La realidad pasaría a ser “esto-y-lo-otro” en una etapa transpersonal del desarrollo de nuestra especie
Imagen
ilustrativa de la dualidad onda-partícula, en la que se puede ver cómo
un mismo fenómeno puede tener dos percepciones distintas. Imagen:
Jean-Christophe BENOIST. Fuente: Wikipedia.
La especie humana, como cada ser humano, vive un desarrollo marcado por varias fases. En la etapa prepersonal (de la primera infancia o de las culturas sociocéntricas), no hay separación entre el yo y los otros; en la etapa personal –en la que se encuentra la cultura moderna- se desarrolla la dualidad, el individualismo y la competitividad. En la actualidad, sin embargo, se está desarrollando una fase de unidad-dual que nos permite comprender con una lógica paradójica: por ejemplo, el yo como parte de un todo o la naturaleza onda-partícula de todas las cosas. La realidad pasa a ser “esto-y-lo-otro”. Por Sinesio Madrona.
Más allá de las pretensiones científicas, siempre discutibles, de algunas psicologías como el Conductismo se encuentra la discreta Psicología Evolutiva (Monedero, 1982) que, sin pretensiones, como cualquier otra ciencia naturalista en sus primeras fases, es una descripción simple y directa del objeto de su estudio. Sigue un proceso similar al del naturalista que describe y cuenta el número de pétalos que tiene una rosa o los comportamientos de alguna especie animal.
La Psicología Evolutiva no es una teoría de la conciencia, como las muchas que ha expuesto, entre otros, el neurólogo Francisco Rubia, sino una descripción de los procesos de desarrollo humano a todos los niveles: físicos, comportamentales, emocionales, mentales, sociales... que llevan a esa conciencia.
Por sí sola esta información ya es relevante. Empezar por lo más sencillo y directo siempre puede ser aclarador, sobre todo si nos describe qué hay en nuestra naturaleza que nos hace tan propensos a los debates y qué significado tiene ese factor en nuestro desarrollo.
La Psicología Evolutiva aceptada académicamente nos describe dos fases fundamentales en el continuo del desarrollo de la dualidad. Entre los dos-tres años tiene lugar la aparición de una primera fase en la concepción dual de la realidad (niños y niñas, papás y mamás...) y, al mismo tiempo, germina la capacidad de simbolización [1] en la mente humana (ya antes de esa fecha la dualidad está presente en la conducta del bebé, pero es inconsciente de ella). Gesell (1940) nos describe que la vida se constituye para el niño en una calle de dos direcciones.
Posteriormente, a los 10-12 años, según Piaget (1926), se produce una ‘fase de las operaciones abstractas’, y se desarrolla la lógica abstracta [2]. Esta fase prepara al ser humano para hacer operaciones con los símbolos, y se apoya en la capacidad simbólica desarrollada en la fase anterior.
En una tercera fase, descrita sólo por la así llamada ‘psicología transpersonal’ y no admitida por completo –por lo que se verá más adelante– en los medios académicos, se puede desarrollar la lógica paradójica [3].
La paradoja como medio de comprensión
Para desarrollar la lógica abstracta, rasgo especialmente característico de la especie humana, hay que hacer ya un esfuerzo educativo, lo que no siempre ocurre, o cuando sucede no lo hace plenamente.
Con la lógica paradójica ocurre otro tanto. Así, el acceso a esta forma de pensamiento es todavía más restringido (de ahí su obstáculo para la aceptación académica). Esta circunstancia es la base de la dificultad de comprender tanto la dualidad onda-partícula, en la materia, como cualquier otra dualidad presente en la psique del individuo y de la sociedad.
La comprensión de la realidad se torna así, tanto individual como colectivamente, un esfuerzo de evolución consciente y voluntaria. Un esfuerzo hacia una creciente mayor complejidad en la interpretación de la realidad y del papel que nos implica en ella. Sin voluntad de entendimiento de lo opuesto no hay evolución ni personal ni social. Lo opuesto nos complementa y sin esa completitud la conciencia de nuestra realidad es parcial.
