Platón, Dostoievski y por qué la belleza salvará al mundo.
En su novela 'El idiota', Dostoyevski sugiere que la belleza puede salvar al mundo, pero, ¿qué es la belleza realmente?.
A menudo se desestima a la belleza
considerándola un lujo o una frivolidad. Algunos incluso sugieren que
guiarse por la belleza es un respuesta superficial a la vida. Esto
indudablemente nace de no entender qué es la belleza. La belleza no es cosmética, es cósmica. La
belleza es esencial para una vida profunda y llena de significado, para
una vida que se ocupa del alma de las cosas. La belleza no tiene que
ver meramente con un estándar consensual, más o menos idealizado, de lo
que es deseable o agradable --no se trata de un canon-- sino con una
agudeza de la percepción que alcanza a ver la realidad, tanto en su
intensidad directa (que es luminosidad condensada en forma) como en su
orden subyacente y su significado (la naturaleza siempre se está
expresando de manera estética y simbólica; como dijo Emerson, "la
naturaleza es el símbolo del espíritu"). Es por esto que hay belleza
tanto en el placer como en el dolor, en el cielo y en el inframundo (o
en el infierno, como supieron Dante, Milton y Blake). Todo esto es
bello, como intentaremos elucidar aquí, porque nos acerca a contemplar
ya no solamente la belleza de un cuerpo o la forma pura, sino un
principio que anima un cuerpo, una idea, un arquetipo, una moral e
incluso una verdad que encarna en el mundo como forma. La belleza es la seducción de una energía eterna que se llama a sí misma en un juego de apariencias.
La tradición platónica sugiere que
belleza, verdad y bien son palabras intercambiables. De la misma manera
que la palabra "bonito" en español significa belleza pero tiene la misma
raíz que "bueno", en griego la palabra kallos (de donde vienen
palabras como calidoscopio o calistenia) tiene la connotación de
"bueno" (la palabra hebrea que se usa en el Génesis, cuando se dice "y
Dios vio que era bueno", en referencia a su creación, es tov,
que también puede traducirse como "bello"). La estética y la ética
estarán siempre ligadas, pero también la belleza tendrá un estrecho
parentesco con la sabiduría, como sugiere el poeta Keats: "Belleza es
verdad; verdad es belleza. Sólo esto sabrás aquí en la tierra y sólo
esto necesitarás saber". En esto, siguiendo a Platón: "la belleza es el
esplendor de la verdad".
La frase "la belleza salvará al mundo" aparece en la novela El idiota,
de Fiódor Dostoyevski. La frase ha sido citada innumerables veces y
sacada de contexto, por lo cual es necesario situar al lector. "El
idiota" es una referencia al príncipe Myshkin, personaje principal de la
novela, el cual, como el mismo Dostoyevski, sufre de epilepsia. En
parte es por esto que se le considera idiota, pero también por su
inocencia, incluso su ingenuidad. Una inocencia hasta cierto punto
infantil, también en el sentido crístico, de hacerse como los niños para
entrar al cielo. El príncipe no ha recibido una educación formal, suele
hablar sin pensar lo que va a decir y ve con bondad a todas las
personas. Esto en un mundo poco sensible (como el nuestro y el de
Dostoyevski) puede confundirse como un signo de idiotez, pero podría ser
un signo también de inteligencia, de una inteligencia del corazón. Y
Dostoyevski así lo sugiere. Tal vez desde la noción mística de que es la
ignorancia, el eliminar el conocimiento conceptual, todo lo pretencioso
e inesencial de la inteligencia, lo que realmente acerca a la
divinidad, por la vía negativa. Hay una honestidad, una desnudez y una
inmediatez en el idiota que lo acercan a la luminosa oscuridad del
des-conocimiento, como describe Pseudo Dionisio el estado supremo de
comunión mística.
