Todo indica que no existe una clave única. Los estudios revelan que influyen una amalgama de factores diversos, como el talento innato, la creatividad y variables de personalidad como la tenacidad, perseverancia y la motivación, que en conjunto configuran las características distintivas de un genio. En la primera parte del siglo XX, el genio se asoció con un concepto cuantitativo conocido como el cociente de inteligencia o CI.
Pero como veremos, la relación entre un alto CI y el genio creativo no siempre es evidente. Si la genialidad fuese simplemente dependiente de una medida de gran inteligencia, seríamos capaces de identificar fácilmente a un individuo genial en sociedades como Mensa -2% de la población con CI más alto-, pero no es así. Una prueba de esto es el trabajo de investigación de Lewis Terman, un psicólogo de la Universidad de Stanford que se dedicó, tras la Primera Guerra Mundial, a seguir la pista a un grupo de superdotados, persuadido como estaba de que el cociente intelectual era indispensable y suficiente para alcanzar las más altas cotas de virtuosismo.
Terman identificó y localizó a 1.470 niños con un CI superior a 140, a los que se conocía popularmente como «las Termitas». Terman siguió con ahínco, y hasta el final de sus días su evolución, convencido de que entre ellos se encontraba la futura élite intelectual, política y financiera de Estados Unidos. Pero no fue así: cuando «las termitas» llegaron a la edad adulta, Terman se topó con una triste realidad: aunque algunos de sus niños genios llegaron a publicar libros y ganaron premios científicos, ninguno de ellos llego a ser una figura pública reconocida por sus logros.
Ninguno fue premio Nobel, Pritzker, Pullitzer, o algo que se le pareciera. Y no sólo eso, uno de los hombres no incluidos en el estudio de Terman -excluido por tener un CI inferior a los límites impuestos- se convirtió en su edad adulta en ganador del premio Nobel de física: William Shockley, co-inventor del transistor, y ciertamente, un genio. En realidad la historia está llena de genios con un CI bastante inferior al límite sugerido por Lewis Terman.
Ninguno fue premio Nobel, Pritzker, Pullitzer, o algo que se le pareciera. Y no sólo eso, uno de los hombres no incluidos en el estudio de Terman -excluido por tener un CI inferior a los límites impuestos- se convirtió en su edad adulta en ganador del premio Nobel de física: William Shockley, co-inventor del transistor, y ciertamente, un genio. En realidad la historia está llena de genios con un CI bastante inferior al límite sugerido por Lewis Terman.
Tenemos por ejemplo un caso especialmente llamativo, el de Richard Feynman probablemente el físico más importante del siglo XX después de Albert Einstein. El CI de Feynman era de 124, un resultado que si bien es excelente (superior al 95% de la población) podría no resultarnos espectacular si estamos hablando de un genio de la ciencia moderna dada su talla intelectual y aportación científica. De hecho prácticamente todos hemos tenido compañeros de clase en nuestros estudios con el CI que se le atribuye a Feynman y difícilmente esas personas han alcanzado su nivel de genialidad.
En realidad y aunque Feynman no era lo que conocemos como un genio renacentista (como él mismo decía: «tengo una inteligencia limitada y la uso en una determinada dirección», para justificar su escaso interés por las artes y las letras), en el amplio y diverso mundo de la Universidad, fue un todoterreno, un número uno en cada reto que afrontaba: investigador puntero, divulgador sin rival y mago de la ciencia al que sus alumnos adoraban y solían votar como su profesor preferido.