La lógica paradójica nos permite entender, sin confusiones ni asombro, la naturaleza de la unidad de la dualidad (ying-yang; tesis-antítesis; Unidades Duales Opuestas, Medina 2012 [4]; La unidad en la dualidad, Madrona 2012 [5]).
La concepción de campo en sociología (Lewin, 1951) y la psicología gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951), así como el estudio del proceso recursivo de segundo orden en epistemología nos posibilita comprender de una manera compleja el papel de la dualidad-unidad en nuestra vida y en la concepción de la realidad. La paradoja se presenta así como el ladrillo con el que construimos una epistemología más abarcadora (Keeney, 1983, Estética del cambio).
Esta comprensión nos facilita entender tanto la dualidad-unidad onda-partícula en un extremo de la materia, como el concepto de self (el ‘yo’ no como una entidad sino como una función de campo; es decir como una función ‘unidual’ organismo-entorno) en el otro extremo de la conciencia.
Materia y conciencia, materia y mente o cerebro y mente (Peat, 1987), también forman unidad-dual, por ello lo que descubramos o entendamos en una nos ayudará siempre a entender la otra, y viceversa.
La etapa prepersonal
Al desarrollo de la dualidad está unido el concepto del yo, el pensamiento objetivo, la ciencia y la tecnología, la individualidad, el autoapoyo y un largo etc. El desarrollo del autoconcepto, del yo, se logra para la conciencia (se comienza, pues es un proceso interminable) al mismo tiempo que la fase de las operaciones abstractas.
Para lograr ambas se tiene que producir un descentramiento afectivo que saca al niño de su confusión, por ejemplo, entre la naturaleza de los objetos y el nombre que los denomina (el niño descubre que lo que es fuerte es el trueno, no la palabra que lo nombra, Piaget, 1926).
Se produce una división epistemológica en su mente y en sus emociones que le permite el acceso a las operaciones abstractas y lo saca al mismo tiempo de su confusión entre sí mismo y el otro. Así pues, la conciencia del yo va unida a la capacidad de abstracción.
El descubrimiento de la dualidad es, pues, un rasgo de la especie humana y un logro de su desarrollo. Las culturas sociocéntricas (Rubia) están en una fase anterior de ese desarrollo.
Según la psicología transpersonal, este desarrollo tiene básicamente tres fases (Wilber, 1977, 1983): prepersonal, personal y transpersonal. Estas denominaciones significan respectivamente, para lo que nos interesa aquí: unidad primordial inconsciente, consciencia de la dualidad y consciencia de la unidad sin perder la anterior consciencia dual.
En la fase prepersonal predomina en el individuo y en la cultura la unidad con el entorno. La separatividad con el/lo otro –que es un rasgo del individuo y la cultura que nos define a los occidentales– está por desarrollar en las culturas prepersonales o sociocéntricas.
Así pues, en esos individuos y culturas la unidad es todavía ‘inconsciente’ o preconsciente. En ellas no se ha experimentado, al menos no tan plenamente como en nuestra cultura científica, la separación dual de la consciencia. Es decir, no se tiene clara la diferencia entre uno mismo, por una parte, y el otro y el entorno, por la otra.
Como dice Julian Jaynes, no se ha desarrollado la consciencia (de sí). Toda identidad es todavía grupal, y no existe identidad individual.
La cultura moderna como “etapa personal”
La etapa personal, es en la que se encuentran la mayoría de los seres humanos, sobre todo en nuestra cultura occidental. Implica, pues, esa separación que ya tiene lugar en una primera fase en el niño de 2-3 años y llega a su culminación en la pubertad y adolescencia, aunque no por eso termine su desarrollo (todo desarrollo es un continuo, las definiciones y distinciones son decisiones epistemológicas).
A partir de este punto se establece, inconscientemente en la mayoría, una dialéctica entre la dualidad y la unidad. La proyecciónía) en psicología es, en sus manifestaciones más comunes y cotidianas (como estrategia psicológica, no como mecanismo de defensa patológico), una manifestación de que esa separación dual no se ha ‘completado’ (y no se llega a completar casi nunca) [6].