En la novela, el personaje de Hipólito
dice: "¿Es cierto, príncipe, que dijiste alguna vez: 'la belleza salvará
al mundo?'". El príncipe no responde a esto, pero leyendo la novela
sabemos que esto concuerda con el carácter del príncipe. La encarnación
de la belleza en la novela, la manzana de la discordia, es Natasha
Flippovna, de quien se enamoran el príncipe y su rival Rogozhin. El
príncipe Myshkin dice de Filippovna: "es de una belleza prodigiosa,
tiene la cara alegre y ha sufrido horriblemente, ¿no es verdad? Lo están
diciendo los ojos". Lo importante aquí es que el príncipe ve en la
belleza el sufrimiento y siente el deseo, en la belleza, de
salvarla (Flippovna es una mujer atormentada, que fue abusada en la
infancia por su tutor). Y señala: "si hubiera bondad en ella todo sería
salvado". El sufrimiento sin alcanzar a percibir la belleza difícilmente
genera compasión. La historia, sin embargo será trágica. Como el
príncipe nota, "Roghozin se casaría con ella, y después de una semana la
acuchillaría". Los dos tipos de amores son contrastados, el amor
compasivo del príncipe y el amor destructivo y egoísta de Roghozin. En Los hermanos Karamazov,
Dostoyevski dice: "Lo espantoso es que la belleza es misteriosa como
también terrible. Dios y el diablo están luchando ahí [en la belleza] y
el campo de batalla es el corazón del hombre".
Aunque la frase "la belleza salvará al
mundo" no debe tomarse directamente como la tesis de Dostoyevski, quien
como novelista total expresa la diversidad de la condición humana a
través de sus personajes, da voz a todo los aspectos del alma humana.
Dicho eso, es indudable que este es un tema que atraviesa su obra y que
parece estar cerca de su corazón, ya que es algo que en mayor o
menor medida encontramos en varios de los héroes trágicos con los que él
mismo parece identificarse. La redención del hombre en un mundo en el
que el significado se extravía, donde ya se anticipaba la idea
nietzscheana de que "Dios ha muerto"... para Dostoyevski, sin lo
divino se pierde el sentido de la existencia y en un mundo profano y
decadente, sólo la más profunda afirmación del alma, algo radical y
extraordinario, puede vindicar la existencia. "El hombre puede vivir sin
ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir
viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el
secreto está aquí, toda la historia está aquí", dijo Dostoyevski. La
belleza parece decirnos que hay algo que debemos hacer, algo con lo que
debemos unirnos, algo que debemos desnudar que es el sentido más
profundo de la existencia. Venus (la belleza) seduce a Marte (la
acción). ¿Sin belleza para qué actuar? ¿Si el mundo no fuera bello para
qué habría que preservarlo y actualizar la creación con nuestros
actos? La belleza instaura un dinamismo en la existencia e impide que la
evolución se petrifique, insufla una tendencia volátil en la materia
que la lleva al espíritu.
En Los hermanos Karamazov, la
experiencia de arrobo estético, una visión cósmica de la bóveda
celestial en todo su esplendor (algo que el mismo Dostoyevski solía
hacer: mirar las estrellas con ardor místico), hace que Alyosha entre en
un estado de éxtasis que lo lleva a abrazar su llamado como un hombre
religioso: "Quería perdonar a todos por todo, y pedir perdón, no para él
mismo, sino por todos y por todo, 'como los otros me lo piden a mí',
así vibraba su alma". Es la experiencia estética profunda la que detona
una transformación ética, una confirmación de los principios más nobles
del alma humana. La belleza del mundo aparece como el espejo de la
bondad y la magnitud del corazón.
Dostoyevski se describió a sí mismo como
un realista, en el sentido de mostrar "las profundidades del alma
humana". Es difícil concebir a otro artista para quien el apelativo
encaje mejor, otro artista con una mirada tan amplia y penetrante para
descubrir el alma como realidad. Él mismo vivió, en su tiempo en prisión
y en sus enfermedades, estas experiencias de las profundidades, de la
luminosidad del alma humana en la que se transparenta la totalidad de la
creación, pero también el propio abismo de la crueldad humana, el gulag
existencial: nada humano le fue ajeno. En su discurso de aceptación del
Premio Nobel, el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, quien ganó el
premio por su estremecedor recuento de los campos de concentración del
regimen estalinista, dijo:
La sentencia de
Dostoyevski 'la belleza salvará al mundo' no fue una frase descuidada
sino una profecía. Después de todo, a él le fue otorgado ver tanto, un
hombre de una iluminación fantástica. Y en ese caso, ¿el arte, la
literatura realmente pueden ayudar al mundo hoy?
