan el número de los niños, según el estudio. Estos cambios podrían dar lugar a un nuevo tipo de ser humano, más centrado en la cultura que en la biología, de tal forma que si las necesidades físicas llevaron a los anteriores cambios evolutivos, ahora serían las innovaciones culturales y tecnológicas las que impulsen el siguiente. En este sentido, Last pronostica que para 2050 los seres humanos vivirán más, tendrán hijos a una edad más tardía, y contarán con las tecnologías de la última generación para hacer tareas cotidianas.

El estudio predice que para 2050 un trabajador típico de 35 años tendrá los ojos rojos (por pasar muchas horas trabajando frente al ordenador), un pene más pequeño, un cerebro más grande (con ayuda de implantes accesibles), habilidades lingüísticas avanzadas y bioimplantes para mejorar sus capacidades.

fuente del texto/actualidad.rt.com


Y nos preguntamos si el "Arquitecto" ha abierto la señal de vibración evolutiva, para esta neo-Evolución. ¿Usted que opina?





jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Estas dentro o fuera de la MATRIX?.

Si estas dentro de la Matrix. Tu Mente no siente. No se emociona. Si estás fuera solo te podran atar las manos NO tu Mente. Cuida tu subconsciente, entrenalo para protegerte ( opera a 40 millones de bits por segundo frente a 40 bits/segundo el consciente)  y seras libre, si quieres vivir en Paz y Armonia con tu planeta Tierra.


 MATRIX



“Sé que tenéis miedo. Nos teméis a nosotros. Teméis el cambio. Yo no conozco el futuro. No he venido para deciros cómo acabará todo esto. Al contrario, he venido a deciros cómo va a comenzar. Voy a colgar el teléfono y luego voy a enseñarles a todos lo que vosotros no queréis que vean. Les enseñaré un mundo sin vosotros. Un mundo sin reglas y sin controles, sin limites ni fronteras. Un mundo donde cualquier cosa sea posible. Lo que hagamos después, es una decisión que dejo en vuestras manos.” 

“Matrix nos rodea. Está por todas partes. Incluso ahora, en esta misma habitación. Puedes verla si miras por la ventana o al encender la televisión. Puedes sentirla cuando vas a trabajar, cuando vas a la iglesia, cuando pagas tus impuestos. Es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad.”
  Laurence Fishburne - Morfeo
 

viernes, 18 de julio de 2014

¿Cuál es la Realidad?


Durante décadas, los poderes de la mente han sido cuestiones asociadas al mundo “esotérico”, cosas de locos.

La mayor parte de la gente desconoce que la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre el pensamiento y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en realidad, podemos. Sorprendentes experimentos en los laboratorios más adelantados del mundo corroboran esta creencia.

El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas décadas mediante las “tomografías”. Conectando electrodos a este órgano, se determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La fórmula es bien sencilla: se mide la actividad eléctrica mientras se produce una actividad mental, ya sea racional, como emocional, espiritual o sentimental y así se sabe a qué área corresponde esa facultad.

Estos experimentos en neurología han comprobado algo aparentemente descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en ciertas partes de nuestro cerebro… pero cuando se exhorta al sujeto a que cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idéntica!

Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando “ve” que cuando “siente”, llega la gran pregunta: ¿cuál es la Realidad?

“La solución es que el cerebro no hace diferencias entre lo que ve y lo que imagina porque las mismas redes neuronales están implicadas; para el cerebro, es tan real lo que ve como lo que siente”, afirma el bioquímico y doctor en medicina quiropráctica, Joe Dispenza en el libro “¿y tú qué sabes?”. En otras palabras, que fabricamos nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es decir, mediante nuestras emociones.

En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que existe, donde se crean unas partículas llamadas “péptidos”, pequeñas secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o neuropéptidos. Ellas son las responsables de las emociones que sentimos diariamente. Según John Hagelin, profesor de física y director del Instituto para la ciencia, la tecnología y la política pública de la Universidad Maharishi, dedicado al desarrollo de teorías del campo unificado cuántico: “hay química para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…”

En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula pituitaria hasta la sangre, que conectará con las células que tienen esos receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que descarga los pensamientos a través de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios, pero lo que sí se ve es la tormenta eléctrica que provoca cada mentalismo, conectando las neuronas a través de las “fisuras sinápticas”.

Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose a esas experiencias emocionales. La Dra. Candance Pert, poseedora de patentes sobre péptidos modificados, y profesora en la Universidad de Medicina de Georgetown, lo explica así: “Cada célula es un pequeño hogar de conciencia. Una entrada de un neuropéptido en una célula equivale a una descarga de bioquímicos que pueden llegar a modificar el núcleo de la célula”.

Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células son las que se acostumbran a “recibir” cada una de las emociones: ira, angustia, alegría, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse a ellas, se crean hábitos de pensamiento. A través de los millones de terminaciones sinápticas, nuestro cerebro está continuamente recreándose; un pensamiento o emoción crea una nueva conexión, que se refuerza cuando pensamos o sentimos “algo” en repetidas ocasiones.

Así es como una persona asocia una determinada situación con una emoción: una mala experiencia en un ascensor, como quedarse encerrado, puede hacer que el objeto “ascensor” se asocie al temor a quedarse encerrado. Si no se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro podría relacionar ese pensamiento- objeto con esa emoción y reforzar esa conexión, conocida en el ámbito de la psicología como “fobia” o “miedo”.

Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que recurramos a una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo.

El objetivo inconsciente es “engañar” a nuestras células con otra emoción diferente, generalmente, algo que nos excite, “distrayéndonos” del miedo. De esta manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará, inevitablemente, con la “solución”, es decir, con la adicción. Detrás de cada adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo insertado en la memoria celular.

La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo vicioso, en cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que es el “pasaje a la liberación”. Porque, como ha demostrado el Instituto Tecnológico de Massachussets en sus investigaciones con lamas budistas en estado de meditación, nuestro cerebro está permanentemente rehaciéndose, incluso, en la ancianidad. Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas formas de vivir las emociones.

Mente creadora.
Los experimentos en el campo de las partículas elementales han llevado a los científicos a reconocer que la mente es capaz de crear.

En palabras de Amit Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, el comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el observador: “cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo hace, como una partícula”. Ello quiere decir que las expectativas del observador influyen en la Realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros está compuesto de millones de átomos.

Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevaría a que nuestra Realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si una partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede comportarse como materia o como onda… Nosotros podemos hacer lo mismo.


La realidad molecular.
Los sorprendentes experimentos del científico japonés Masaru Emoto con las moléculas de agua han abierto una increíble puerta a la posibilidad de que nuestra mente sea capaz de crear la Realidad.
“Armado” de un potente microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las moléculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en una cámara frigorífica para que se helaran y así, consiguió fotografiarlas. Lo que encontró fue que las aguas puras creaban cristales de una belleza inconmensurable, mientras que las sucias, sólo provocaban caos. Más tarde, procedió a colocar palabras como “Amor” o “Te odio”, encontrando un efecto similar: el amor provocaba formas moleculares bellas mientras que el odio, generaba caos.
Por último, probó a colocar música relajante, música folk y música thrash metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las fotografías.

La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos que componen las moléculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno grande de Oxígeno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o caóticamente. Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua, entenderemos cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la música que escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos armoniosa. Nuestra estructura interna está reaccionando a todos los estímulos exteriores, reorganizando los átomos de las moléculas.

El valioso vacío atómico.
Aunque ya los filósofos griegos especularon con su existencia, el átomo es una realidad científica desde principios de siglo XX. La física atómica dio paso a la teoría de la relatividad y de ahí, a la física cuántica.


En las escuelas de todo el mundo se enseña hoy día que el átomo está compuesto de partículas de signo positivo (protones) y neutras (neutrones) en su núcleo y de signo negativo (electrones) girando a su alrededor. Su organización recuerda extraordinariamente a la del Universo, unos electrones (planetas) girando alrededor de un sol o núcleo (protones y neutrones).