Richard Feynman
Todo ello nos deja una clara conclusión, más allá de un cierto nivel de capacidad, otros factores además del cociente intelectual son necesarios para determinar las posibilidades de un individuo de cara a ganar un Premio Nobel o terminar siendo un genio de referencia en su ámbito. Amén de que el CI es una medida rudimentaria de la inteligencia está el hecho de que, a partir de cierto nivel (un CI de 120/130, digamos) los puntos adicionales de inteligencia cuentan cada vez menos para predecir el éxito profesional, tal y como argumenta Malcolm Gladwell en su libro Outliers (Fueras de serie). Gladwell hace una instructiva comparación entre el papel de la inteligencia para ser un genio y el de la estatura para ser un as del baloncesto: Un varón que mida 1,65, ¿tiene alguna probabilidad realista de jugar al baloncesto profesional? Es muy raro. Para jugar en ese nivel hay que medir al menos 1,85; y, si no intervienen otros factores, probablemente sea mejor medir 1,90; y si se mide 1,95, mejor todavía. Pero a partir de cierto valor la estatura deja de importar tanto. Un jugador que mida 2,05 no es automáticamente mejor que otro cinco centímetros más bajo (después de todo, Michael Jordan, el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, no llegaba a los dos metros). Se ha descubierto que la relación entre éxito y CI funciona sólo hasta cierto punto. Una vez se alcanza una puntuación de unos 120, el sumar puntos de CI adicionales no parece repercutir en una ventaja fácilmente cuantificable.
Para ser un empresario, abogado, doctor o arquitecto exitoso se requiere mucho más que una inteligencia elevada (para más información remito al lector al post de este blog en el que se compara y analiza la relación entre inteligencia y riqueza).
Las claves cerebrales de la genialidad Una gran capacidad creativa es una de estas características que forman parte de la genialidad y que normalmente no miden los test de inteligencia. Una de las maneras de medir la creatividad es el llamado “pensamiento divergente”.
El “pensamiento divergente” consiste, por ejemplo, en pedirle a los participantes que piensen en todas los diferentes usos que puede tener un objeto común como puede ser un “tetrabrik”. Los participantes en el estudio pueden dar respuestas que van desde “para lanzar por una ventana” –poco creativa-, hasta “gemelos para la camisa de un gigante” –muy creativa-. Para usar una metáfora sencilla, a la hora de pensar, los individuos creativos, tienen el pie más tiempo en el acelerador y menos en el freno en virtud de su organización del lóbulo frontal.
Ahora bien, también necesitan un lóbulo frontal lo suficientemente bien organizado para lograr llevar a cabo sus ideas –que no se quede en una mera creatividad infructuosa-. El Dr. Simonton ha hecho un trabajo increíble que establece que las personas altamente creativas, genios eminentes incluso, producen un gran número de ideas: son prolíficos, tienen su pie en el acelerador; los creadores de campos menos disciplinados -como la poesía, las artes visuales o la psicología- son más propensos a los trastornos mentales, en promedio, que aquellos en los campos más disciplinado -como el periodismo, el diseño o la física. También se sabe que la característica derrotista que produce un gran poema o un riff de jazz podría estar asociado con la depresión y otros trastornos asociados con hipoactividad del lóbulo frontal.
La baja inhibición latente también parece ser otra norma común en las personas más creativas. Normalmente todos tenemos un filtro mental que esconde la mayoría de los procesos que tienen lugar en nuestra mente. La falta de inhibición latente podría explicar la tendencia de las personas creativas a centrarse intensamente en el contenido de sus pensamientos y desechar el mundo exterior.
Esta idea se comprobó en el año 2003 cuando investigadores de las universidades de Harvard y Toronto observaron que las personas más creativas producen más ondas cerebrales en el rango alfa. Los neurocientíficos explican estas diferencias como resultado de una disminución en la activación cortical y una descentralización de la atención. Así, el hecho de que pueda entrar más material a la conciencia, podría ser un aspecto importante para comprender la genialidad.
Con una mayor cantidad de datos, las personas podrían recombinarlos de formas más originales, dando lugar a ideas mucho más creativas. Cerebro genial: Genetica y ambiente por raulespert Es muy probable que una combinación de inteligencia elevada, capacidad creativa muy alta, y variables de personalidad -como persistencia/perseverancia, tenacidad, terquedad, motivación etc- sean características distintivas de un genio.