Como he dicho, la mayoría de las personas y la cultura occidental están en la fase personal, la fase dual e individualista. La filosofía modernista y su énfasis en la individualidad de nuestra cultura occidental así lo atestiguan (Wheeler, 2000; Robine, 1997). Los muchos artículos de Francisco J. Rubia y otros en Tendencias21, en los que se trata el tema de la dualidad, nos dicen hasta qué punto es un asunto candente en este momento.
El regreso a una unidad-dual
Globalmente, hemos entrado en un periodo –postmodernismo (antidualista)– que descarta y critica el individualismo y la dualidad de la filosofía modernista. Sin embargo, muchos individuos todavía tienen que desarrollar su individualidad.
La dualidad, la individualidad, el autoapoyo, la independencia personal de criterio..., no es un rasgo completamente logrado. La falta de criterio personal a la hora de juzgar un asunto, el dejarse ir por lo que opina la mayoría sin reflexión, son consecuencia de ello. Y, en un extremo, la adhesión despersonalizadora a las sectas y, me temo, a determinadas redes, opiniones y movimientos sociales, son también síntoma de esta carencia de individualidad e independencia (no estamos tan lejos, como querríamos creer, de las culturas sociocéntricas, lo cual no es necesariamente malo).
Por todo ello, la confrontación de ideas y actitudes, y las filias y fobias... son una compulsión característica de esta etapa evolutiva. Es una necesidad dual para el desarrollo, algo por lo que tenemos que pasar antes de seguir adelante. Es un rasgo que nos define y un logro respecto a otras culturas y edades de desarrollo.
Un rasgo fundamental de la dinámica de la fase personal es la competitividad. Gracias a la competitividad aprendemos lo que somos nosotros y lo que es el otro, y por ello nos individualizamos. Este rasgo es una función que permite y potencia el desarrollo humano individual.
Por desgracia la competitividad, se ha convertido en nuestra cultura en un fin en sí misma, con todos sus destructivos inconvenientes; pero éste es un tema para otra reflexión. Esta competitividad es la base de la dualidad, de la polaridad: un polo se define respecto al otro polo por oposición. Esa dualidad, la polaridad, la oposición, es el rasgo característico de la consciencia personal y por ende de nuestra cultura occidental y científica.
Por eso los pueblos que no han desarrollado el yo pertenecen a una cultura sociocéntrica. Estas culturas no han experimentado lo que Taylor (2005) llama la ‘explosión del ego’ o ‘no tienen conciencia’ como dice el psicólogo Julian Jaynes. Su desarrollo pertenece, pues, a una fase anterior de la evolución de la especie humana.
Cierto es que estas culturas tienen una relación más integral con el entorno, pero el desarrollo humano, el desarrollo del Universo, de la realidad como totalidad, nos lleva, nos ha llevado, a esta encrucijada. La dinámica dual es, pues, un paso necesario para volver a la unidad, que en este caso será una unidad-dual.
Así las afirmaciones de Rubia de que “...la neurociencia había podido avanzar en el estudio de las funciones mentales gracias a la superación del dualismo”; y de que: “...el dualismo no es 'real', sino una categoría más de nuestra mente” en Tendencias21, son pues coherentes con las observaciones naturalistas del desarrollo humano que hace la Psicología Evolutiva.
El presente: el desarrollo de la unidad transpersonal
En la actualidad estamos asintiendo al desarrollo de la unidad transpersonal (Wilber, 1977, 1983). A ella nos lleva el descubrimiento de la unidad-dualidad onda-partícula y observador-objeto por parte de la ciencia (así como el desarrollo general de las ciencias de la complejidad).
Y, del lado de la psicología y la sociología, la postulación de una visión de la naturaleza humana desde la concepción de campo. Asimismo, se experimenta un estado de desarrollo de la conciencia que permite percibir y comprender ese campo, esa unidad-dual.
En ambas observaciones, la unidad de la dualidad, ya sea la unidad de la materia-energía y corpúsculo-onda, o de los opuestos de la conciencia y de la mente, se percibe como algo natural e intrínseco a la realidad.
La visión de la filosofía postmodernista, y de ciertas ramas de la sociología y de la psicología nos dan, como he dicho, esa visión de campo a la hora de entender la relación del individuo con el entorno. Postulan la unidad individuo-entorno. Esta visión se parece a la sociocéntrica, en tanto en cuanto concibe al individuo y al entorno como unidad; pero incluye un elemento que no tiene aquella: la capacidad para ver también la dualidad, la separación, la individualidad; es decir, el desarrollo del ego y con él de la conciencia personal, aislada y separada del entorno, del grupo.