Lo que la mayoría desconocíamos es que la materia de la que se componen los átomos es prácticamente inexistente. En palabras de William Tyler, profesor emérito de ingeniería y ciencia de la materia en la universidad de Stanford, “la materia no es estática y predecible. Dentro de los átomos y moléculas, las partículas ocupan un lugar insignificante: el resto es vacío”.

En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada sino mucho más maleable de lo que pensábamos. El físico Amit Goswani es rotundo: “Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro al respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así que, en lugar de pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades, posibilidades de la consciencia.

La física cuántica solo calcula posibilidades, así que la pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quién elige de entre esas posibilidades para que se produzca mi experiencia actual? La respuesta de la física cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no puede ser ignorado”.

¿Qué realidad prefieres?
El ya famoso experimento con la molécula de fullerano del doctor Anton Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos de la molécula de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de carbón) eran capaces de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este experimento “de ciencia ficción” se realiza hoy día con normalidad en laboratorios de todo el mundo con partículas que han llegado a ser fotografiadas. La realidad de la bilocación, es decir, que “algo” pueda estar en dos lugares al mismo tiempo, es algo ya de dominio público, al menos en el ámbito de la ciencia más innovadora. Jeffrey Satinover, ex presidente de la fundación Jung de la universidad de Harvard y autor de libros como “El cerebro cuántico” y “El ser vacío”, lo explica así: “ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de Estados Unidos, objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que están en dos lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografías. Yo creo que mucha gente pensará que los científicos nos hemos vuelto locos, pero la realidad es así, y es algo que todavía no podemos explicar”.

Quizás porque algunos piensen que la gente “de a pie” no va a comprender estos experimentos, los científicos todavía no han conseguido alertar a la población de las magníficas implicaciones que eso conlleva para nuestras vidas, aunque las teorías anejas sí forman parte ya del dominio de la ciencia divulgativa.

Seguramente la teoría de los universos paralelos, origen de la de la “superposición cuántica”, es la que ha conseguido llegar mejor al gran público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número “n” de ondas que conviven en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se convierte en Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos ocupamos, con nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos (“yo sí puedo”, “yo no puedo”) de encerrarnos en una realidad limitada y negativa o en la consecución de aquellas cosas que soñamos. En otras palabras, la física moderna nos dice que podemos alcanzar todo aquello que ansiamos (dentro de ese abanico de posibilidades- ondas, claro).

En realidad, los descubrimientos de la física cuántica vienen siendo experimentados por seres humanos desde hace milenios, concretamente, en el ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los manuscritos del Mar Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad espiritual a la que, dicen, perteneció Jesucristo) tenían una manera de orar muy diferente a la actual.

En su libro “El efecto Isaías: descodificando la perdida ciencia de al oración y la plegaria”, Braden asegura que su manera de rezar era muy diferente a la que los cristianos adoptarían. En lugar de pedir a Dios “algo”, los esenios visualizaban que aquello que pedían ya se había cumplido, una técnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición, sin ir más lejos.

Seguramente, muchos han visto en los campeonatos de atletismo cómo los saltadores de altura o pértiga realizan ejercicios de simulación del salto: interiormente se visualizan a sí mismos, ni más ni menos que realizando la proeza. Esta técnica procede del ámbito de la psicología deportiva, que ha desarrollado técnicas a su vez recogidas del acervo de las filosofías orientales. La moderna Programación Neurolingüística, usada en el ámbito de la publicidad, las relaciones públicas y de la empresa en general, coincide en recurrir al tiempo presente y a la afirmación como vehículo para la consecución de los logros. La palabra sería un paso más adelante en la creación de la Realidad, por lo que tenemos que tener cuidado con aquello que decimos pues, de alguna manera, estamos atrayendo esa realidad.

Fuente: David Kether – Física cuántica.
vía/unaredhumana



domingo, 13 de julio de 2014

El mundo es una ilusión (la teología de Phillip K. Dick)

 

Un enigmático episodio, en el que recibió una “invasión mental cósmica“, marcó la vida de Phillip K. Dick e hizo que creyera que el mundo en el que vivimos es un simulacro, desarrollando toda una teología de la gran ilusión cósmica.
 