Paul Celan supo que era indispensable escribir poesía después de Auschwitz. El
príncipe Myshkin nos da una probada del poder salvífico de la belleza,
de cómo la enfermedad se convierte en genialidad que penetra lo
intemporal:
Pensaba, entre otras
cosas, en que en su estado epiléptico había un grado, casi
inmediatamente antes del ataque [...] en que, de pronto, en medio de la
tristeza, de la bruma, de la opresión espiritual, parecía a veces
inflamársele el cerebro y un estallido extraordinario exaltar al mismo
tiempo todas sus energías vitales. La sensación de la vida, la
conciencia, casi se duplicaba en aquellos instantes que se prolongaban
como relámpagos. Alma, corazón, iluminábanse con desusada luz; todas sus
agitaciones, todas sus dudas, toda su inquietud parecían amansarse de
pronto, sumirse en una altísima serenidad, henchida de júbilo, y unas
ilusiones radiantes y armoniosas, llenas de razón y de razones
definitivas... Por lo demás, él no se aferraba a la parte dialéctica de
su razonamiento, el estupor, la niebla mental, el idiotismo, eran para
él la clara consecuencia de aquellos instantes... ¿qué hacer
verdaderamente con la realidad? Porque aquello existía, él podía decirse
a sí mismo, en aquel segundo, por una suerte ilimitada, que aquel
segundo él lo sentía plenamente, y podía incluso valer por toda su vida
[...] en ese momento se me hace comprensible esa frase extraordinaria de
que "ya no habrá más tiempo".
[...] "¿Qué importa
que sea sólo enfermedad, una tensión anormal del cerebro, si
cuando recuerdo y analizo el momento, parece haber sido uno de armonía y
belleza en el más alto grado --un instante de la más profunda
sensación, sobreabundante de alegría y rapto, devoción extática, vida
total?".
La belleza redime el sufrimiento, y el
mismo sufrimiento es entendido, en su intensidad libre de
identidad, como belleza. Al ver el sufrimiento de la bella Natasha
Flippovna, el príncipe participaba en la pasión de Cristo, ese acto de
sacrificio que es una obra de arte divina, en la que el sufrimiento del
mundo es transmutado en una belleza intemporal, que se vuele
disponible en el corazón de todas las cosas. Dostoyevski escribió en uno
de sus cuadernos que "el sufrimiento es el origen de la conciencia",
una cierta conciencia superior, una conciencia moral, una conciencia que
obliga al alma a manifestarse, a crecer por encima de ese sufrimiento,
el cual se convierte en la belleza de la sabiduría. Aunque el sentido de
la frase que hemos analizado aquí puede interpretarse de otras formas,
la interpretación cristiana parece ajustarse al propio espíritu que le
imbuyó a su obra Dostoyevski, aunque por supuesto trasciende cualquier
exclusividad sectaria. Simone Weil escribió: "En todo lo que despierta
en nosotros un sentido auténtico y puro de belleza, ahí se encuentra, en
verdad, la presencia de Dios. Hay una especie de encarnación de Dios en
el mundo, de la cual la belleza es señal". La frase de Dostoyevski es
ampliamente citada entre teólogos cristianos. Joseph Ratzinger hace una glosa de la frase anterior de Weil y de la sentencia del escritor ruso en lo que llama una via pulchritudinis, la belleza como sendero espiritual:
La belleza, ya sea
del universo natural o del arte, justamente porque abre y extiende los
horizontes de la conciencia humana, apuntando a más allá de nosotros,
trayéndonos frente a frente con el abismo del Infinito, puede
convertirse en un camino a lo trascendente, al misterio último, a Dios.
[...] La auténtica
belleza libera el anhelo del corazón humano, el profundo deseo de
conocer, de amar, de ir hacia el Otro, de aspirar a lo trascendente. Si
reconocemos que la belleza nos impacta en la intimidad, que nos hiere,
que abre nuestros ojos, descubrimos la alegría de ver, de ser capaces de
penetrar el significado más profundo de la existencia.
Rumi había dicho "la herida es el lugar
por donde entra la luz". Esa luz es la luz de la conciencia, de la
gnosis. Lo que despierta la belleza es el deseo de conocer. Sí, la
belleza despierta también el deseo de conocer en el sentido bíblico, de
disfrutar con el cuerpo, del éxtasis de los sentidos. Pero cuando la
belleza actúa en el individuo en toda su expresión, no se detiene
solamente en el conocimiento somero, material, en la contemplación de la
forma, sino que magnetiza hacia aquello de lo cual el cuerpo es un
símbolo --dentro del movimiento de la belleza, de la fulguración de lo
fenoménico hay algo que yace inmóvil, el punto de quietud del cual surge la danza del mundo.
Es ahí donde conduce: la belleza se convierte en amor para llevarnos a
la sabiduría --siendo amor y sabiduría las dos alas de una misma ave (el
ave fénix, el ave de la inmortalidad); el amor siendo sólo la sabiduría
en acción y la sabiduría siendo el amor en silencio (este es el secreto
de la unidad de la rosa y la cruz dentro del misticismo cristiano).