Obviamente sin la suficiente inteligencia, uno no tiene las materias primas necesarias para poner ideas juntas de forma novedosa y útil. Y unido a todo esto, sin personalidad y tendencia a "luchar contra molinos de viento" todas las grandes ideas que pueda tener el cerebro genial no saldrán a la luz, permanecerán ocultas y el implacable paso del tiempo las disolverá en el olvido.
La regla de las 10.000 horas.
Un umbral mínimo de inteligencia y de creatividad son necesarios para ser un fuera de serie, pero no basta con eso, después de cierta puntuación son más trascendentes otros criterios como el grado de ambición, la perseverancia, las circunstancias, las oportunidades, el esfuerzo invertido, el carácter, y el entorno y nivel socio-económico, que la brillantez intelectual.
Como explica el ensayista norteamericano Malcolm Gladwell un atleta, músico, genio científico u hombre de negocios no conquista el éxito únicamente a base de suerte y talento. Antes de Gladwell, en 1973, los teóricos del deporte Simon & Chase estudiaron el juego de ajedrez y plantearon que "se requieren al menos diez años de práctica deliberada para alcanzar el nivel de deportista experto".
Esta regla fue confirmada luego por numerosos analistas de disciplinas diversas como la natación (Kalinowski, 1985), las carreras de larga distancia (Wallingford, 1975), el fútbol (Helsen et al., 2000) y la música (Ericsson et al., 1993). En 1993, los psicólogos K. A. Ericsson, R. Krampe y C. Tesch-Römer estudiaron a un grupo de 40 violistas de la Academia de Música y de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Con similares condiciones de inicio, algunos habían llegado a ser verdaderos genios mientras que otros finalmente debieron conformarse con puestos docentes o burocráticos. Todos los violinistas coincidían en su placer por la música, todos eran talentosos, y no registraban diferencias significativas en cuanto a sus biografías.
¿Qué había causado la diferencia?
Los registros eran inequívocos: la cantidad de horas de práctica.
Los "genios" habían dedicado un promedio de 3,5 horas por día. El resto, sólo 1,3 horas. Para asegurarse de que no habían asistido a una especie de casualidad, repitieron el mismo tipo de experimento con una clase de pianistas. Y el resultado fue exactamente el mismo. El patrón era idéntico. Los pianistas más sobresalientes siempre habían sumado al menos 10.000 horas de práctica en toda su vida.
Ericsson no encontró un solo estudiante talentoso que llegó al estrellato practicando solo una fracción del tiempo de sus pares. Tampoco encontró el caso contrario: Aquél estudiante diligente y esforzado, menos dotado de talentos, que alcanzaba el éxito sólo por practicar duramente. Este resultado era del todo contraintuitivo: Ericsson no encontró músicos natos, esa clase de músicos que parecen nacer con el don de tocar brillantemente, como si lo llevaran escrito en los genes. Como Mozart.
¿O es que el caso de Mozart no fue exactamente así?.
Todos hemos visto películas en las que el pequeño Mozart deleita y asombra a la concurrencia. Pero hay que ser justos en reconocer que las primeras obras de Mozart no eran excepcionales. Los primeros siete de sus conciertos para piano y orquesta son en gran parte arreglos de obras debidas a otros compositores.
El primer concierto que contiene música original de Mozart, el nº 9, K. 271, no lo compuso hasta los 21 años de edad. Exacto: Mozart ya llevaba 10 años componiendo conciertos. El crítico de música Harold Schonberg incluso opina que las mejores obras de Mozart no llegaron hasta que llevaba 20 años componiendo.
O lo mismo le sucedió a los Beatles: el tiempo que transcurrió desde la fundación de la banda hasta que llegaron los que posiblemente sean sus mayores logros artísticos fue de 10 años, 10 años en los que tocaron jornadas maratonianas de 8 horas diarias 7 días a la semana en un club de Hamburgo.