Ambas conciencias, la unitaria y la dual, estarían, pues, presentes en la conciencia como una capacidad humana a partir de un determinado desarrollo. Tendríamos así la conciencia uni-dual.
La realidad es esto-y-lo-otro
Esta conciencia uni-dual es, como dice Bateson, citado por Keeney (1983), una visión binocular; es decir tridimensional. Si vemos la realidad con un solo ‘ojo conceptual’, la vemos plana (como cuando nos tapamos un ojo físico). Así pues, nuestro desarrollo nos concede la capacidad dual de la conciencia que nos identifica como ‘yo’. Es una evolución que nos individualiza al polarizarnos con el/lo otro, pero también nos deja ‘tuertos’. Es, no obstante, una necesidad evolutiva.
Para readquirir la capacidad tridimensional tenemos que seguir evolucionando y volver a la unidad, a concebir los opuestos como polos de un proceso recursivo con el que adquirimos la aptitud para abarcar toda la realidad. El desarrollo de la conciencia personal implica la elección entre esto-o-lo-otro. Trascender esa conciencia egoica implica cesar la elección, pues entonces comprendemos que la realidad es esto-y-lo-otro.
Desde este punto de vista, dios, el paraíso, el nirvana, la conciencia pura... etc. no son sino símbolos de esa unidad –‘perdida’– que anhela la conciencia humana desde la noche de los tiempos, desde que tuvo lugar, según nos cuenta Taylor (2005), “la explosión del ego”.
El proceso para desarrollar la lógica paradójica es el mismo que para desarrollar la capacidad simbólica y la lógica abstracta. Se produce un descentramiento afectivo (hasta cierto punto lo que en la espiritualidad oriental se llama desapego) que nos permite ver al/lo otro como distinto y a respetarlo como tal. En el caso de la lógica paradójica, el desapego se realiza sobre el ego, sobre la dualidad confrontativa de la anterior fase abstracta. Al mismo tiempo, desarrollamos una mayor capacidad para comprender mentalmente tanto a nosotros mismos como al entorno de manera uni-dual.
El ‘desapego’, pues, ya ha sucedido dos veces en el desarrollo humano, no es algo completamente nuevo. Sólo es nuevo que el ‘desapego’ (descentramiento afectivo) implicado en el desarrollo de la lógica paradójica es más complejo y abarcador. Estos procesos de desapego emocional y desarrollo mental unidos se pueden entender asimismo como un proceso que produce la unidad pensamiento-sentimiento o mente-cuerpo [7] por el hecho de ser unidad.
Conclusiones
Sólo cabe añadir algo obvio después de este desarrollo: la dualidad es esencial a la naturaleza humana. Y tal como nos describe Rubia, esa dualidad es, a pesar de esencial, sólo aparente (una categoría de la mente), pues la unidad es básica en esa manifestación dual.
Pero hay algo más, la dualidad es algo presente en toda la realidad, no sólo en la mente. La unidad-dual onda-partícula y la unidad-dual de toda la realidad: física, química, biológica, psicológica, sociológica... no es sino una forma de operar de la realidad unitaria, una función operativa de la realidad. Para manifestarse, la realidad se divide, pero sigue siendo una. Así, unidad y dualidad forman también unidad (Madrona, ver nota 5).
Por tanto, las discusiones acerca de lo que es la conciencia y las controversias enfrentadas de unos y otros sobre su naturaleza no son sino manifestaciones de la etapa de desarrollo de la lógica abstracta en el ser humano. Como bien dice Rubia, en otro lugar el cerebro no es dual.
Bibliografía
Gessell, A. (1940, ec. 1985). El niño de 1 a 4 años. Ed. Paidós. Barcelona.
Keeney, B. P. (1983, ec. 1994). Estética del cambio. Ed. Paidós. Barcelona.
Lewin, K. (1951, ec. 1978). La teoría del campo en las ciencias sociales. Ed. Paidós. Buenos Aires.
