sábado, 25 de abril de 2015

El Milagro de Lázaro.





Jesús se encontraba a menos de un día de viaje de Jerusalén, fuera de los confines de Judea. Cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros, está Betania, lugar donde vivían Lázaro, Marta y María, los amigos del Señor. 


Lázaro estaba gravemente enfermo en Betania; María y su hermana Marta le cuidan con la natural congoja y preocupación. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos, su conversión había sido tan profunda que Jesús la alabó ante la inquietud en el servicio de Marta. 


Las hermanas saben donde está Jesús, protegido de las persecuciones de los judíos. Lo saben, pero su fe es tan grande y su angustia tan honda, que se atreven a pedir a Jesús que acuda a curar a su hermano; por eso "le enviaron este recado: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo". La delicadeza y la urgencia se unen en la petición. Saben que Jesús se expone a peligros, pero saben también que Él es poderoso; además, quiere a Lázaro con una amistad especial, que no puede hacer oídos sordos a la curación posible, como en tantos otros que ni siquiera eran amigos. "Al oírlo, dijo Jesús: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios"(Jn).

 Las enfermedades y muertes humanas, si son llevadas con amor de Dios, son ocasión de mejora, son un paso a un amor mejor y una vida más alta. Así era la enfermedad de Lázaro, tan lejana a la enfermedad del alma que es el pecado. Pero hay más, si el dolor, en los creyentes, siempre da más gloria a Dios, aquella enfermedad va a redundar en gloria de Dios y de Jesús.

"Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo lugar". Es de suponer que Lázaro murió al poco de salir el emisario para ver a Jesús. Los cuatro días trascurridos se consumen: uno en el viaje del emisario, dos de espera, sabiendo Jesús que Lázaro estaba ya muerto, y uno de viaje a Betania. ¿Por qué ese tiempo? Porque los judíos embalsamaban los cuerpos de los difuntos para que no se corrompiesen, durante tres días; no más. 


Era un detalle de caridad con el difunto, leve, pero entrañable; no buscaban, como los egipcios, la permanencia del cuerpo en la tumba por tiempos largos, incluso siglos. Jesús quería que hubiese constancia ante todos que Lázaro estaba realmente muerto. La hija de Jairo estaba recién muerta, y el hijo de la viuda de Naím aún no estaba enterrado. Alguno podía dudar de su muerte real. Pero Lázaro estaba enterrado y habían pasado los tres días de reposo preceptivo.

Pasados dos días después de la recepción del mensaje dijo a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea". Todos se conmueven y le dijeron: "Rabbí, hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, y ¿vas a volver allí?". Respondió Jesús: "¿Acaso no son doce las horas del día? Si alguien camina de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; pero si alguien camina de noche tropieza porque no tiene luz"


El diablo y los pecadores tienen su tiempo, pero Dios tiene también su hora para manifestar la luz que no va a quedar oculta por miedo y temor. Dicho esto, añadió: "Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero voy a despertarle. Le dijeron entonces sus discípulos: Señor, si está dormido se salvará. Jesús había hablado de su muerte, pero ellos entendieron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vayamos a donde está él"

Los que le siguen ya creían en Jesús, pero es tiempo de creer con más intensidad, la fe debe abarcar no sólo conocimientos, sino que debe ser una adhesión viva, y va a ser reforzada por un signo más extraordinario aún que los anteriores. Lleno de sentido común Tomás, llamado también Dídimo, dijo a sus compañeros: "Vayamos también nosotros y muramos con Él". Está dispuesto a todo; pero no ve triunfo, ni fe, sino derrota y muerte. Es valiente, pero con poca fe. Es generoso, pero su amor se queda corto


Los judíos visitan a Marta y María

Jesús al llegar, encontró que Lázaro estaba sepultado ya desde hacía cuatro días. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por su hermano. El ambiente está lleno de testigos y ocurría como en los entierros de las personas destacadas: muchos van por sincero afecto, y otros por conveniencias, como una obligación social. Era conocido que los tres hermanos eran discípulos de Jesús, pero, a pesar de la excomunión decretada, no les molestaban por su posición social, y porque la adhesión a Jesús no comportaba manifestaciones externas. Se puede decir que todo seguía como siempre, aunque dentro de ellos, todo fuese distinto.


Marta y María

"En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa. Dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano", es como una queja de la persona que no entiende que Jesús guiado por el cariño y la amistad no hubiese acudido a visitar al enfermo y curarle como había hecho con tantos. 


