Durante más de 2000 años, la glándula hipófisis fue reconocida como asiento del alma. y ventana hacia otras dimensiones. Desmerecida con el paso del tiempo, la ciencia enfoca nuevamente hacia las funciones ocultas del “ojo vestigio”
En los albores de mi adolescencia, cuando las charlas junto a mi padre brincaban de lo escéptico a lo paranormal, uno de los tópicos más excitantes que recuerdo era la fiabilidad de las experiencias extra corporales durante la muerte clínica. Él solía recalcar que los años de estudio en la Facultad de Medicina le habían valido para aprender que no existen órganos, más allá de los ojos físicos, que permitan a un ser humano observar escenas desde otra perspectiva que no fuera la del propio cuerpo.
Sin embargo, cuando 20 años más tarde el destino me llevara a los corredores de la misma universidad, las cátedras de citología humana revelaron a mi espíritu un hecho tan curioso que mi padre había pasado de largo en nuestras discusiones; un conocimiento del cual yo podría haber hecho gala, aunque ya no sirviera de mucho; un secreto alojado en un entramado de células tan diminuto y escondido, pero que aún tenía la capacidad de controlar procesos metabólicos vitales y de reaccionar, igual que un ojo corriente, a la luz externa.
El ojo medial
La posibilidad de que un órgano visual se encuentre ligado a un tipo de percepción de partículas más finas que las moléculas convencionales (50μ) es, al menos de momento, completamente indemostrable. Sin embargo, el cuerpo pineal, pequeñísimo tesoro glandular alojado justo por encima del accidente óseo conocido como “fosa pineal”, no solo es capaz de percibir estados lumínicos externos, sino que su estructura molecular anteromedial se asemeja a un ojo corriente en el estado más primitivo.
Por supuesto, mientras que para los círculos esotéricos, este “ojo” representa mucho más que un órgano vestigio, los científicos aún no concluyen en el discernimiento de las funciones que originalmente poseía el complejo fotorreceptor “retina-pineal”.
Según la concepción evolucionista acerca de la glándula pineal, el órgano tal y como se presenta actualmente comenzó como un sistema desordenado de fibrillas nerviosas ubicadas en la superficie del cráneo, especializadas en captar luces y sombras del mundo externo con el fin de proporcionar al individuo más posibilidades de escape en el caso de un ataque predatorio. A decir verdad, este hubiera sido el origen mismo tanto de los ojos como del cuerpo pineal, los cuales se hubieran diferenciado permaneciendo fuera del cráneo los primeros, y hundiéndose en éste el segundo. Pero mientras una muy reciente hipótesis propuesta por David Klein, jefe neuroendocrinólogo de la NICHD, plantea la posibilidad de que las retinas primitivas hayan ejercido la función dual de captación de imagen y producción de melatonina, y que esta última función haya migrado hacia la pineal como órgano emancipado, la degeneración de la retina como productor de melatonina en mamíferos aún continuaría sin explicación coherente.
Aunque hoy en día se reconozca a la pineal como una glándula destinada de forma exclusiva a la secreción endógena, lo cierto es que en el ser humano, todavía puede apreciarse una importante capacidad fotosensorial, reconocida científicamente como vital para el desempeño de un ciclo circadiano normal.
Un hecho asombroso es que, si ambos globos oculares fueran extirpados y la vía anatómica desde el área frontal hacia la mencionada glándula se encontrara liberada bajo condiciones lumínicas, este órgano aún podría responder al estímulo, de manera similar a como lo hacían los ojos físicos. Este hecho lleva a pensar a muchos científicos que la glándula pineal es mucho más que un ojo degenerado, y que algunos fenómenos del gran enigma que representa el cerebro, como la formación de imágenes o la interacción de este con espacios físicos compuestos de partículas hipotéticas menores a las conocidas, podrían tener como coprotagonista a este pequeño centro neuronal, resumido en un espacio cónico de tan solo 5 mm. de diámetro.
Según el Doctor Sérgio Felipe de Oliveira, Master en Ciencias por la Facultad de Medicina de la Universidad de San Pablo y director de la Clínica Pineal Mind, el incremento de la actividad pineal se encuentra estrechamente relacionado con las actividades psíquicas, tales como visiones o meditación. Según Oliveira, la glándula pineal actuaría como un pequeño receptor de ondas, en el cual, pequeñas calcificaciones del órgano conocidas como “acérvulos” jugarían un rol especial. “En mi tesis de Master en la USP, investigué los cristales de apatita de la pineal, mediante la difracción de rayos X, T.C. y resonancia magnética. Tuve la oportunidad de observar en los cristales una microcirculación sanguínea que los mantiene metabólicamente activos y vivos. Pienso que son estructuras diamagnéticas que repelen ligeramente el campo magnético, y eso hace que la onda camine en rebote de un cristal a otro (…) Así se produce el secuestro del campo magnético por la glándula”.
Además, entre las múltiples funciones endógenas de la pineal (controlar los centros hipotalámicos, ritmos biológicos, efecto desintoxicante de radicales libres y protector de drogas anticancerosas) se encuentra la de liberación de la DMT, conocida en la jerga científica como la “molécula espiritual”. La liberación de esta molécula, considerada como uno de los neurotransmisores alucinógenos más poderosos para el ser humano, se ve incrementada por la glándula durante el estadío de sueño, estados de meditación y la inminencia de muerte. Cada caso mencionado, relacionado como una interacción aumentada entre el cerebro y otros planos dimensionales adyacentes, son cuestionadas por los escépticos como un fenómeno físico-químico limitado al órgano cerebral. Sin embargo, no existen al momento hipótesis válidas que relacionen el por qué de la liberación de DMT (y la consecuente formación de imágenes en la pineal) con los estadíos cercanos a la muerte.
Tal como lo reconoce Rick Strassman, célebre protagonista en exhaustivos estudios de los efectos de la DMT en humanos, la glándula pineal no sería más que el sexto chakra o ajna del cual habla la tradición védica, la ventana de Brama que se nombra en el hinduismo, el ojo celestial del cual hablan los antiguos chinos, el palacio Niwan que los taoístas conocen o el “asiento del alma” que Descartes exponía. En cualquiera de los casos, la ciencia y la realidad parecen haber encontrado un posible punto de roce en un espacio milimétrico, extraviado justo en el centro del cerebro.
fuente/Por Leonardo Vintiñi - La Gran Época
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