Hace un par de semanas se publicó The Exegesis, la obra póstuma de Phillip K. Dick de más de 900 páginas en donde el que actualmente es el escritor de ciencia ficción más popular de Hollywood (y quizás pase a ser el más importante en la historia del género), explora y reflexiona sobre un intrigante episodio que le ocurrió en 1974 y del cual se deriva (y cifra) su teología. Estas meditaciones metafísicas, que no fueron escritas para ser publicadas, constan de más de 9,000 páginas, las cuales fueron editadas para componer una obra relativamente digerible.

La teología sobre la que devanea K. Dick es, como quizás sea obvio para sus lectores, una espectral madeja de paranoia y lucidez que, más allá de explorar una veta un tanto radical (y alucinatoria) del cristianismo, se centra en la preocupación central de la obra de este escritor estadounidense: qué es la realidad. Este cuestionamiento, que ha sido abordada con cierto parentesco por Borges, Baudrillard, Hume y los filosófos presocráticos, encuentra en K. Dick a uno de sus más profundos inquisidores.

El 20 de febrero de 1974, Phillip K. Dick vivió un acontecimiento —que alguna vez describió como una invasión mental cósmica— en el que, aparentemente, un rayo láser rosa le disparó una corriente de conocimientos arcanos.

Ese día de febrero de 1974, justo la semana en la que se había publicado la novela Flow My Tears, the Policeman Said, Dick fue al dentista a que le quitaran las muelas del juicio bajo los efectos del tiopentato de sodio. Pocas horas después se halló sufriendo un dolor extremo en su casa. Su esposa habló a la farmacia a pedir analgésicos. Tocaron a su puerta y, según relata, K.Dick sintió la necesidad de abrir él mismo pese a que estaba sangrando y adolorido. La chica de la farmacia llevaba puesto un collar brillante con un pez dorado en el centro. Este pez hipnotizó a Dick, quien le preguntó a la chica:

“Qué significa?”

La chica tocó el pez dorado resplandeciente con su mano y dijo :”Es un símbolo usado por los primeros cristianos”.

Luego me dio mis medicamentos. En ese instante, mientra volteaba a ver el símbolo del pez brillante y oía sus palabras, experimenté de súbito lo que luego descubrí se conoce como anamnesis —una palabra griega que significa, literalmente, “pérdida del olvido”. Recordé quién era y dónde estaba. En un instante, en un parpadeo, todo regresó a mí. Y no solo podía recordarlo: lo podía ver. La niña era una cristiana secreta y yo también. Vivíamos con miedo de ser detectados por los romanos. Teníamos que comunicarnos con signos crípticos. Ella me había dicho esto y era verdad.

Phillip K. Dick viviría el resto de su vida, hasta 1982, obsesionado por este episodio que incluiría una serie de comunicaciones telepáticas el mes subsecuente. De aquí se desprende la extraña cosmogonía de Phillip K. Dick, que si bien ya había sido esbozada en muchas de sus obras previas, toma un cariz radical y se afianza en su teoría de que la realidad en la que vivimos es un simulacro. En su ensayo How to Build a Universe That Doesn’t Fall Apart explica:

La respuesta a la que he llegado tal vez no sea la correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo. Mi teoría es esta: en algún sentido fundamental: el tiempo no es real. O quizás sí sea real, pero no como lo experimentamos o como imaginamos que lo es. Tuve una aguda y abrumadora certidumbre (y todavía la tengo) de que pese a todo el cambio que vemos, un paisaje específico permanente subyace al mundo del cambio: y este paisaje invisible subyacente es el de la Biblia; es, específicamente, el periodo inmediato a la muerte y la resurrección de Cristo; es, en otras palabras, el tiempo del Libro de los Hechos.

Puede parecer un tanto delirante que un escritor ahora tan reconocido, y cuyas historias alimentan el cine y la televisión cada vez más, creyera que en realidad estamos en Judea, inmóviles (como el Ser de Parménides), 2000 mil años atrás. Phillip K. Dick era consciente de esto y muchas veces buscó desestimar esta espisodio visionario —que siempre persistió como un enigma. Lo transmutó en ficción en la que para algunos es su obra maestra, VALIS, novela en la que el rayo láser que percibió dispararse del collar de la repartidora de fármacos se vuelve el rayo láser satelital que usa la computadora cósmica para proyectar hologramas y transmitir información en la Tierra —mantener también esta ilusión temporal. El sueño eléctrico de la divinidad de K. Dick, novelado, en el que esta divinidad informática que proviene de Sirio se comunica con él para revelarle lo que podríamos llamar los intersticios de la Matrix.