Ericsson concluyó que, una vez uno ha demostrado capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue al intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar. Y algo más importante: los músicos que están en la cumbre no trabajan un poco más… trabajan muchísimo más. Estudios relacionados conducidos por Benjamin Bloom en la Universidad de Chicago han demostrado que se requiere al menos una década de esfuerzo enfocado antes de alcanzar renombre mundial en cualquier área de especialidad.
Bloom estudió la vida de un conjunto de 120 expertos en áreas tan diversas como atletismo, artistas, bioquímicos, artistas y matemáticos y vio que cada uno de ellos se dedicó una década de trabajo duro y esfuerzo constante antes de llegar a ser un experto en su área. En una colección de reseñas de expertos de la Universidad de Cambridge (Cambridge Handbook of Expertise and Expert Performance, Cambridge University Press, 2006) se concluye que lo que comúnmente se denomina como "genio", es producto de una habilidad natural que no necesariamente sea extraordinaria, un mentor excelente, instrucción de calidad y una considerable inversión de trabajo y esfuerzo.
El neurólogo Daniel Levitin lo expresa así "La imagen que surge de tales estudios es que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de dominio propio de un experto de categoría mundial, en el campo que fuere. Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o de lo que sea, este número se repite una y otra vez.
Desde luego, esto no explica por qué algunas personas aprovechan mejor sus sesiones prácticas que otras. Pero nadie ha encontrado aún un caso en el que se lograra verdadera maestría de categoría mundial en menos tiempo. Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero."
Neurológicamente, 10.000 horas de práctica, 10 años de tesón e ilusión, es el mínimo requerido para que una persona alcance la excelencia en la realización de una tarea compleja. Y para ello es necesario la dedicación intensiva a la actividad durante un tiempo prolongado. Estas diez mil horas son el equivalente del «noventa y nueve por ciento de transpiración» de Edison. Pero esa práctica deliberada, es una condición necesaria pero no suficiente para la creación de un genio. Hay que tener el suficiente talento como para la práctica llegue a resultar realmente productiva.
Estos hallazgos sugieren que, una vez que un estudiante logra entrar a una escuela de buen nivel y tiene un destacado nivel intelectual, lo que lo distinguirá de sus compañeros es el tiempo y el esfuerzo que invierte en sus estudios.
"Y los mejores no se distinguen por trabajar más, sino por trabajar mucho, mucho más".
Y es que si hay algo que tenían en común -además de inteligencia- Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Nikola Tesla o Albert Einstein era la pasión y dedicación absoluta con la que afrontaban sus trabajos e investigaciones.
Y, ¿qué es lo que hace que una persona se tome tan a en serio su trabajo? ¿Qué la induce a una entrega tan incondicional a él? La respuesta a estas cuestiones está para Malcolm Gladwell en la noción de trabajo significativo.
Un trabajo es significativo si reúne estos tres requisitos:
Autonomía: permite a quien lo tiene ser su propio jefe, tomar iniciativas por su cuenta.
Complejidad: es una actividad desafiante para nuestras facultades, al menos tanto como para que manejar y superar esa complejidad proporcione una alta recompensa intrínseca.
Recompensa intrínseca i extrínseca:
Existe una relación perceptible entre esfuerzo y recompensa (extrínseca). Las recompensas intrínsecas las recauda la persona envuelta en un trabajo significativo mientras lo lleva a cabo y por ejecutarlo cada vez mejor. Las recompensas extrínsecas (fama, dinero, poder, etc.) las obtiene esa persona cuando concluye su trabajo y presenta ante los demás los resultados del mismo. Sólo quienes están inmersos en un trabajo significativo se implican voluntariamente las diez mil horas que son precisas para convertirse en un experto consumado en una ocupación. Y es que parece ser que... la práctica no es algo que se hace una vez que se es bueno en algo. Es lo que se hace para volverse bueno en cualquier campo.
Fuentes: bitacorabeagle, indiana.edu, time, andresroemer, gestiopolis, genciencia, laopiniondelanzarote, rinconpsicologia
vía/jesusgonzalezfonseca.blogspot.com
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