Monedero, C. (1982). Psicología evolutiva y sus manifestaciones psicopatológicas. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
Piaget, J. (1926, ec. 1978). La representación del mundo en el niño. Ed. Morata.
Peat, D. (1987, ec. 1988). Sincronicidad: puente entre mente y materia. Ed. Kairós. Barcelona.
Perls, Hefferline y Goodman. Terapia Gestalt. Excitación y crecimiento de la personalidad humana. (1951, ec.
2002). Ed. Sociedad de Cultura Valle-Inclán. Los libros del CTP. Madrid.
Robine, J. M. (1997, ec. 2005). Contacto y relación en psicoterapia. Santiago de Chile. Ed. Cuatro Vientos.
Wheeler, G. (2000, ec. 2005). Vergüenza y soledad: El Legado del Individualismo. Ed. Cuatro Vientos. Santiago de Chile.
Wilber, K. (1977, ec. 1990, ). El espectro de la conciencia. Ed. Kairós. Barcelona.
Wilber, K. (1983-90, ec. 1991, ). Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós. Barcelona.
Notas
[1] Por este término me refiero a la capacidad del ser humano para representar los objetos y las personas en su mente, ya sea mediante palabras o imágenes. Ésta es una capacidad incipiente en el niño que a partir de ahora deja de necesitar imperiosamente tener a los objetos a su alcance físico (sobre todo a su madre). Posteriores desarrollos de esta capacidad simbólica serán básicos en la lógica simbólica de las matemáticas que se fundamenta, a edad ya tan temprana, en la capacidad que adquiere el ser humano de representar simbólicamente la realidad.
[2] Por lógica abstracta (Monedero, 1982, pág. 368) entiendo, en este artículo, la apertura mental que supone el paso que da el niño desde su necesidad de tener los objetos materiales para hacer operaciones a su capacidad para hacerlos abstractamente (simbólica, mentalmente). La que aquí llamo lógica abstracta es la aptitud fundamental para movernos en el mundo y más concretamente en la ciencia y la filosofía. Esta capacidad se empieza a adquirir incipientemente hacia los 9 años, aunque muchas psicologías consideran su presencia evidente en el ser humano hacia los 11-12 años.
[3] Este término es en sí mismo una contradicción; pero se trata precisamente de eso, de la capacidad del ser humano para unir términos contradictorios y construir con ellos una lógica o “epistemología de orden superior” (Keeney, 1983). Tras el desarrollo de la lógica paradójica se comprende que los términos de cualquier dualidad son los elementos de una operatividad dinámica con la que se construye la realidad. Wilber (1983) la llama lógica imaginativa.
[4] http://www.redcientifica.org/informacion_sinoptica_sobre_la_teoria_udo.php
[5] La sincronicidad vista desde la teoría de los tres campos (punto 2, “La unidad en la dualidad”, pág. 3 del descargable en PDF).
[6] La dialéctica proyectiva trabaja básicamente así: 1) proyectamos en el/lo otro algo que es nuestro; 2) nos damos cuenta –conflictivamente casi siempre– de que el/lo otro no responde a lo que esperamos; 3) tomamos entonces consciencia de que lo proyectado (rasgo, deseo, esperanza, filia, fobia...) es algo nuestro; 4) recuperamos esa proyección y al hacerlo nos hacemos conscientes de algo nuestro que antes ignorábamos, rechazábamos o negábamos... y al mismo tiempo vemos en el/lo otro su naturaleza real y no la fantasía que teníamos antes. Por último podemos llegar a ser conscientes del propio mecanismo de proyección (instrumento básico de nuestra naturaleza dual), percibir nuestras proyecciones en el mismo momento en el que las hacemos y trabajar madurativamente sobre la emoción o la carencia que nos lleva a la proyección.
[7] http://gestaltnet.net/documentos/sobre-polaridades-i-ii-iii; (Polaridades I: pensar y sentir).
Sinesio Madrona es licenciado en psicología. Formado en terapia psicoanalítica, rogeriana y gestáltica. Autor de una teoría que describe el desarrollo de la conciencia como un proceso sucesivo de autoorganización de creciente complejidad.
fuente/ Tendencias21