Dick escribió en Exegesis:

Parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento —una falla— en la recuperación de la memoria.

Tenemos aquí una clara muestra de la anamnesis que es clave en el sistema filosófico-religioso de K. Dick y la cual equivale a la gnosis platónica: saber es recordar. Recordar quiénes somos, intuye K. Dick, es ver más allá del simulacro, acceder a la esencia intemporal que participa en el Logos (el Logos que es “aquel que piensa, y aquello que se piensa: el pensador y el pensamiento juntos”; Dick cree, como cierta corriente en la física cuántica, que la información es el constituyente primordial del universo). Asimismo, la conciencia de que somos proyecciones holográficas o seres ensoñados nos abre la puerta a ser el proyector de hologramas y el soñador.

El éxito de K. Dick se sustenta en que pese a que llevó a su mente a los límites más extremos de la metafísica, que en ocasiones rayaron en la más pura psicosis, siempre conservó el humor y la crítica. También de How to Build a Universe That Doesn’t Fall Apart:

Me puedo imaginar a mí mismo siendo examinado por un psiquiatra. El psiquiatra dice, “¿Qué año es? Yo respondo, “50 d.C”. El psiquiatra parpadea y luego me pregunta. “¿Y dónde estás tú?” Yo respondó, “En Judea”. “¿Dónde rayos está eso?”, me pregunta. “Es parte del Imperio Romano”, tendría que responder. “¿Sabes quién es presidente?”, me preguntaría el psiquiatra, y yo repsondería, “El procurador Felix”. “¿Estás seguro de esto”, diría el psiquiatra, mientras que da señales encubiertas a dos asistentes corpulentos. “Sí”, le respondería. “A menos de que Felix haya dejado su puesto y entonces habría sido reemplazado por el procurador Festus. Ve, San Pablo fue aprehendido por Felix por…”. “¿Quién te dijo todo esto?”, interrumpiría el psiquiatra, irritado, y yo respondería, “El Espíritu Santo”. Después de eso me retendrían en la habitación de hule, dentro mirando hacia afuera, y sabiendo exactamente por qué estaba ahí.

Siempre esta doble realidad en el pensamiento de K. Dick: el psiquiatra es también el procurador romano que detiene a los cristianos, que lo detiene a él que ha escuchado la voz del Espíritu Santo, cuya paloma ahora es un rayo láser. Estamos aquí y allá, sentados en la eternidad y en esta película (una especie de cinta de Hollywood personalizado) que es el tiempo.

La obsesión por el episodio epifánico de K. Dick se vio aumentada por el hecho de que aparentemente recibió información telepática que comprobó ser cierta más allá de su mente. Supuestamente se le avisó que su hijo estaba enfermó y podría morir. Examinaciones médicas de rutina mostraban que el niño no tenía ninguna enfermedad; sin embargo, K. Dick insistió en que se realizaran exámenes exhaustivos. Se le decubrió una hernia inguinal que lo habría matado si no hubiera intervenido la inteligencia cósmica. Esta comunicación, de manera cambiante, fue percibida por K. Dick como proveniente de una inteligencia del sistema estelar de Sirio (para los interesados en el tema se recomienda leer Cosmic Trigger, donde Robert Anton Wislon explora la sincronicidad de que por la misma época varias personas reportaron recibir comunicación telepática de Sirio, entre ellos, él y Tim Leary). Los emisores son los constructores originales, que en VALIS revelan: “Nunca lo hemos dejado de hacer… Todavía construimos. Construimos este mundo. Esta matriz de espacio-tiempo”. Phillip K. Dick liga a los arquitectos de la Matrix sirianos con los cristianos del código del pez: ¿acaso las entidades sirianas son semidioses marinos, una especie de peces cibernéticos súper-evolucionados, cuyo linaje entronca con Cristo?