En uno de los pasajes más famosos en la
historia de la filosofía, la sacerdotisa de Eros, Diotima, le revela a
Sócrates lo que se conoce como "la escalera de la belleza", el sentido
anagógico (que alza hacia lo divino) de la belleza y del amor:
[Aquel que ha amado
un cuerpo bello] debe llegar a comprender que la belleza que se
encuentra en un cuerpo cualquiera es hermana de la belleza que se
encuentra en todos los demás... Una vez penetrado de este pensamiento,
nuestro hombre debe mostrarse amante de todos los cuerpos bellos, y
despojarse, como de una despreciable pequeñez, de toda pasión que se
reconcentre sobre uno solo. Después debe considerar la belleza del alma
como más preciosa que la del cuerpo, de suerte que, un alma bella,
aunque está en un cuerpo desprovisto de perfecciones, baste para atraer
su amor y sus cuidados.
Así tenemos este proceso de
transformación que va de lo superficial a lo profundo, de lo grosero a
lo sutil, de lo concreto a lo abstracto y de lo particular a lo
universal: la iniciación a la cual somete el amor a sus adeptos. El
adepto surcando con las alas del alma que fraguó el amor culmina su
ascenso:
El que en los
misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos,
después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo
bello y llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como
un relámpago una belleza maravillosa, aquella ¡oh Sócrates!, que era
objeto de todos sus trabajos anteriores; belleza eterna, increada e
imperecedera, exenta de aumento y de disminución.
En el Fedón, Sócrates expresa
la misma idea: "La locura de un hombre que, al ver la belleza aquí en la
tierra, y al ser recordado de la belleza verdadera, se vuelve alado".
Debemos entender por locura la manía divina, el éxtasis de procedencia
divina, que llama al alma a la contemplación de lo mismo. San Agustín
sin duda hace eco del mismo pasaje:
Interroga a la
belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la
belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del
cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve,
nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas
bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza
("Pulcher"), no sujeta a cambio?" (Serm. 241,2)
Si habíamos empezado diciendo que existe
una identidad entre la verdad, la belleza y el bien, podemos añadir al
amor, en una relación de engendración mutua. Marsilio Ficino comenta al Banquete de Platón:
Y ese aspecto divino,
o sea la belleza, en todas las cosas lo ha procreado el Amor, o sea el
deseo de sí misma. Porque, si Dios atrae hacia sí al mundo, y el mundo
es atraído por él, existe una cierta atracción continua entre Dios y el
mundo, que de Dios comienza y se transmite al mundo, y finalmente
termina en Dios, y como en círculo, retorna ahí de donde partió. Así que
un solo círculo va desde Dios hacia el mundo y desde el mundo hacia
Dios; y este círculo se llama de tres modos. En cuanto comienza en Dios y
deleita, nómbrase belleza; en cuanto pasa al mundo y lo extasía, se
llama Amor; y en cuanto, mientras vuelve a su Autor, a él enlaza su
obra, se llama delectación.
Para concluir podemos decir que, en el
caso de Dostoyevski, la belleza salva al mundo, despertando una profunda
compasión que es lo divino en lo humano y posibilitando una comunión
con esa misma divinidad a través del éxtasis (que es un hacerse a un
lado del individuo para dejar que irradie lo universal). En Platón la
belleza es la salvación del individuo, del alma --aunque sin utilizar un
lenguaje mesiánico, la belleza sí tiene una cualidad soteriológica. La
belleza, que es en sí misma la naturaleza prístina del alma, inmanta al
alma a sí misma, a su altura divina, ayudándole a despojarse de sus
vehículos menores, incluso usándolos como trampolines hacia lo realmente
significativo y verdadero (el erotismo utiliza el cuerpo y la atracción
de la belleza como un imán para trascenderlo: en el amor físico
buscamos también la inmortalidad, pero hasta que no nos establecemos en
la inteligencia del alma, no comprendemos que la inmortalidad es una
realidad espiritual). De aquí que la belleza, en ambos casos, esté en el
centro del misterio existencial, sea inseparable de la manifestación de
lo divino como mundo, y por lo tanto un recuerdo, una cuerda de
regreso, un re-ligar hacia el estado de plenitud en el que lo
trascendente se ecualiza con y actualiza en lo inmanente.
fuente/Pijamasurf