“Si me volviera a pasar, no se lo contaría a nadie”
Su caso, ocurrido en 1973 en Bahía, se encuentra entre los más
reconocidos a nivel nacional. A pesar del tiempo, dice que todavía lleva
marcas en su cuerpo.
”Si me volviera a pasar lo de aquella noche, no se lo contaría
a nadie. Me hizo mucho mal, me difamaron y usaron. En estos 40 años
estuve internado por diferentes problemas emocionales y de salud en
hospitales de Rawson, Mendoza y Buenos Aires”, dice Dionisio Llanca, el
hombre que en 1973 conmocionó a todo el país al contar que había sido
abducido por extraterrestres.
Su historia, o al menos la parte que transcurre durante la madrugada del
28 de octubre de aquel año, cuando aseguró haber estado dentro de una
nave tripulada por tres seres de otro planeta, es reconocida en todo el
mundo.
En la web tiene traducciones en inglés, portugués, español y francés,
entre otros idiomas, y hasta pueden verse fotos que lo muestran en
aquellos tiempos, cuando solo tenía 25 años.
Sin embargo, la mayoría de los sitios especializados en ovnis tiene un
dato erróneo: aseguran que Dionisio murió en 1986, cuando en realidad el
supuesto abducido vive tratando que nadie se entere de su pasado en una
ciudad del sur, donde trabaja desde hace 4 años como encargado en una
estación de servicio.
La vida de incógnito que eligió dificultó los repetidos intentos de “La
Nueva Provincia” por contactarlo. De hecho, varios de sus familiares
directos desconocían su paradero o si efectivamente había muerto. Otros
parientes mencionaron que luego de aquel episodio, el hombre se
convirtió en una especie de nómade.
Lo cierto es que apenas conservó el diálogo telefónico con uno de sus
hermanos, que registró el celular del que recibió una última llamada
hace unos meses, y previa consulta con Dionisio, intervino para que el
contacto fuera posible.
La única persona de su actual entorno que conoce la historia, porque aun
se la mantiene oculta a sus amigos, compañeros de trabajo y vecinos, es
su jefe.
“Hace un tiempo su hija leyó mi caso por Internet y me preguntó. Les
tuve que contar todo con la promesa de que no se lo dijeran a nadie,
porque la verdad es que no me gusta acordarme”, confiesa.
Lo que Dionisio no quiere recordar es que mientras le cambiaba una
rueda pinchada a su camión, a la 1.30 de la madrugada de aquel sábado,
en la banquina del kilómetro 705 de la ruta 3, dos hombres y una mujer
vestidos con trajes grises ajustados y con botas y guantes de color
amarillo, aparecieron de la nada a su lado.
A unos 7 metros de altura, sobre una arboleda que también sobrevive al
paso del tiempo, estaba suspendida la nave, a la que describió como de
unos 4 metros de diámetro y silenciosa como la noche en el medio del
campo. Antes, sólo había notado que una luz amarilla se acercaba por la
ruta.
Según su relato, en ese momento quedó inmovilizado, aunque contó
que no fue por el miedo, sino porque una fuerza desconocida se lo
impedía. Pudo escuchar a los seres hablando entre ellos en un idioma que
le resultaba indescifrable, hasta que uno lo levantó por el cuello y
otro le pinchó uno de sus dedos. Lo último que vio fueron dos gotas de
sangre que se deslizaban desde el índice hacia el piso y la mirada fija
de la mujer. Luego perdió la conciencia.
Cuando despertó, aproximadamente poco después de las 3, se encontraba en
el predio de la Sociedad Rural, tirado junto a unos vagones y a unos 10
kilómetros de donde todavía se encontraba estacionado su camión, que
fue recogido por la policía horas más tarde.
Dionisio cuenta que se levantó como pudo y caminó por la ruta sin
recordar su nombre ni el motivo que lo había llevado hasta ese lugar,
hasta que encontró la ayuda de un hombre –cuya identidad desconoce– que
lo acercó hasta la comisaría Primera.