Añadiendo a la mistificación, por el tiempo de la invasión cósmica mental la esposa de K. Dick supuestamente transcribió sonidos cuando lo oyó hablar dormido y descubrió que estaba hablando en griego koiné, el dialéctco que se hablaba en la era helénica de la antigua Grecia y el cual nunca había estudiado. Este espisodio de supuesta xenoglosia no se ha podido aclarar si es parte de una mitificación à propos del mismo K. Dick o un suceso que él mismo penso que sí ocurrió –quizás en su mente se borran las fronteras entre su obra y la realidad.

En febrero de 1974 K. Dick acababa de publicar su novela Flow My Tears, The Policeman Said, la cual, según contó en varias ocasiones, descubrió a posteriori que estaba, inconscientemente, registrando sucesos que ocurrían en el Libro de los Hechos y cuyos personajes describían de manera puntual a personas que aún no conocía. Esto contribuyó a que no tomara el episodio visionario a la ligera.

Evidentemente los críticos y biógrafos de Phillip K. Dick proponen teorías alternativas para explicar la fuente de su trance visionario. Una de las versiones más socorridas es la de que este episodio fue propiciado por un ataque de epilepsia del lóbulo temporal (al parecer K. Dick, como Van Gogh, Dostoievski o Flaubert, padecía esta condición con la que la ciencia muchas veces intenta explicar las teofanías). También se han esbozado versiones de que fue el resultado del exceso de vitaminas que consumía, un flashback de su experimentación con drogas psicoactivas o simplemente una manifestación de su psique desequilibrada que por momentos lo llevaba a la locura. El mismo K. Dick consideró en algunos momentos de su vida que podía tener un origen neurológico, lo cual es parte de la tesis que desarrolla en VALIS a través de su alter ego Horselover Fat, quien tal vez padece esquiozofrenia. Consideró, sin embago, muchas otras posibilidades, algunas bastante extrañas, como la de que el obisbo muerto Jim Pike estaba invadiendo su mente (acaso por resonancia mórfica espectral) y luego pensando que más bien era la mente de un antiguo griego llamado Asklepios o una posesión avatárica del profeta Elías.

Aún más interesante que definir qué fue lo que sucedió aquella mítica tarde del 20 de febrero de 1974 es navegar a través de las elucubraciones que suscitó dicho episiodio, consolidando en este escritor una inexorable suspicacia de que la realidad que experimentamos es falsa. Aquí vale la pena salir un momento de la dimensión psicótica de K. Dick para encontrar ecos de su visión radical de la realidad en otros autores que quizás sean considerados con mayor estimación por el mainstream. Vemos en Borges un notable parangón:

“El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro caso?” yo conjeturo que es así. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.

Estos intersticios pueden ser los canales por los cuales la divinidad se comunica a sí misma su ilusión de ser en el tiempo. Y quizás no es del todo importante si ocurren generados por una aflicción neurológica, la ingestión de una sustancia psicodélica, un rayo láser rosa o por el mismo Espíritu Santo, ya que lo que se comunica es, más que la esencia de la divinidad, la ilusión del mundo —en cuyo desvelo está esa divinidad. Phillip K. Dick era un maestro en hacernos cuestionar esta realidad, ver, por así decirlo, los cables detrás de las cosas, el engranaje de la máquina y la escenografía que subyace al paisaje. “Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema”. La crisis del momento en el que se desmorona la realidad es el estado de máxima conciencia y transformación. Ponernos en esa situación, como lectores, es una extraordinaria virtud que germina la semilla central del pensamiento filosófico de nuestra civilización (que Platón atribuye a Sócrates): el derecho y la responsabilidad de cuestionar las cosas y cuestionar a la autoridad, una autoridad que podemos identificar con los constructores de la ilusión. En este sentido la teología de K. Dick tiene una lectura filosófica que no se ve necesariamente contaminada de religión o fanatismo.