Es el amor el que habla, y es tanta la confianza, que no es un reproche la queja, sino una exteriorización de lo que se tiene dentro. Pero reacciona con buen juicio, y añade: "incluso ahora sé que cuanto pidieres a Dios, Dios te lo concederá"(Jn). ¿Es una alusión a la posible resurrección de su hermano? Es posible, pero muy leve. Jesús la consuela con el único consuelo ante la muerte: "Tu hermano resucitará". No deja claro si será ahora o al final de los tiempos por eso Marta le respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día"

Hay un oculto dolor en estas palabras de fe, como si la separación por el cuchillo de la muerte fuese demasiado dura y lejano el encuentro definitivo, al fin. Le dijo Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?"(Jn) La vida eterna está aquí presente en Jesús, no es algo lejano, la vida del alma es la vida en Dios y Jesús es esa vida y esa resurrección. ¿Era su fe honda o cree sólo en quién hace milagros corporales y efímeros? Marta le contestó: "Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo". Esta llena de fe; pero el dolor le lleva a pedir la vida terrena de ese hermano a quién tanto quiere.

"Y dicho esto fue y llamó a su hermana María diciéndole en voz baja: El Maestro está aquí y te llama. Cuando ésta lo oyó, se levantó en seguida y fue hacia Él. Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que estaba aún en el lugar en que Marta le había salido al encuentro. Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver que María se levantó de repente y se marchó, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí. 


Entonces María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle se postró a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano"(Jn). Las mismas palabras de Marta. Es cosa clara que han hablado de la tardanza del Señor, no entienden que no venga, están sorprendidas. No ceden en su fe, pero una sombra se anida en su corazón como si fuesen menos queridas en aquél que tantas manifestaciones ha tenido con la familia. 

Jesús sabe sus congojas, pero "cuando la vio llorando, y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció en su interior, se conmovió" Jesús es también hombre perfecto, con emociones y sentimientos como todo hombre. Y al ver llorar, se emociona al modo masculino, no puede, ni quiere, ocultarlo; se le nublan los ojos y se nota en su voz la emoción interior, entonces dijo:"¿Dónde lo habéis puesto? Le contestaron: Señor, ven y lo verás". Y van al sepulcro cavado en la roca, como hacían las personas notables; allí, ante la roca, que tapaba la entrada del túmulo "Jesús comenzó a llorar"(Jn). Jesús se ha emocionado y su corazón de hombre siente la separación –definitiva- de su amigo y las lágrimas brotan como fuente de los ojos de Jesús. No tiene en reparo en llorar, es humano, muy humano; quiere a Lázaro, le ha enternecido el dolor de sus hermanas; sufre y llora. 

Todos se dan cuenta y decían entonces los judíos: "Mirad cómo le amaba"; expresión inolvidable de amor a Lázaro, y a todos. La presencia lleva a la manifestación externa del amor de amistad. Sin embargo, no podía faltar el contrapunto de la crítica amarga. "Pero algunos de ellos dijeron: Este que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber impedido que muriese?"(Jn).


Resurrección de Lázaro

"Jesús conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le dijo: Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días"(Jn). Parece que la buena hermana ha olvidado la fe con la que pedía el milagro al entrar en contacto con la cruda realidad. "Le dijo Jesús: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron entonces la piedra"


La operación es lenta; se hace el silencio, todos se agolpan en el lugar. Entonces, Jesús reza al Padre en voz alta: "levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me enviaste"(Jn). 

Esta es la petición: que crean porque así entrarán en la vida de amor en Dios, y de una manera mayor que todas las anteriores les va a poner delante de sus ojos incrédulos aquel signo que exigen. "Y después de decir esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal afuera! Y el que estaba muerto, salió atados los pies y las manos con vendas, y el rostro envuelto con un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejadle andar"(Jn). 

Todos quedan paralizados por el milagro. Y lo ven los que creen, los que dudan y los que no creen. 

Todos pueden certificar la muerte, todos la han llorado, han acudido al entierro, han experimentado el olor de cadáver y la sorprendente salida de la tumba sin caminar, ceñido por las ventas, sanado, vivo, mirando sorprendido a los que le contemplan con estupor. 

Abre Lázaro la puerta de la vida por segunda vez ante la mirada atónita de la nube de testigos. Y se encuentra ante la mirada alegre, y aún llorosa, de su gran amigo, de Jesús, el Mesías Salvador, el Hijo de Dios viviente entre nosotros. Y a él le ha dado la vida en el alma y en el cuerpo. 

Y esa vida fluye como la sangre por las venas, con un amor y un agradecimiento que nunca había experimentado.

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