Cuando quiso prestar declaración apenas podía balbucear. Quizá por eso,
el policía que lo recibió creyó que estaba borracho y, para no perder
tiempo tramitando su detención, lo dejó en libertad.
El hombre que lo ayudó volvió a subirlo a su auto y lo llevó hasta el
Hospital Municipal. Recién a las 24 horas pudo contar lo sucedido. El
hecho se conoció públicamente por periodistas de dos matutinos porteños
que por aquellos años eran corresponsales en nuestra ciudad.
Pero la historia no terminó ahí. Con el extraño suceso circulando por
los diferentes medios escritos de todo el país, llegó el reconocido
investigador Fabio Zerpa, otros periodistas de revistas como “Gente” y
enviados de publicaciones especializadas en ufología que pretendían
entrevistar al abducido.
“En el año 76, cansado de que me inyecten Pentotal –el llamado suero de
la verdad– y los problemas que me generaba recordar todo eso decidí
escaparme, no aparecer más”, dice.
Su fuga hacia el anonimato lo llevó a lugares que no imaginó. En la
etapa siguiente pasó dos años y medio internado en hospitales de
Mendoza, Buenos Aires y Rawson.
“Se me caía la piel de todo el cuerpo y por momentos se me enrojecían
tanto los ojos que parecía que me iba a quedar ciego. Los médicos me
decían que tenía índices de exposición a radioactividad, aunque lo peor
de todo es que de vez en cuando veía la luz del ovni”, dice.
Incluso hoy, cada vez que se lava las manos, asegura que todavía puede
verse un pequeño orificio que le hicieron cuando lo inyectaron por
segunda vez, arriba de la nave, mientras una especie de parlante le
hablaba en español y le prometía no hacerle daño.
También asegura tener una marca en su párpado izquierdo, que surge con
mayor claridad cuando se moja la cara y se mira al espejo. Esa se la
hicieron con un guante que tenía algo así como tachuelas.
“Esos detalles los recordé por medio de las sesiones de hipnosis a las
que me sometí a los pocos días del hecho”, agrega. Las mismas las
realizaron médicos y psicólogos de nuestra ciudad, y contaron con la
participación de Fabio Zerpa.
Durante esas prácticas, Llanca dijo que subió a la nave por un rayo de
luz, que tenía una sola ventana, muchas palancas, varios monitores y una
radio, que además de hablarle en nuestro idioma, repetía que eran
amigos de los humanos y que venían de un lugar secreto. Antes de
liberarlo le prometieron que algún día volverían a buscarlo.
También describió un detalle que se utilizó para darle sustento de
veracidad a la investigación de Zerpa. Mientras estaba en el ovni se
desplegaron dos mangueras: una tomó contacto con un charco de agua y la
restante, con un cable de alta tensión. Casualidad o no, esa misma
madrugada la ciudad padeció una baja importante de tensión que se
percibió en diferentes barrios.
Otros investigadores sostuvieron que aquel problema existió, pero en
realidad se debió a una falla en un transformador ubicado en Ingeniero
White. Además, calificaron el caso como uno de los fraudes más
importantes de la historia, a Llanca como un testigo no confiable,
mencionaron que no había huellas de otras personas al lado del camión y
concluyeron que el hombre mentía.
“En todos estos años pasaron muchas cosas. Si me pusiera a contarlas no
termino más. La realidad es que aquello me sigue resultando
desconcertante, de hecho quedó pendiente conocer qué pasó durante unos
25 minutos en los que estuve en la nave, pero no me quise prestar para
ningún experimento más”, comenta.
“Bueno, che”… se le escucha decir como dando a entender que no quiere
seguir hablando. Antes de colgar el teléfono vuelve a decir que a pesar
de haber cumplido los 65, todavía no le encontró un sentido, un por qué a
lo ocurrido. Y que eso lo desvela.
Sergio Prieta / LNP sprieta@lanueva.com.ar