La filosofía gnóstica de Phillip K. Dick tiene un profundo sentido ético (una ética metafísica). Más allá de que su obra, dentro de la simulación y el artificio que predomina, celebra al humano auténico y exalta la empatía como la emoción suprema que permite al hombre permanecer dentro de la ilusoriedad que, como en Ubik, hace todo evanescente y corrupto, K. Dick sugiere que es nuestra labor realizar el mundo:

En el Timeo, Dios no crea el universo, como sí lo hace el Dios cristiano. Simplemente lo encuentra un día. Está en un estado de caos total. Dios se dispone a transformar el caos en orden. Esta idea me atrae y la he adaptado para adaptarla con mis propias necesidades intelectuales: ¿qué pasaría si nuestro universo empezara como algo no del todo real, una especie de ilusión, como la religión hinduista sostiene, y Dios, por amor y caridad hacia nosotros, lentamente lo está transmutando, lenta y secretamente, en algo real?

Para llegar (o llevar) al mundo a la realidad, según la exploración teológica de K. Dick, el hombre debe descubir su ilusoriedad fundamental, pero también combatir todo aquello que falsifica y simula. Por lo tanto son los valores que históricamente predican las grandes religiones los que le permiten afianzarse dentro de la desintegración ontológica que permea a este mundo, concebido como una contracreación o una copia de la realidad divina por un demiurgo a veces identificado con el diablo. En el amor y en la empatía el hombre vislumbra el orden divino original y participa en la esencia subyacente de las cosas o espíritu. Dice Dick:

La suma de mucha de la teología y la filosofía presocrática puede expresarse así: el kosmos no es como aparenta ser, y probablemente lo que es, en su nivel más profundo, es exactamente lo que los seres humanos son en un nivel más profundo —llámenlo alma o mente, es algo unitario que vive y piensa, y solo parece ser plural y material.

Dudar de la realidad del mundo material, del mundo sólido que experimentamos todos los días y en el cual nos construimos como entidades individuales aparentemente independientes de los demás, puede considerarse para muchas personas una simple alucinación o una percepción poco fundamentada según los preceptos aprendidos de la razón (o como algo aterrador al significarnos como simulacros). Las cosas no se desintegran de la nada, siguen ahí, pueden tocarse y a la vez cambian conforme a leyes establecidas, predecibles y constantes. Pero consideremos la posibilidad de que esto sea así precisamente porque nosotros —o alguien más— las dotamos de esta realidad: al participar después de todo en la divinidad subyacente somos entidades dadoras de realidad, la mirada es siempre transformadora.

Phillip K. Dick definió la realidad como “aquello que persiste, incluso cuando dejamos de creer en ello”. Las cosas —la mesa, el árbol, el auto— persisten en nuestra experiencia común: no nos despertamos y nuestra mesa ha desaparecido. Pero, ¿cuándo hemos dejado de creer en la mesa? ¿Cuándo hemos en verdad dejado de creer en la solidez del mundo? Y, al morir, ¿acaso permanecerá la personalidad que supuestamente integramos: ser Phillip, o Juan, o Yo, si dejamos de creer que somos esa persona?

El autor de esta entrada manifiesta su afinidad con la delirante y valiente obra de Phillip K. Dick y la fascinación por interrogar la naturaleza de la realidad. Quizás esto muestra una especie de rechazo al mundo, una excesiva oniricidad, pero quien alguna vez ha visto —o al menos ha creído ver— la radical ilusoriedad de este, el código de glifos y fractales luminosos de la Matrix o los fotogramas con los cuales los agentes van concatenando el holograma del tiempo, difícilmente dejará de sentirse atraído por estos temas y estará genuinamente interesado en descorrer el velo, siquiera por un instante, y asomarse al jardín que yace suspendido en la eternidad, aquí.

Escribiendo en Disneylandia, Phillip K. Dick anticipó la realización al final de los tiempos:

Tal vez el tiempo no solo se está acelerando; tal vez, además, está por terminar.

Y si lo hace, los juegos de Disneylandia no serán nunca igual. Porque cuando el tiempo finalice, las aves y los hipopótamos y los leones y los venados de Disneylandia no serán más simulaciones, y, por primera vez, un ave real cantará.

 Por: Alejandro de Pourtale
 fuente/Pijamasurf